Hoy, antes de las 12 de la noche, si los astros no le fallan al pastor Gabriel Ferrer, se debe cumplir su profecía artesanal de la llegada de Jesucristo al caserío de Isabel López. Sí, aunque usted no lo crea, hoy llegará, en plena pandemia, Jesucristo. No sabemos si llega en bus intermunicipal, en una camioneta Toyota cuatro puertas de vidrios oscuros, en una nube blanca o en un helicóptero privado. Tampoco sabemos si antes de su llegada se vacunó del coronavirus y si viene con saco y corbata, en traje informal o con túnica y sandalia. Aunque no hay ninguna declaración expresa del pastor diciendo que el día señalado es hoy 28 de enero, algunos amigos y familiares de sus seguidores sí han confirmado la fecha. La verdad es que lo único que ha dicho el pastor de marras es que “Jesucristo está a la puerta y viene por su iglesia”.
La pregunta que me asalta es la siguiente: ¿cómo un profesional de altas calidades intelectuales, con maestría y doctorado, que ocupó el nobilísimo y respetable cargo de par académico, que se paseó por el mundo maravilloso de la literatura, que fue un gran expositor de su experticia, pasa como un saltimbanqui del “Cristo viene pronto” y “no se sabe ni la fecha ni la hora” a renunciar de su trabajo tiempo completo en la universidad, para internarse con unos desorientados e ignaros seguidores y anunciar que “Jesucristo está a la puerta y viene por su iglesia”?
La respuesta es sencilla. Y la da el propio protagonista en su carta de renuncia: “renuncio a la Universidad por una orden directa que me dio el Señor Todopoderoso”. Con esa declaración, podemos colegir que el “señor todopoderoso” del profesor y pastor Ferrer es un irresponsable y le hace falta un tornillo. Con dioses así es mejor ser ateo. Ese “Dios” me hizo recordar el chiste del humorista cubano Álvarez Guedes, cuando un hombre, siguiendo una voz que venía de ultratumba le sugería que vendiera todos sus bienes y se fuera a un casino a jugar en la rueda de la fortuna. Pero el hombre apostaba y apostaba y no ganaba, y la voz le insistía que no se preocupara, que siguiera jugando, que cuando quedara el último peso, allí vendría la gran noticia. El hombre lo hizo, y como era de esperarse, no ganó, y cuando le reclamó a la voz, esta le dijo con frialdad: ¡te fijas, cabeza dura, que apostar en casinos no es bueno!
El pastor Ferrer no ha sido el único con la chifladura de que Cristo llegará con fecha determinada. Ya otros pastores en la historia han incurrido en el mismo acertijo profético no cumplido. Pero como la gente no conoce estas historietas del pasado, y si las conocen, se hacen los locos, porque apelan a la lógica de que sus neuronas escatológicas si están en lo cierto, la mentira profética (como una enfermedad crónica) se repite y se repite. El evangelista Mateo, más moderado y reposado, dice que nadie sabe el día y la hora en que llegará Jesus, pero Pablo, que era pasional y radical, sí avanzó un poco y dijo que Cristo vendría “pronto”. Y aquí comenzó el caos. El síndrome de que Jesús vendrá “pronto”, ha dado para toda suerte de premoniciones que han terminado en grandes decepciones y hasta en lamentables suicidios. Pablo no midió, por su propia personalidad sanguínea, el efecto de sus palabras, y la equivocación flagrante que encerraba su término perentorio, pues era lógico pensar que esa llegada no se iba a producir en años indeterminados sino en su propia generación. Pero no ocurrió. Pablo también falló, pero como es uno de los pilares importantes en la confección del Nuevo Testamento, nadie, dentro de la cristiandad, se atreve a denunciar o reprochar esta protuberante falla doctrinaria.