¡Hola, soledad, no me extraña tu presencia!

¡Hola, soledad, no me extraña tu presencia!

"Las nuevas tecnologías han logrado acortar las brechas de comunicación, pero también han permitido que nos perdamos de establecer contacto físico con nuestros contactos"

Por: Eddie Vélez Benjumea
julio 17, 2020
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¡Hola, soledad, no me extraña tu presencia!

La soledad tiene algo particular: no decide a quién llegarle. ¿Qué quiero decir con esto? Haciendo referencia a esta reflexión explico que la soledad no es una entidad que maneje un cronograma y tenga la convicción de decidir quién va a padecerla. Llega así, sin más, impertinente y sorpresiva a quien menos la espera, y así no la conozca, así no tenga nada que ver con ella y la haga de lado nadie está exento de sentirla, tan suya como el primer respiro que dio al nacer.

Las nuevas tecnologías son sorprendentes. Han logrado acortar brechas de comunicación que antes impedían acercarnos a nuestros seres de interés, pero como todo en exceso es contraproducente, las mismas han permitido que por la facilidad de conexión que tenemos nos perdamos de establecer contacto físico con nuestros contactos.

“No estoy segura de qué fuerzas interiores me han impulsado, en los últimos años, a ponderar y enfrentarme con los problemas psiquiátricos de la soledad".

Nos hemos ensimismado, y con demasía, en un mundo netamente digital, en la que nuestros amigos son seres virtuales, nada más que bits y algoritmos alfanuméricos representados por ceros y unos en nuestros chats, y con eso nos quedamos, no vamos más allá, es más, no queremos ir más allá. Nos basta con esa relación intrascendental que abarca los principios de socialización más básicos de maneras abruptas y difíciles para muchos, y hasta ahí llegamos, no por simple capricho, sino por la evolución de la comunicación que ha logrado la modernización y que nos ha dejado envueltos en un rollo melancólico de insatisfacción personal y soledad perpetua al mejor estilo de El capitán no tiene quien le escriba.

Poetas, filósofos y escritores se han referido hacia la soledad por milenios, no es un tema nuevo, pero cada vez sorprende las nuevas maneras cómo ataca a la humanidad. Se podría decir que es la pandemia más agresiva y larga que se ha movido por estos lares, y sus métodos de contagio evolucionan más rápido de lo que parece, pues se aprovecha de las costumbres actuales para vadearse por las efímeras aguas de nuestra sociedad.

La psicoanalista Frieda Fromm-Reichmann publicó en 1959 On loneliness, el primer texto científico sobre el estudio de la soledad, en él argumentó: “no estoy segura de qué fuerzas interiores me han impulsado, en los últimos años, a ponderar y enfrentarme con los problemas psiquiátricos de la soledad. He encontrado una extraña fascinación en pensar en ello y, subsecuentemente, en el intento de romper el aislamiento de pensar sobre la soledad e intentar comunicar lo que creo haber aprendido”.

Lo que me lleva a pensar: ¿qué edad tiene la soledad?, ¿cómo es representada?, ¿en realidad es un viejo caprichoso, canoso y arrugado que va por la vida succionando el alma de quienes cae en sus garras? O, como alguna vez cantó Rolando Laserie, no es de extrañar su presencia porque casi siempre está con nosotros y cada encuentro no es más que otra coincidencia fatua de la vida.

La soledad tiene un capricho incondescendente con la juventud. Pareciera que fuera la etapa de la vida a la que más le gusta perjudicar y relacionado a esto la soledad no ataca solamente nuestra psiquis, sino nuestro estado físico y saludable.

De hecho, el 18 de abril de 2016 se realizó una revisión sistemática y meta-análisis de estudios observacionales longitudinales sobre la relación entre la soledad y el aislamiento social como factores de riesgo para la enfermedad coronaria y derrame cerebral, donde se encontró que “las relaciones sociales pobres se asociaron con un aumento del 29% en el riesgo de cardiopatía coronaria incidente y un aumento del 32% en el riesgo de accidente cerebrovascular”.

Es así como la soledad influye no solamente en nuestro comportamiento social, sino en nuestra salud; destruyendo de a poco nuestras habilidades civilizadas y carcomiendo nuestro estado de bienestar.

En los jóvenes, el uso de las nuevas tecnologías y el auge de las redes sociales ha alimentado un síntoma de egocentrismo vacío, en el que la guerra de los likes y shares ha sobresaltado a una realidad ficticia, donde se vuelven personajes de la vida pública y son admirados por cientos de miles, hasta millones de otros jóvenes vacíos en busca de entretenimiento para saciar su síntoma de soledad y quizá, complementar esa falta de empatía.

Por supuesto no hay que generalizar, la soledad no gobierna esta etapa de la vida, pues como decía al principio de esta reflexión esta no decide a quién le cae, es inherente a la edad en la que puede establecerse, pero proporcional al estado de ánimo de su despojo.

Claro está, hay gente a la que le gusta tener su propio espacio, que saben manejar la soledad, que aman sus ratos libres de compañía. De hecho, es saludable tener esos espacios de vez en cuando, para interiorizar problemas y quitar el estrés de nuestra vida cotidiana.

Empecemos por estar más con nuestros seres queridos, por compartir más ratos agradables con nuestros amigos, por vernos, por hablar cara a cara, por tener tertulias largas de frente y dejar la comunicación digital solo para hábitos que así lo requieran, porque compartir, más que un acto de socialización, es un acto de bondad para el ser humano.

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