Me monté en el avión. La lista de espera fue un poco traumática. A la ciudad donde me dirigía viajaban medio centenar de ancianos, pertenecientes a un ancianato, que se habían ganado un premio, que según escuché, se había organizado entre varios centros geriátricos y que consistía en contar el número determinado de ancianos por ancianato, sumar sus edades, y quienes acumularan más edad por institución, tenían derecho al mencionado viaje. Bueno, así fue, se imaginaran ustedes que el número de ancianos era equivalente al número de sillas de ruedas. Por un anciano, una silla de ruedas. Hubo uno, que ustedes me perdonarán, me hizo totear de la risa, porque al momento de estornudar expulsó su chapa como a cien metros de donde estaba y cual ley de Murphy, la bendita chapa cayó en el vaso de jugo de una de mis tías, quienes me acompañaban en el viaje.
Bueno, por ser de la tercera edad, estos ancianos tenían opción preferencial en la aerolínea. Había que esperar que cada uno de estos vicarios personajes se identificarán. Habían unos que no se acordaban ni del nombre. Mi amigo Alzheimer había hecho de las suyas. En fin, después de una larga espera, le tocó el turno a mi núcleo de acompañantes y a quien escribe. Afortunadamente no hubo ningún tipo de inconvenientes.
Entrando en el avión, nos percatamos que, oh sorpresa, nos había tocado los puestos posteriores, es decir, los últimos, la fila 30 A y siguientes. Esta ubicación en particular tiene una especial y desagradable característica. Está acomodada enseguida del baño. Mi hija y yo, cada rato nos mirábamos las caras, un poco con rubor y vergüenza, porque sentíamos un flatulento olor a gas. Sí, ambos sospechábamos el uno del otro, pero se nos hacía imposible pensar que éramos nosotros, por lo sucesivo de los olores. La realidad nos demostraría que los verdaderos autores de aquellos atentados a nuestro delicado olfato, eran los pasajeros que se acercaban y encerraban en el baño a dejar salir y expulsar cuál cantidad ilimitada de gases saliera de sus intestinos. Qué terrible. Yo culpo a la aerolínea y específicamente al menú de esta, de ocasionar estos eventos tan desagradables. La inclusión del apio en la ensalada fue algo desafortunado, especialmente para nosotros, los de las sillas posteriores.
Está historia continuará...