La mayoría de colombianos aún no nos reponemos de esa pérdida irreparable. Hace ya 18 años el 13 de agosto de 1999, la barbarie de la estupidez humana, disparó contra Jaime Garzón Forero. Mataron lo que más estimamos los humanos: la libertad, la inteligencia, el humor, la sencillez y la verdad. Fue un artista que se la jugó por la vida, denunciando con humor inteligente la realidad de un país dominado por una minoría que vetaba cualquier manifestación en contra. Garzón con ingenio excepcional y mordaz fue casi único.
Fue el periodista, el político, el bufón, el mediador, etc. Pero sobre todo alguien capaz de interpretar y representar genuinamente a un pueblo. A través del humor puso en jaque a la casta política colombiana, convirtiéndose en personaje incómodo para la clase dominante.
Tenía la virtud de juntar a ricos y a pobres, de unir ese país virtual con el país real. Para sus asesinos era un hombre que nos podía acercar genuinamente a la paz. Con su muerte se truncó un proceso de transformación del país, que era posible dada su enorme capacidad de generar opinión y consensos. Era el único con capacidad de convocar a la diversidad de colombianos, capaz de intervenir la polarización que hoy nos agobia. Representaba sin duda a las mayorías.
Su libretista Antonio Morales, expresó con dolor por aquellos tiempos: "Haber matado al bufón hizo reaccionar momentáneamente a todo un país, que reconocía en el humor el paliativo de las crudezas diarias. Humor que ha sido no pocas veces el ejemplo de una refundida identidad cultural. La muerte de Garzón les hizo ver a los colombianos que por primera vez el conflicto armado había tocado algo sagrado y tabú: la risa"
Cuando se comienza a asesinar la risa, se está violando algo más que los Derechos Humanos. Es como si un dictador o un rey hubieran condenado a muerte a Charles Chaplin o a Picasso. Que en Méjico la clase política o fuerzas oscuras acabaran con la vida de Cantinflas o el Chavo del Ocho. O que Los Simpson fueran vetados por Donald Trump (aunque no falte mucho para ello). "Soy el único colombiano que se quita los dientes para comer", proclamaba con orgullo Garzón en su último personaje, Heriberto de la Calle. El inolvidable embolador, el terror de la vieja política, la voz del pueblo.
Hace casi 20 años hizo una crítica premonitoria al entonces Gobernador de Antioquia Álvaro Uribe, describiéndolo como: "un hombre de mano firme y pulso armado. Líder que impulsa con su aplomado cooperativismo, pacíficas autodefensas que él llamó Convivir. Álvaro vislumbra todo un país convertido en zona de orden público, como una sola Convivir donde la gente de bien pueda disfrutar en paz".
Woody Allen decía que "si uno no dice la verdad y hace reír lo matan, pero si uno dice la verdad y hace reír, lo glorifican". A Garzón le pasaron las dos cosas.
Cuánta falta le hace Jaime Garzón a este país, a la democracia, a la verdad. ¡Cómo nos gustaría verlo ahora sacudiendo la realidad! Si Garzón hoy viviera, los políticos serían más disciplinados, más serios y al menos estaríamos muertos de risa burlándonos de sus desmanes y sus aventuras. Los poderosos a través suyo tendrían mayor control social como efecto del sublime apoyo popular que lo blindaba. La corrupción se desnudaría con mayor facilidad y a lo mejor “se reduciría a sus justas proporciones” como lo planteó pragmática o ingenuamente en su momento Turbay Ayala.
Hace 18 años nos quitaron la última gran sonrisa, con la sapiencia del humor que representaba a todo un pueblo. Pocos días antes de su inesperado asesinato lo profetizó: “Quiero morir de manera singular con un adiós de carnaval”.
Brille para él la luz perpetua, con su mudanza al cielo a donde fue seguramente en busca de otra andanza, de otra chanza.