No hay que ser un genio para darse cuenta de que por décadas los colombianos han estado sometidos a extremos dicotómicos.
Durante la llamada época de La Violencia (1948-58), que enfrentó de forma sangrienta a liberales y conservadores, el ciudadano común quedó a merced de dos polos opuestos entre los cuales debía tomar partido: conservador o liberal; no había opciones intermedias. Mucha sangre corrió debido a ello.
Tras esa época de violencia desbordada, vendría un periodo de relativa calma y estabilidad con la conformación del llamado Frente Nacional (1958-74), por el cual conservadores y liberales siguieron repartiéndose el poder por partes más o menos iguales. Pero fue un período de consensos y acuerdos simulados, porque las opciones reales para el ciudadano seguían siendo las mismas: conservatismo o liberalismo, no había de otra.
En 1964, en ese caldo de cultivo de bipolaridad política y social surgió la guerrilla de las FARC —luego vendrían otras— y el país se vio de nuevo sometido a los extremos, en este caso entre la institucionalidad del Estado y la ilegalidad de la subversión armada.
Y en una reacción casi instintiva frente al radicalismo armado de izquierda se gestó y desarrolló un radicalismo de ultraderecha que tuvo su más evidente y violenta expresión en los grupos paramilitares. En esa lógica, se era “guerrillo” o “paraco”. Mucha sangre corrió también debido a ello.
Tras el acuerdo de paz con las FARC, hoy el país nuevamente parece dividirse, pero ahora entre quienes apoyan el acuerdo y entre sus detractores, lo que a su vez ha dado paso a una subdivisión entre uribistas y antiuribistas.
¿Qué se puede esperar de una sociedad que históricamente ha sido moldeada en la presión dicotómica del blanco o negro? ¿Cómo se le puede exigir tolerancia, cuando solo se le ha nutrido con el círculo vicioso de la intolerancia y la violencia, producto de la confrontación de los extremos, del todo o nada, del “está conmigo o contra mí”?
En ese contexto, a Colombia desde hace tiempo le está haciendo falta una especie de partido moderado, que canalice las aspiraciones de esa parte importante del país que ha sabido con inteligencia alejarse de los extremos para reencontrarse en un punto intermedio más abierto a la negociación y la reconciliación.