El pasado miércoles 3 de mayo la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla otorgó el grado de Honoris Causa al gran músico colombiano nacido en Cereté, maestro Francisco Zumaqué Gómez, sin duda una de las inteligencias musicales más prodigiosas que ha producido no sólo el Caribe colombiano sino nuestro país en el concierto de la música latinoamericana.
Debo confesar que uno de los más altos honores que tengo en mi vida es el de ser amigo de este músico que admiro sin reservas desde muchos años antes de soñar conocerlo personalmente. Desde aquellos días en los que me sentaba a ver con mi padre aquel célebre programa de la Orquesta Filarmónica de Bogotá que transmitía la televisión nacional.
Era la segunda mitad de la década del 70 y aquel programa tenía como tema de identificación una música que a mí me encantaba porque encontraba completamente nueva y distinta para mis oídos todavía en formación. Era una música que identificaba un programa educativo de música clásica, pero ella misma no era, a mi parecer, una música que se identificara con la música que habitualmente el programa difundía. ¿Qué música era aquella? No lo sabía. Pero en cada emisión de los domingos en la mañana el fragmento que abría y despedía el programa dejaba en mis oídos una resonancia que latía en mis adentros durante casi todo el día.
Un día no pude contenerme y, rompiendo el pacto de silencio que mantenía con mi padre para no hablar durante la audición del programa, me atreví a preguntarle si él sabía cuál era el tema que escuchábamos al comienzo y al final del programa. Y mi padre respondió enseguida impaciente que me fijara en los créditos finales del programa que allí podría encontrar la respuesta. Sin embargo me dijo que era un tema titulado Onoma y su autor era un músico colombiano que se llamaba Francisco Zumaqué. Aquella marimba maravillosa que honraba toda nuestra música del pacífico en una sola pieza está allí para la historia.
Y desde entonces muchas y diversas han sido las experiencias musicales que he podido disfrutar de este indiscutido genio de nuestra música colombiana. De él son y han sido algunas de las más arriesgadas joyas de la música colombiana en el lenguaje contemporáneo; pero también altamente meritorias sus aproximaciones personales al jazz antes de que se conocieran algunos de los hitos representativos de lo que hoy podemos llamar con toda tranquilidad un panorama del jazz colombiano. Cómo no.
Y claro, también muchas de las cosas por las que desgraciadamente muchos colombianos lo conocen sin que ni siquiera se imaginen la hondura musical que hay debajo de esos icebergs tan visibles en nuestra música popular de los cuales su Sí, sí Colombia, Sí sí Caribe es el más celebrado y también apenas una muestra. Pero ojalá nuestros medios de comunicación convencionales y alternativos pusieran en circulación tantas páginas clásicas, contemporáneas, jazzísticas y populares de este músico del Caribe colombiano cuyos repertorios altamente cualificados han ocupado los atriles de muy importantes orquestas sinfónicas, ensambles de cámara y de solistas de las más comprobadas solvencias y prestigios.
Todavía recuerdo lo que sucedió alguna vez a mediados de los años 80 en el teatro Amira de la Rosa de Barranquilla (hoy cerrado sin esperanzas), cuando un dúo de piano y contrabajo, colombiana ella en el de teclas y ruso él en el de cuerdas, interpretaron para cerrar un concierto propiciado por el Banco de la República, una cumbia de Zumaqué que en el más complejo lenguaje conceptual contemporáneo nos maravillaba sin embargo en el reconocible lenguaje de su ritmo que la pianista lograba hilar con destreza y brillantez de la madeja espesa de una turbulencia de la mano izquierda; y en la sonoridad de una gaita zenú cabeza e' cera que el contrabajista se inventaba tocando con el arco en el pequeño tramo de instrumento que queda entre el puente y el cordal. Nunca hubiera imaginado que aquello fuera posible. Pero ahí estaban la gaita y la cumbia hechas posible por la imaginación creativa y el conocimiento de un autor que, como Zumaqué, ha sido un consagrado cultor y defensor de nuestras más importantes raíces sonoras.
Y así lo dijo en su discurso de recepción de su Honoris Causa cuando centró sus palabras sobre tres aspectos clave de su pensamiento y su sentir como colombiano y como músico: su inconformidad por la indolencia del país, de su gobierno y sus estamentos, por la poca conciencia del valor de la cultura en la construcción de una sociedad para la paz, concentrados en crear individuos preocupados por ganar contratos para construir la “infraestructura física del país”, pero no en la construcción espiritual, o la “infraestructura del alma”; en segundo lugar, su reclamo enfático por lo que denominó “la gran tragedia de los medios masivos de comunicación, entregados de lleno en su prisión monopólica a defender solamente intereses particulares por encima de toda otra consideración, olvidando y despreciando toda aquello que represente construcción de conciencia, cultivo de la sensibilidad y desarrollo de la inteligencia”; y por último, la crítica a quienes “fascinados con otras culturas y otras músicas, miran con desdén nuestras creaciones desperdiciando la gran oportunidad de percibir lo nuestro en contexto con la lectura de propuestas foráneas, sabiendo que lo universal está al final de nuestra propia vereda tropical”.
Honores al maestro a quien, como todos los colombianos, debemos aún largas horas para apreciar las muchas y muy desconocidas páginas musicales de su g enio.
El maestro de Cereté, Francisco Zumaqué Gómez, es sin duda una de las inteligencias musicales más prodigiosas que ha producido el Caribe colombiano