Cuatro humildes campesinos, de aquellos que nos proporcionan el alimento diario, y que muchas veces no tienen el propio, se acostaron a conciliar el sueño del que pretendían despertar al día siguiente. Eso nunca ocurrió, no despertaron, siguieron dormidos para siempre por cuenta de los violentos. Dormidos igual que todos los colombianos que nos dejamos arrullar por cantos de sirenas, por reinas de belleza, por jugadores de fútbol, quienes obviamente son motivo de admiración, pero que no pueden serlo de distracción. En ese sueño eterno los dejaron los violentos, los mismos que nos mantienen a todos en un estado de adormecimiento.
Esto ocurrió en el Departamento del Caquetá hace apenas dos noches, tiempo más que suficiente para haberlo olvidado.
¿Quién los mató? ¿Las FARC, el ELN, las autodefensas, las bandas criminales, la delincuencia común organizada o desorganizada? Qué importa. Les quitaron la vida, el bien superior, eso debe ser suficiente para levantarnos en una sola voz para decir NO MÁS.
La muerte duele igual a los de derecha que a los de izquierda, a los del partido de gobierno que a los de la oposición, a los sindicalistas o a los patrones. Una madre, un padre, una hermana, un sobrino, lloran igual sus muertos, sin importar quién los mató, o por qué.
¿Qué razones tenían? ¿Sí las tenían?¿Es acaso eso importante?¿Hay un por qué para matar? ¿Hay un por qué para dejar viudas o viudos, y/o huérfanos? ¿Hay una razón para resolver las cosas por la fuerza, por la brutalidad?
Tenemos que dolernos del dolor, dolernos de la muerte, dolernos de la orfandad, de la desprotección, sin importar quién es el muerto, o cómo murió, o por qué murió.
Si sólo nos duele la muerte de los nuestros pero nos satisface la muerte de los otros, seguiremos en una cadena interminable de odio, de maldad, sembrando nuestros campos de cruces, donde podíamos haber sembrado amor y recogido prosperidad y esperanza.
¿Cuándo se va a acabar la guerra? Cuándo el último de mis enemigos expire? ¿O cuándo el último de los enemigos de mis enemigos, nosotros, hayamos muerto?
Y cuándo eso pase, ¿unos y otros van a ser felices arrastrando sus existencias sobre los sepulcros que ellos mismos sembraron?
Esos cuatro jóvenes merecen un homenaje, pero no el de siempre, el de un desteñido titular doliéndose de lo que no nos duele realmente. El verdadero homenaje es levantarnos en ALMAS, muchas ALMAS, para decir NO MÁS, BASTA YA.
Creo que si esos jóvenes, nos estuvieran mirando, lo harían con lastima por nosotros, con pesar, de saber que seguimos nuestras existencias impávidos frente a una realidad que ya ellos superaron, pero que nosotros tendremos que mantener por siempre, si no nos unimos en busca de ese ideal de humanizar la humanidad.
Diego Calle Cadavid.
Febrero 6 de 2015
Garzón-Huila.