A propósito de la conmemoración del 12 de octubre y de la revuelta de los indígenas Embera que se han visto obligados a llegar a Bogotá pongo a consideración unos apartes del relato que hizo el religioso español Fray Bartolomé de las Casas unos 40 años después de la llegada de Cristóbal Colon a América, denunciando el peor holocausto del que se tenga registro alguno.
Causa curiosidad como hoy es reprochable y en algunos países incluso un delito exaltar a los malditos nazis autores del Holocausto contra el pueblo judío, pero se sigue exaltando y negando el trato demente con que estos españoles casi acaban con el universo indígena que existía en América antes de su llegada.
Arrebataron nuestras vidas, dignidad, riquezas, creencias, dioses, forma de vida, y tranquilidad, de la forma más cruel que se haya visto y sin un ápice de arrepentimiento. Abro una especie de comillas, aclarando que me he tomado libertades para “traducir” el castellano antiguo a nuestro lenguaje actual:
"A toda esta gente (los indios) la crio Dios lo mas de sencilla, sin maldades, ni hipocresías, súper obedientes, fieles a sus jefes naturales y a los cristianos (españoles) a quienes sirven; muy humildes, pacientes, pacíficos y quietos, sin rencillas, no son bullosos ni agresivos, ni quejumbrosos.
Sin rencores, sin odios, sin desear venganzas tan comunes en nuestro mundo. De igual forma son unas personas con una complexión corporal de la más delicada, delgada y tierna por lo que no soportan trabajos pesados, por lo que más fácilmente mueren de cualquier enfermedad. Ni siquiera los hijos de príncipes y señores del mundo europeo criados entre regalos y vida delicada son tan delicados como los indios aunque sean de linaje de labradores.
También son gente súper pobre y que no poseen ni quieren poseer bienes temporales, y por lo mismo no son soberbios, ni ambiciosos ni codiciosos.
Comen tan poco que la comida de los monjes penitentes en ayunas parece un banquete al lado de la suya. Sus vestidos por lo general son en cuero para cubrir sus partes íntimas y cuando mucho se cubren con una manta pequeña de algodón.
Sus camas son una estera y cuando mucho duermen en unas como redes colgadas que en la lengua de ellos llaman hamacas.
Así mismo son limpios y desocupados y de gran entendimiento, muy capaces y dóciles para aprender buenas doctrinas, muy aptos para aprender la fe católica y ser dotados de virtuosas costumbres, y los que menos impedimentos tienen para lo que Dios hizo al mundo.
Practican la fe católica recién aprendida y sus sacramentos con gran entusiasmo. Finalmente he oído decir a muchos españoles que llevan años viviendo en América “Es cierto que esta gente eran de las más bienaventuradas del mundo (solo les faltaba conocer a Dios)”.
Contra estas mansas ovejas de grandes cualidades dotadas por su creador y hacedor entraron los españoles, mostrándose como lobos, tigres o leones hambrientos y súper crueles.
Y no han hecho otra cosa en los 40 años que llevan en América que despedazarlos, matarlos, angustiarlos, afligirlos y destruirlos usando las más extrañas y nuevas formas de crueldad nunca antes vistas ni leídas ni oídas, de las cuales unas pocas se describirán abajo, tanta fue la carnicería que habiendo en la isla Española (actual Republica Dominicana y Haití donde primero llego Cristóbal Colon) tres millones de indios hoy no quedan más de doscientas personas.
Fray Bartolomé procede a describir la extensión de las otras islas del caribe entre ellas Puerto Rico, Cuba, Jamaica, comparándolas con distancias y extensiones conocidas en Europa (la totalidad de islas mayores del caribe tienen una superficie de casi la mitad de España), indicando que todas ellas al momento de hacer el relato se encontraban prácticamente despobladas de nativos, desapareciendo en tan solo 40 años de conquista la totalidad de indios que Fray Bartolomé estima entre 12 a 15 millones de indígenas que la habitaban a la llegada de los españoles.
Hay dos maneras principales que han tenido los que se hacen llamar cristianos para extirpar y borrar de la tierra a aquellas golpeadas naciones.
La primera fue por guerras injustas, crueles, sangrientas y tiránicas. La otra, después de que han asesinado a todos los que podrían anhelar o suspirar por la libertad o a salir de los tormentos que les hacen padecer, que por lo general son los jefes nativos y los hombres varones (porque normalmente los españoles en la guerra no dejan con vida sino a las mujeres y niños), oprimen a los sobrevivientes con la más dura, horrible y áspera servidumbre (esclavitud) a la que jamás hayan sido obligados hombres o bestias. De esas dos formas se valen los españoles para desaparecer prácticamente a la totalidad de los indios que eran dueños de estas tierras.
