La principal debilidad que tiene la última novela de Laura Restrepo es que Sleepy Joe, uno de los personajes clave del libro, no convence.
Algo que me ha sorprendido de la mayoría de las reseñas que han aparecido desde la publicación de esta novela en mayo de este año es que todas hacen referencia exclusivamente a María Paz (una de las protagonistas), y a su mundo. Primero en Colombia, un mundo de clase media baja, y luego el de su familia, inmigrantes colombianos en los Estados Unidos en los límites con el lumpen. Nadie, que yo sepa, ha dicho una palabra sobre Sleepy Joe. Y sin embargo este personaje, a quien yo no dudo en considerar como el segundo protagonista del libro, es clave para el desarrollo de la historia, y no solamente en términos cuantitativos, por el número de páginas que Restrepo le dedica a Sleepy Joe, sino de contenido. Pero los críticos apenas lo mencionan.
¿A qué se deberá esta omisión? De no haber existido Sleepy Joe en Hot sur, de no haber sido el fanático religioso que era, además de los otros atributos relevantes para la trama del libro, Laura Restrepo no habría escrito esta novela, habría escrito otra. Sin Sleepy Joe no hay Hot sur, hay otra cosa. Sin embargo a juzgar por las opiniones de muchos comentaristas ha quedado reducido a un breve calificativo: asesino en serie. ¿Por qué?
Este hijo de inmigrantes eslovacos y sus obsesiones son tan importantes en el libro que las primeras páginas están dedicada a este tema, a él y a su hermano y al mundo extraño en el que nacieron y crecieron en una remota región del sur de Colorado. Es tan marcante este comienzo que a medida que se sigue leyendo estamos constantemente a la expectativa de en qué momento la narradora va a volver sobre el tema conectándolo e insertándolo en la totalidad. Lo que desafortunadamente no sucede realmente. Las expectativas del lector no quedan colmadas a lo largo de las casi 600 páginas. No llegamos nunca a saber gran cosa del mundo desquiciado de los Penitente Brothers de una antigua comunidad de hispanos de la San Luis Valley. Una lástima, porque el carácter y la personalidad asesina de Sleepy Joe que tantas consecuencias tienen para el desarrollo de esta historia, supuestamente se han forjado en el fanatismo católico e histérico de esa secta.
Sleepy Joe es tan importante que todo lo que le pasa a María Paz es por culpa suya. María Paz no se metió en los problemas que se metió, no fue a parar a la cárcel, por ser una inmigrante hispana. Todo lo que le sucedió fue por haber conocido a Joe, los problemas, la cárcel y las posteriores andanzas. Y de paso por haber conocido a Greg, el hermano de Joe, un policía corrupto mezclado en un muy confuso caso de tráfico de armas. Un asunto que, valga decirlo, está torpemente trabajado en la novela, no tiene fuerza ni suscita interés.
Finalmente he llegado a la conclusión de que la razón para que nadie nombre a Sleepy Joe es quizás porque su figura no quedó lograda en el libro. Sleepy Joe no nos convence, al punto de que los críticos prefieren ignorarlo destacando solamente lo que sí convence, las inmigrantes latinas en Nueva York.
Joe está tan descuidado como personaje que en la primera página Restrepo dice que él es 13 años menor que su hermano Greg. Pero muchas páginas más adelante, cuando Greg se casa con María Paz, nos dice que Greg ya es un viejo de 57 años. Así pues en esos momentos Joe debía tener entonces 44 años. No era precisamente un muchacho. Sin embargo es descrito como un muchacho, y no en sentido figurado, también Maria Paz que tiene 25 años se refiere a él como a un joven, alguien de casi su misma edad. ¿Un descuido?
Yo tiendo a creer que sí. Restrepo descuida tanto a este personaje – al que no obstante sitúa de manera clave dentro de la trama – que incluso se olvida de cuántos años tiene cuando su vida se enreda con la de María Paz.
Esta y otras debilidades hacen de Hot sur un libro a medio camino entre el thriller que anuncia ser, y que no llega a ser, y la novela sociológica del sueño americano frustrado del inmigrante latino. Algo que tampoco llega realmente a ser, sabiendo que el sueño fracasado de María Paz no tiene mucho que ver con su condición de inmigrante latina sino con la mala suerte de haberse tropezado con un loco. Otros han narrado bastante mejor las condiciones de vida de los latinoamericanos pobres en las ciudades estadounidenses.
Hay sin duda ingredientes valiosos en el libro. Restrepo es una escritoria de gran experiencia capaz de producir buenas páginas incluso en novelas defectuosas como ésta. Pero cuando en el balance final de una obra pesan más los aspectos negativos, lo bueno se difumina en la memoria resaltando aún más las inconsistencias, las repeticiones innecesarias, y las carencias en general de la obra, además de todo lo que nos produjo aburrimiento y fastidio durante la lectura.
Un ejemplo de esto último: no es fácil hablar en primera persona desde diferentes voces en un mismo libro. Este es un riesgo en el que se meten a veces los autores con mejor o peor suerte. Yo creo que a Restrepo en este ejercicio en Hot sur le va muy mal. María Paz, Ian Rose, Cleve Rose, y todos los que en algún momento se expresan como un ‘yo’ hablan EXACTAMENTE igual. No solamente usan la misma jerga colombiana, sino (también los gringos) las mismas expresiones, incluso exteriorizan la misma manera de pensar. ¿Por qué no hay diferencia en el hablado de María Paz, una colombiana joven, y el de Ian Rose, un gringo de cierta edad? No está claro si Restrepo quiso hacer algún tipo de experimento al mantener el mismo tono y lenguaje en todos los personajes, pero si ese fue el caso, evidentemente no lo logró. La lengua es pues otro de los aspectos importantes que no convence en esta novela.
Hay libros que uno quiere que no se terminen nunca. Eso me pasó recientemente leyendo la novela del escritor alemán Eugen Ruge, En tiempos de luz menguante, sobre una familia en la Alemania comunista del siglo XX. Mientras leía me decía, lástima que solamente sean 400 páginas, este libro podría tener 800 más, no quiero que se acabe tan rápido. Con lo cual no quiero decir que el libro haya quedado cojo ni mucho menos. Al contrario, es una obra excelente a la que no le sobra ni una palabra. A propósito de la parquedad del texto, Ruge dijo que, “No quería relatar cosas que ya han sido descritas cien mil veces … Preferí dejar agujeros que el propio lector rellena automáticamente”, refiriéndose al fondo histórico en el que transcurre la novela, la RDA de los años del muro de Berlín. Sabia decisión.
Y hay libros que prefirirías no haber comenzado nunca. Y ya que lo comenzaste no ves la hora de que se termine. Libros que se sufren, que se padecen, que querrías cerrar de un golpe definitivamente. Si no lo haces es por esa (mala) costumbre que tenemos algunos de leer un libro siempre hasta el final… por si acaso. Por si acaso se produce un giro inesperado, por si aparecen aunque sea unos buenos párrafos. Plinio el Joven citado por Borges habría dicho que no hay libro tan malo que no encierre algo bueno. Quizás.
Con este espíritu optimista de Plinio el Joven logré vencer el fastidio y llegar a la última página de Hot sur, dándole la razón al antiguo romano. Con la siguiente anotación: de haber pasado por un buen filtro editor a esta novela habrían podido recortársele por lo menos 450 páginas. Con lo que quedaba se habría podido componer una buena narración de María Paz, su madre y su hermana en el Nueva York hostil y decadente de los años que corren.