“Busca a la mujer del vestido, sin mujer no hay vestido”. Con esta sugestiva frase de la diseñadora francesa Coco Chanel y con el referente de fondo de lo que ha sido el devenir del vestido en la historia de la humanidad, nos introduce Angie Roa al espíritu de esta muestra suya en la que metaforiza su historia personal a través del elemento simbólico del Maniquí para construir un relato que ella integra básicamente dependiendo de “cuatro series con diferentes técnicas: los círculos con los vestidos, las telas bordadas sobre bastidores, las plumillas y los grabados. De esta forma logro materializarme en un maniquí de sastre y tomo el vestido para representar sensaciones de un pasado, un presente y un futuro, contando mis historias a través de esta creación artística”.
Y agrega: “La serie de los círculos tiene diferentes tipos de vestidos según mis sentimientos. Todos ellos custodian instantes simbólicos y guardan códigos personales. Las telas bordadas representan mi desnudez y pensamientos íntimos. Las plumillas, son una búsqueda desde el interior espiritual y físico, logrando entender las diferentes capas en que está compuesto mi ser. Y la serie de los grabados en metal son las marcas que han quedado en mí en el trascurso de la vida y nunca se borrarán”.
Así define la propia artista sus propósitos estéticos en esta muestra para la cual abrimos el pasado jueves 11 de mayo las puertas de la Galería de la Aduana de Barranquilla para inaugurar, en una noche lluviosa, una exposición de la colombiana Angie Roa Fajardo que en verdad habíamos estado esperando exhibir en nuestra sala desde hace más o menos un par de años.
Desde que ejerzo de coordinador y curador parcial de esta galería siempre he hecho el ejercicio de quedarme a solas con la obra en la sala de exposiciones, una vez la muestra está ya montada, identificada con sus fichas técnicas y debidamente iluminada. Es allí cuando siento la plena comunicación con la obra que me ocupa. Antes, las imágenes en fotografía y video, como suele suceder en muchos casos, ante la imposibilidad de tiempo y espacio de poder ver la obra en el taller del artista, o colgada previamente en alguna sala, en realidad sólo informan vagamente de lo que en verdad puede decir la obra puesta en la circunstancia ideal de una buena pared y en el contexto del proyecto conceptual y formal que una muestra cabal comporta.
Es allí cuando puedo entender y celebrar plenamente el hecho de haber podido acertar en la programación de una muestra; o, eventualmente, llenarme de dudas y de pavor, cuando descubro que las imágenes sueltas que recibí virtualmente me sugirieron un sentido y una dimensión que ahora en la experiencia factual no encuentro de la misma manera.
O lo contrario, como me sucedió con estas Historias de Maniquí de Angie Roa, que el hallarme frente a frente a cada una de sus piezas, y en la soledad de la sala, en su conjunto surgió la plenitud de un texto lleno de sugerencias, delicadas filigranas, sutilezas eróticas, pequeños y grandes misterios, que me llevaron a exclamar: Nadie desnudó tanto un vestido. Y esa desnudez devela un intenso viaje íntimo a la historia del vestido y del maniquí, para redondear la metáfora de un viaje interior de la artista.
Con esta propuesta artística en la que realización y concepto están finamente concertados en un lenguaje poético lleno de sugestivos matices, notas subliminales y máximo logro estético en su materialización, Angie Roa pone en el escenario desafiante de las artes plásticas su trabajo de pintora, escenógrafa, diseñadora y vestuarista, y el resultado es esta seductora e intrigante exposición que ahora se toma las paredes de la galería de la Aduana de Barranquilla.
Al decir del crítico Charlie McPherson, “Angie considera que su obra no es ninguna fabricación de algo intangible o inconcebible, sino el reflejo de la totalidad de su experiencia, tanto en el mundo concreto como en el de lo sublime. Las cosas se permutan en su proceso de elegir un hilo, describir una forma con un lápiz; sus pensamientos cristalizan al ser físicamente expresados sin ser rígidos; invitan la exploración del observador y provocan aún más pensamientos.”
Y por otra parte, el también crítico Octavio Mendoza considera que la obra de Angie Roa Fajardo “nos brinda la oportunidad de traer a cuento la conexión incógnita entre el maniquí y el hombre. La historia del arte recuerda que los maniquíes, una vez diseñados para otorgarles los movimientos y posiciones humanas, se convirtieron, junto los pinceles, pigmentos y caballetes, en instrumentos en el estudio de los pintores como modelos, hecho evidente en la inolvidable pintura que Thomas Gainsborough tituló El señor y la señora Andrews, del siglo XVIII.