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La causa por las que los cristianos han asesinado y destruido tantas y tan infinito número de animas ha sido solamente por obtener el oro y hacerse de riquezas y en muy pocos días hacerse a un estatus social muy alto, la insaciable codicia y ambición que han tenido, que no ha tenido límites y encontrarse ante personas en aquellas tierras tan felices y ricas, y sus gentes tan humildes, tan pacientes y fáciles de conquistar, con las cuales no han tenido respeto ni les han tenido ni siquiera por lo menos la consideración que se les tiene a las bestias de carga, las desprecian incluso peor que al estiércol de las plazas.
Y de esta forma han cuidado de sus vidas y sus almas por lo que la mayoría de los millones que han muerto lo han hecho sin su merecido funeral. Y es tan apabullante esta verdad que todos los españoles, por más tiranos y asesinos que sean, reconocen que nunca los indios de todas las Indias hicieron mal alguno a los cristianos, por lo contrario los creyeron venidos del cielo hasta que se dieron cuenta de sus crueldades, robos, muertes, violencia y vejaciones.
Procede Fray Bartolomé a relatar el trato que les dieron a los 5 reinos que había en la Isla La Española (Haití y Republica Dominicana). El primer cacique ofreció su reino al servicio del Rey de España y ordeno que por cada familia de su reino se entregue un cascabel lleno de oro a los españoles, cuando este recurso se había agotado les redujo la ofrenda a la mitad y luego les propuso a los españoles que a cambio del oro, les harían un gran cultivo para proporcionar una ofrenda equivalente a la que antes recibían en oro porque el cacique decía, y así era, que sus ciudadanos no eran aptos para coger oro.
El pago que dieron a este cacique por parte de los españoles fue violar a su esposa, el cacique tuvo que huir y refugiarse con uno de sus vasallos y entrar en guerra contra los españoles hasta que fue derrotado y encarcelado para llevarlo a España, con tan mala suerte para los españoles que el barco en el que se lo iban a llevar se hundió junto con todo el oro arrebatado a los indios, entre ellos el grano más grande que se había visto que pesaba casi 20 kilos (valorado en unos 4 mil millones de pesos a precios de hoy).
Igual destino sufrieron los reyes de los otros reinos de La Española, los españoles con sus caballos y espadas derrotaban fácilmente a los indios que después de tanta crueldad e injusticia se levantaban contra ellos.
Después de una de aquellas derrotas causada por la superioridad que daban los caballos a los españoles, estos llamaron por engaños a 300 jefes de aquel reino para que se reunieran en una casa de paja muy grande y una vez encerrados les prendieron fuego y los quemaron vivos. A los sobrevivientes los pasaron por la espada, a la cacique la ahorcaron.
Algunos cristianos quizá por piedad o para llevárselos como sirvientes, rescataban algunos niños y los montaban en sus caballos pero sus compañeros que venían por detrás les clavaban una lanza o si el niño estaba en el suelo le cortaban las piernas con sus espadas
…
Comúnmente mataban a los señores y nobles de esta manera: Hacían unas parrillas de varas sobre horquetas (palo en forma de Y) y los ataban en ellas (como un pollo asado) y les ponían por debajo fuego lento, para que poco a poco, dando alaridos, en aquellos tormentos desesperados se les salían las ánimas (perdían el conocimiento).
Una vez vi que teniendo en las parrillas quemándose cuatro o cinco jefes (y aun pienso que había dos o tres pares de parrillas donde quemaban otros) y ya que daban muy grandes gritos y le causaba pena al capitán o más bien le impedían el sueño, mandó que los ahogasen, y el alguacil, que era peor que verdugo que los quemaba (y sé cómo se llamaba y aun sus parientes conocí en Sevilla) no quiso ahogarlos, antes les metió con sus manos palos en las bocas para que no suenen sus gritos, y les aumento el fuego hasta que se asaron despacio como él quería.
Yo vi todas las cosas arriba dichas y muchas otras infinitas, y porque toda la gente que huir podía se encerraba en los montes y subía a las sierras huyendo de hombres tan inhumanos, tan sin piedad y tan feroces bestias, extirpadores y capitales enemigos del linaje humano, enseñaron y amaestraron lebreles, perros bravísimos que en viendo un indio lo hacían pedazos en un credo, y mejor arremetían a él y lo comían que si fuera un puerco.
Estos perros hicieron grandes estragos y carnecerías. Y porque algunas veces, raras y pocas, mataban los indios algunos cristianos con justa razón y santa justicia, hicieron ley entre sí que por un cristiano que los indios matasen habían los cristianos de matar cien indios.
Y así continúan el relato de las infinitas atrocidades cometidas en tan corto periodo de tiempo que duele el corazón de solo leerlas. Es intolerable para el alma la lectura continua del manuscrito cuyo autor es un español piadoso de aquella época.
Tomado de Brevísima relación de la destruición de las Indias, Autor: Fray Bartolome de las Casas – 1542