Una masacre originada por ocho explosiones en iglesias y hoteles de lujo en Sri Lanka deja este Domingo de Resurrección al menos 207 muertos, 36 de ellos extranjeros, y más de 450 heridos, en un baño de sangre cuya autoría no se ha identificado aún, aunque, al parecer, se trató de suicidas de un grupo terrorista que algunos días antes había difundido anuncios del hecho.
Una de las explosiones se registró en la iglesia San Antonio, de Colombo; otra en la iglesia San Sebastián, de Negombo, al norte de la capital, y la tercera en una iglesia de Batticaloa, en el este de la isla. De los establecimientos hoteleros atacados, tres son hoteles de cinco estrellas de Colombo: el Cinnamon Grand, el Kingsbury y el Shangri-La.
Sri Lanka fue escenario de una guerra civil de 26 años que terminó hace diez y enfrentó la mayoría budista (70 % de la población) y la minoría hindú tamil de los Tigres de Liberación de la Tierra Tamil (LTTE), con 75.000 muertos y un desenlace de estos últimos atrincherados en un kilómetro cuadrado en medio de acusaciones cruzadas de genocidio y violaciones de los derechos humanos.
Los sociólogos advirtieron, en su momento, que el resentimiento generado por la brutalidad de esta última operación militar pudiera impedir que los tamiles se integraran de nuevo entre la comunidad cingalesa y volviera la violencia.
La violencia religiosa ha estallado diez años después, con ataques y represalias entre grupos budistas y musulmanes, lo que llevó al Gobierno a declarar el estado de emergencia el año pasado. En esa ocasión, el mismo grupo islamista radical el NTJ (National Thowheeth Jama´ath), que alertó hace diez días de ataques suicidas contra «importantes iglesias», destrozó estatuas budistas. El cristianismo no ha estado exento en la oleada violenta: la Alianza Nacional Evangélica ha sufrido 86 incidentes de discriminación.