"La cosidad, ese desagradable sentimiento de que allí donde termina nuestra presunción, empieza nuestro castigo" Julio Cortázar. (Rayuela)
Ciudad Caótica
Hay escritores que nos cambian la vida, otros nos salvan, algunos nos liberan, o por lo menos nos sacan de las vivencias diarias en, como decía, Gabriel García Márquez, una transposición poética de la realidad, en la que se representa la voluntad humana. Tal vez por eso, Alfred Nobel se ideó el reconocido premio literario homónimo, dicen que para que los presos viajaran con los libros, en su imaginación, fuera de los barrotes. Quizás por esta razón, también, siempre, nos han dicho, que los Bárbaros eran otros, pero algunos llegaron a Alejandría y quemaron de un brochazo la memoria del mundo conocido, o buscando el dorado, conquistaron a América y dividieron la tierra, y aún lo hacemos, con cortinas de humo, como en Iraq, en la segunda guerra mundial, ahora en Palestina, o como ciertas hierbas del pantano en nuestro país que en alguna época se les dio por quemar obras que estaban en el index, o más allá, el imperio contra ataca, y no nos acompaña la fuerza, frente a la hegemonía de la aldea global o con la prolongación indefinida de deudas sociales y conflictos.
Lo que sí sé, y es un testimonio muy personal en el cumpleaños del 'bebé' grande, Julio Cortázar, es que no hubiera sobrevivido a la adolescencia sin Sábato o sin las enseñanzas de Don Juan de Castañeda o con el soñar despierto de anhelar correr bajo la estepa del lobo que viaja a oriente con Sidharta, sin Hesse; o no entendería que no hay mundos felices sin Huxley, o que siempre es bueno escuchar a Zaratustra de Nietzche o a las memorias de Adriano de Yourcenar o dejar la Náusea de Sastre o que es de seres humanos despedir a sus hermanos, como en la Antigona de Sofocles o que nadie puede permanecer aislado como Robinson, en los viajes de Gulliver al país de nunca jamás a 20.000 leguas de viaje submarino al centro de la tierra de Alicia en el país de las maravillas y de las mil y una noche; o hubiera superado el dogmatismo, sin Orwell, o creería que somos capaces de todo, sin Crimen y Castigo de Dostoievski; que en acción reacción, bajo reflejos e inhibiciones, alguien intentó salir del engranaje de la Naranja Mecánica, sin Burgess; o aprendería a no dejar de ser un niño, sin el aviador y su amigo El Principito o sabría que la única patria feliz es la infancia, sin Rilke; o que en la vida -divina comedia- de Dante, siempre hay que dar un salto, sin Gordimer o estar como agua para chocolate, sin Esquivel.
O sería un extranjero sin Camus o un americano impasible, sin Greene, o abriría las puertas de la percepción, sin Blake; o que si se puede, sin Kipling o viajaría con el capitán, sin Withman o que soy el capitán de mi alma, sin Henley; o sabría que hay que reír con una botella de ron, en mi isla del tesoro, en que muchos son Dr. Jekyll y algunos Mr. Hide, sin Stevenson o que lo mejor es ser uno para todos y todos para uno, sin Dumas padre; o que uno se puede levantar siendo un escarabajo, sin Kafka, para escuchar ¿por quién doblan las campanas? con la idea de que un hombre puede ser vencido pero no derrumbado en la barca del viejo y el mar, sin Papá Hemingway; o que es mejor no pedir tantos deseos, sin el Fausto de Goethe, o que hay que ser "razonable" sin Puzo, o que hay un imperio dónde nace el sol, sin Ballard o que debo ser el guardián entre el centeno, sin Salinger; o que es necesario entrar al club de la pelea, sin Palahniuk, en una trilogía de Nueva York, Sin Auster; o que caminamos en las aguas de una vida líquida, sin Bauman; o que los detectives son salvajes, sin Bolaño, o que la vida es un Ajedrez sin Borges; o que bajo el ruido y la furia, en los días oscuros, uno puede despertar Trilce, sin Vallejo; o que los hijos son nuestro refugio, sin Martí.
O me identificaría como nativo de la nación Caribe, sin el Macondo profundo de Gabriel García Márquez; o no me cansaría de repetir qué viva la música, en mis noches sin fortuna, de destinitos fatales, cuando uno creía que después de los 25 años no vale la pena vivir, sin Andrés Caicedo; o que primero estaba el mar, hay opio en las nubes, ursuas, satanaces en cada esquina, conciertos del desconcierto, besos de Dick, películas que son mejor que la vida, pela'itos que duraron poco y nacieron pa' semilla, vidas felices de jóvenes llamados a perder por cuestión de método y que hay que sobrevivir sabiendo muy bien el olvido que seremos, pa' que se acabe la vaina, y así poder, a las puertas del ubérrimo, mandar al diablo la maldita primavera y que nos libren del bien, sin que paguen justos por pecadores ni tengamos que empezar a contar que erase una vez el amor pero tuve que matarlo, entre zanahorias voladoras, en medio de una comedia romántica de la calle ancha en todo su fulgor por donde camina a sus anchas Debora Cruel, rezándole a la virgen de los sicarios y a los ángeles de Jattin donde reposa el leopardo al sol, a bordo de sí mismo, mientras sueña con las escalinatas, en la casa grande bajo dos palmas dónde colgó la hamaca multicolor mi Simón Bolivar, en su laberinto, cuando pensaba en derrotar a los elegidos, mientras las marías que enterraban los cubiertos que él usaba, le decían sonrientes su casa es mi casa, mientras siguen las noches de humo y de penumbra en el capitolio, en esta vulgata Caribe en que nada importa, hay que jugar al todo y nada al gallo de oro, sin remedio.
Y que hay que tomarse las cosas en serio y en broma, para seguir siendo el rey y todas las mañanas gritar buenos días América en la tierra en que a los cóndores no los entierran todos los días, y así seguiríamos, de adentro hacia afuera en el edificio Locombia, viendo la noche, de abajo hacia arriba y del almendrón a la manzana, en una eterna Rayuela, de Peter Panes que han imaginado un mundo mejor o del sensei que escribió una novela que fue el símbolo de una generación que quiso cambiar al mundo, y no lo logró, sino dejó sembrada una semilla que cada día se renueva y empieza de nuevo el cuento, como lo es Rayuela: La novela total.
Tejer a Rayuela puede durar toda la vida, si sigues sus coordenadas podrías pasar por sus páginas, historias, inicios, finales, preguntas, respuestas, hasta el infinito, como si estuvieras con gasolina y sin comida, en la autopista al sur; como si fueras un cronopio que recorre ochenta mundos en una vuelta, o fueras el hermano médico cobarde del rebelde, en la manigua, esperando a La Maga para decirle toco tu boca... Y ella corriera, porque andaba sin buscar a Oliveira porque tenían que encontrarse en la París ciudad luz, ciudad gris, ciudad en que el cronopio mayor, Julio Cortázar, nos dejó para viajar hace 30 años a la inmortalidad y hoy desde acá, por ahora, celebramos su primer centenario.
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