El edificio en algún momento estaba destinado para vivienda en el que fuera el tradicional barrio Santa Fe de Bogotá, vecino de la calle 26 en la ruta hacia el aeropuerto El Dorado. En los años 50 era un sector de hoteles de paso. Ahora es un lugar deteriorado de paredes sucias, raídas y escarapeladas. Las ventanas viejas con marcos de hierro corroídos por el óxido de las escaleras internas revelan el abandono de esta edificación. Hoy es un inquilinato barato para personas que principalmente viven del rebusque. A estos lugares se les conoce como pagadiarios.
Allí llegan a pasar la noche vendedores ambulantes. Lorena, la del 308 –número escrito con marcador y mala letra sobre la puerta— es prostituta. Pernoctan también quienes sobreviven pidiendo limosna. Lola lleva vendiendo bolsas en la calle desde hace más de 15 años, vive en el 305. Martha es venezolana, tiene 36 años, y desde que llegó a Colombia no conoce oficio diferente al de vender colombinas en Transmilenio, duerme en una habitación del segundo piso, no la identifica ningún número.
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Para dormir y vivir en los pagadiario no piden documentos ni recomendaciones. Y menos interesa si el inquilino trabaja o no. Lo único importante es pagar el día. Se paga por adelantado, a veces con monedas. Las piezas se pueden ocupar hasta por 24 horas. Hay huéspedes que llevan bastantes años en este lugar. Ellos también pagan día a día. Las habitaciones mal trajeadas, muchas de ellas atiborradas cosas, ropa y colchones viejos, cuestan entre $ 10 mil y 30 mil pesos.
En este pagadiario —que no tiene nombre— se cobra por pieza. No por persona. Hay 24 habitaciones. Todas están llenas. Es un negocio construido de la necesidad de quienes deambulan por la ciudad pero que le deja una buena ganancia a su propietario.
Esteban Chirinos, quien administra el sitio, recibe $370 mil por los arriendos diarios. Este paga-diario genera al mes la suma de $11.100.000. El dueño se llama Julio, del que Esteban Chirinos sabe poco.
Esteban Chirinos es venezolano. Tiene 41 años. Alto. Acuerpado. Sabe ponerse serio cuando hay problemas entre los vecinos. Sabe ponerse serio para cobrar. Desde que llegó empezó a poner reglas que antes no había. Uno de los anteriored administradores, era permisivo y fiestero. Ahora los huéspedes no pueden consumir ni drogas ni licor en los pasillos. La música a alto volumen se acaba a las 10 de la noche. Los casi 30 niños que viven allí no pueden correr en el piso de tablones de madera.
El administrador venezolano llegó hace un año y medio a Colombia. Pasó con su familia por trocha. Antes de cruzar el río les pagó a personas que pasan inmigrantes desde el lado venezolano —a quienes llaman coyotes. Después de cruzar el río tuvo que pagarles a policías corruptos del lado colombiano.
Por intermedio de un conocido de su esposa terminó administrando este sitio. Lleva seis meses. Le pagan el mínimo. Lo dejan vivir allí con su esposa y sus hijos. No paga arriendo ni servicios. Ningún huésped paga servicios.
El paga-diario está en la calle 26 entre carreras 16 y 17, en el centro. Santa Fe es hoy el barrio de la prostitución en Bogotá. Se llama zona de tolerancia. Maricas, travestis, mujeres gordas, flacas, altas, bajitas, viejas y jóvenes y algunas niñas se venden hasta por 40 mil pesos en la calle. La más jóvenes, niñas de caras bonitas con buenos cuerpos trabajan en los reconocidos prostíbulos que han hecho famosa la zona, como La Piscina, Paisas Club y Troya. Pueden cobrar hasta $200 mil por 20 minutos de sexo. Hoy en día más de la mitad de las prostitutas de este sector son venezolanas.
En las noches el Santa Fe es peligroso para quien no lo conozca o para quien se deje caer en las manos de ladrones de paso embriagados de bazuco y aguardiente barato.
Lola lleva más de 15 años viviendo en el mismo pagadiario. Todas las mañanas le paga a Esteban los mismos $15 mil por una habitación con cocina y baño. Desde que la conocen trabaja vendiendo bolsas de basura en la calle.
Un poco más de la mitad de los actuales huéspedes del pagadiario son venezolanos. Miles de los migrantes que han llegado al país mal viven en el barrio Santa Fe. Es un sector barato. Al centro es fácil llegar desde cualquier lugar de la ciudad. Es también la zona de la ciudad que más mueve dinero legal e ilegal. Es una buena plaza para el rebusque.
Clemencia García vive en una gran habitación divida en dos. En la 203. Tiene baño y cocina dentro de las habitaciones. La cocina es un minúsculo cuadrado de un metro y medio metida al lado de una de las dos habitaciones compartidas. El baño es igual de pequeño. Todas las tardes paga $20 mil. Vive con su hijo, su hija y su esposo. El olor de muchas cosas guardadas se mezcla con el aroma de un perro callejero y dos gatos. Las cobijas y sábanas cuelgan de puntillas del techo, como cortinas, no tapan el desgastado color de las paredes que algún día fueron blancas.
Clemencia García también vende bolsas de basura en la calle. Toda su vida ha trabajado en la calle. Heredó el oficio de su mamá. No le gusta trabajar en las mañanas ni en las tardes. Al caer la noche sale con su esposo y regresan antes de que las puertas del paga-diario se cierren con candado y nadie pueda entrar, a las 11 de la noche, con los $16 mil de la pieza y con unos cinco mil de más para el diario comer. Aguadepanela, pan y a veces huevo. Arroz, lentejas, fríjoles o pasta y unos retazos de carne es el típico menú del día y también para el siguiente y también para el que le sigue al siguiente.
Yoleida Cardozo vive en la habitación 306. Es venezolana. Llegó huyendo del hambre de su país hace dos años. Dejó una casa bonita en Venezuela. También pasaron por una trocha por el lado de Cúcuta. Le toca vivir en el paga diario porque ni ella ni su hija ni su yerno tienen un trabajo estable en Colombia. El esposo de su hija es ayudante de mecánica ahí mismo en el Centro. Si vivieran en otro lado tendrían que invertir en buses. Pagan 20 mil por una habitación dividida en dos, igual a la de Clemencia. Es una habitación más limpia.
Hay otros paga-diarios del centro en los que se paga solo por dormir en una cama con cobijas viejas que cada 24 horas cambian de dueño. En cada pieza hay dos o tres camarotes. Seis camas. La noche en estas camas cuesta 6 o 5 mil pesos. A las 9 de la mañana ya no tiene que haber una solo persona durmiendo en los camarotes.
Al huésped que pase dos días sin pagar la pieza lo sacan a la calle. A muchos les molesta que un venezolano como Esteban Chirinos sea quien les controle la pieza. Pero es que en el barrio Santa Fe vive gran parte de los casi dos millones venezolanos que han llegado a la ciudad. El 90% vive de la informalidad. Muchos de ellos necesitan espacios muy baratos que puedan pagar con lo poco que consiguen rebuscando en las calles de una ciudad dura como Bogotá, donde para muchos sobrevivir ya es un desafío.