Me parece chocante, equivocado y, a veces, incendiario el desprecio a los lugares comunes. Sin duda la cotidianidad define nuestro actuar, el imaginario colectivo es el vivo reflejo de lo que somos y restarle importancia es una empresa difícil de mantener. Entendida la importancia de esa cotidianidad, lo plasmado en estas líneas da cuenta de una opinión que está abierta a la crítica y, también, al insulto, pero, más que nada, tiene como fin propiciar el debate, para ver esa cotidianidad como un campo de batalla, en donde las armas sean los argumentos y, al final, la victoria plausible de la misma consista en sacar conclusiones o reflexiones que permitan cambiar el recurrente imaginario. En esa medida, bien he pensado que el respeto no es una obligación, que el insulto es un derecho y que la opinión certera y franca debe siempre relucir. Así que, en este caso, voy a hablar de la comunidad gay en Bogotá, en mi opinión, un tema difícil de abordar y lo haré con respeto porque me lo merece. Es posible que haya generalizaciones que puedan ser inocuas, o falaces, o contraproducentes, pero ejerceré un derecho, como lo es el insulto: la opinión. Básicamente escribo sobre las personas de sexo masculino, que se identifican como homosexuales y que han creado, en torno a la preferencia sexual, una especie de estatus social, de imaginario colectivo, de modo de actuar, de ser, un modo de ver el mundo.
La comunidad abiertamente gay de Bogotá está interconectada: al parecer, el uso de aplicaciones como Tinder, Instagram o la tan famosa aplicación para teléfonos móviles Grindr, han hecho del espacio un lugar pequeño y gran parte de los hombres gay, por medio de ellas, se han visto, se han hablado, se identifican, se conocen e incluso han creado lazos de amistad. Así mismo, lugares como Theatron (un bar gay en la zona central de chapinero) o El Mozo (un bar también gay, ubicado en la calle 85) han propiciado el encuentro de las personas y su socialización. En igual medida, como el resto de la sociedad colombiana, la comunidad gay —que tiene unas costumbres, unos modos de pensar y una autonomía que los identifica— representa un imaginario colectivo, bien sea este visto ante la mirada del prejuicio o de la aprobación. Ellos mismos han creado elementos constitutivos para sí y por sí mismos: unos códigos propios de vestimenta, una forma uniforme de pensar ante algunos temas, de vivir, de interactuar, etc. En ese sentido, muchos de esos elementos mencionados juegan entre sí para convertirse en estereotipos, en cláusulas pétreas y, así mismo, como todo canon socialmente formado dan lugar a la exclusión.
Para nadie de la comunidad gay es un secreto que hay modos de actuar y conductas por seguir, implícitas o explícitas, para pertenecer o ser aceptado. El primero de esos parámetros que quiero comentar es, lejos de generalizar, un interés especial entorno a la belleza. La comunidad gay tiene una profunda aversión por la apariencia física, por el minucioso cuidado corporal, algunos por el fisiculturismo, por la sexualidad implícita en la forma de vestir y en la personalidad. Es casi una norma la que promueve que el hombre gay debe cumplir unos estándares mínimos de belleza necesarios para encajar con el resto de los miembros de la comunidad. Por ejemplo, tener la barba de leñador tan de moda y ser velludo en exceso, o tener las piernas depiladas y ser lampiño en demasía, además del cuidado inmaculado de la piel y el diseño de sonrisa si es posible. Del mismo modo, existe una devoción absoluta por los músculos o por la delgadez, una apatía hacia el hombre común, hacia las imperfecciones, hacia la normalidad de las caras, hacia los hombres comunes. Hay un deber implícito de perfección, de radicalizar el estándar, de ser agradable ante los otros.
Otro punto esencial y, nuevamente sin ánimo de generalizar, es la aversión a la sexualidad sin ningún tipo de control. Para un hombre gay es fácil y casi inmediato conseguir a otra persona para complacer sus más encumbrados deseos sexuales. Aplicaciones como Tinder o Grindr facilitan la consecución del placer sexual y solo es necesario lucir bien en una foto, describir su posición al momento de tener relaciones (pasivo o activo), tener fotos privadas en el carrete o en la carpeta de archivos, enviarlas sin ningún tipo de restricción y concretar encuentros efímeros y, muchas veces, inseguros. Obtener placer sexual a la costa de lo que sea es un escenario recurrente y difícil sería desestimarlo o no ratificarlo si en la ciudad de Bogotá existen por montones cabinas para tener encuentros gais, bares en donde la masturbación colectiva es recurrente, residencias especiales para la población LGBTI, el llamado cruising (encuentros sexuales casuales) comunes en el transporte público, en los centros comerciales, en las universidades, etc.
En este tiempo, quejarse de los prejuicios que tiene la sociedad en general hacia los hombres homosexuales no tiene sentido. La misma comunidad está perpetuando la idea de que el hombre gay es promiscuo, acelerado hormonalmente o irrespetuoso de la intimidad. Hemos usado como excusa a la “sexualidad libre” para desentender su verdadero significado, para perpetuar prejuicios, para acabar principios elementales como el sexo seguro, la confidencialidad de nuestras fotos, la pureza del encuentro romántico y sexual de dos cuerpos. Sin duda, la misma comunidad está, desde adentro, haciendo una apología a la discriminación de la que son víctimas, de los prejuicios y del lugar común, ya muchas veces reafirmado por las telenovelas, las series, o por los clichés de tiempo atrás.
Así mismo, dentro de la comunidad gay existe una fuerte discriminación hacia sus mismos miembros o bien porque no cumplen con los estándares de belleza, de excesiva masculinidad o de austera feminidad, o bien porque no tienen la misma reprochable aprobación al sexo casual y al contacto físico desmesurado, ora porque no representan un estándar económico suficiente para encajar. La comunidad gay es clasista, elitista y existe un profundo deseo por aparentar. Algunas cuentas de Instagram podrían servir como ejemplo de lo aquí dicho o, incluso, la inmersión en círculos sociales gay en Bogotá. Es necesario e importante mostrar, por ejemplo, qué celular se tiene, con qué medios económicos se cuentan, de qué marca es la ropa que se usa, a dónde se ha viajado, cual es el nivel de cultura o de educación, con qué amistades se frecuenta, etc.
El elitismo de la comunidad gay es recalcitrante, exagerado, y de cierta manera es un requisito para ser alguien o pertenecer a algo. Es necesario mostrar lo que se pueda, hacer parecer la vida como una situación estable aun cuando pueda ser tortuosa, subir estados o historias a Instagram en lo posible, tomarse fotos elaboradas, ropa nueva a como dé lugar, carros, viajes, entre otras cosas. La comunidad gay se discrimina de forma reiterada, ejerce una autodestrucción desmesurada y, tal vez, mucha gente que lea esto sabe que lo mencionado aquí ha sido la norma y el estándar de conducta para encajar. Así como el dinero fácil, que pareciese estar impreso en el ADN de los colombianos, no escapa de la comunidad gay la prostitución y la manipulación; es increíble ver cómo algunos jóvenes de 19 o 20 años, incluso menores, de clase media o baja, algunos con la posibilidad de recibir educación, con el fin de adquirir bienes y servicios costosos recurren a prostituirse, a hacerle compañía o a complacer favores sexuales de personas mayores, solo por su el respaldo económico ofrecido, sin perjuicio de que los estén violentando, que se inunden en relaciones tóxicas o que pierdan su libertad. Lo anterior, muy común y bastante lucrativo, solo con el afán de suplir las necesidades originarias de su realidad o por aparentar a toda costa para ser aceptado ante los otros.
Ahondado a lo anterior, es increíble ver el nivel de machismo de la comunidad gay y, que algunos de sus miembros, lo perpetúen en contra de las mujeres. He visto muchas mujeres que son tocadas, insultadas y violentadas por hombres homosexuales que se excusan en su condición sexual para hacerlo. Hombres que tocan a las mujeres, que las ofenden, que las llaman “perras”, “putas”, “regaladas”, que tocan sus partes íntimas, que les piden que muestren sus pechos, que las acompañan a los baños, o que las violentan de manera frecuente, solo porque dentro de su gusto sexual no tienen las tienen a ellas como preferencia. Ejercer ese tipo de conductas reafirma el machismo, reafirma la posición de segunda categoría que han tenido las mujeres por siglos y reafirma de modo implícito la discriminación a la población LGBTI. Hay hombres gais que sin ninguna legitimación ejercen dominio sobre las mujeres o, incluso, las maltratan físicamente, que se creen superiores a ellas y que vulneran sus más íntimos derechos. Pero ya saben: “el hombre gay es igual a una mujer”, “las mujeres solo salen con maricas”, “un gay es una amiga más”. No, no hay que perpetuar ese pensamiento. Las mujeres y la población con condición sexual diversa han sufrido por años la discriminación y es inaudito que el imaginario común y la conducta de la comunidad entierre dentro del machismo a ambas poblaciones, tan azotadas por la indiferencia, por el odio y, muchas veces, por el olvido.
No son todos los puntos que quisiera tocar acerca de lo que veo constantemente en los lugares comunes, y tal vez en otra oportunidad los describa, pero lo escrito y su posterior crítica es hecha con profundo respeto y con profunda preocupación al ver que las marchas del orgullo gay, que las luchas de valientes en las calles, en las Cortes, en el Congreso y en la academia se están quedando atrás gracias a la conducta de una parte de la comunidad. Los mismos miembros de la sociedad gay han emprendido una lucha por hacerse ver, pero no de la mejor manera, sino perpetuando y defendiendo los prejuicios de atrás: “El gay es promiscuo”, “a los maricas les gustan todos”, “las locas solo sirven para putas”, “esa loca es una amiga más”, “lo respeto, pero no lo comparto”, “los gays solo producen enfermedades venéreas”, “los maricas solo sirven para peluqueros”, entre otras tantas expresiones del imaginario colectivo.
Usted, si es gay, sabe que lo que digo tiene una dosis vergonzosa de verdad, que la discriminación pulula dentro de los círculos de hombres homosexuales, que “ser feo está prohibido en el mundo gay”, que la infidelidad es recurrente, que la promiscuidad es verdadera en muchos casos y que la igualdad está lejos de ser real. Busquemos una manera de plantear una conversación al respecto, de replantearnos lo que somos, de hacer lo posible porque nuestros derechos sean respetados y porque no demos un paso atrás a la hoguera de la discriminación, del rechazo, del odio, del prejuicio, de las palabras quisquillosas, o en casos tan comunes, de la muerte.