Historia del ex magistrado Esteban Di Dazzo Ladino

Historia del ex magistrado Esteban Di Dazzo Ladino

Por: Julián Hernandez Romero
abril 16, 2015
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Historia del ex magistrado Esteban Di Dazzo Ladino
Imagen Nota Ciudadana

Hace diez años fue la comidilla de los pasillos judiciales y el mayor escándalo que se pudo descubrir en una de las ramas del poder publico. Hoy que la rama ha retoñado, quisimos entrevistar al principal personaje aquellos acontecimientos, el inolvidable magistrado de la Corte, doctor Esteban Di Dazzo Ladino.

Para este reportaje, estuvimos durante cinco días visitándolo en una de sus muchas e inmensas fincas ganaderas. Aunque el reportaje se agotó en menos de cinco minutos, los días restantes fueron necesarios para que pudiéramos recuperar la grabadora que el ex magistrado no quería devolvernos.

…Lo encontramos bajo un árbol de níspero abanicándose con el cartón de un almanaque de Pielroja mientras fingía leer “Los secretos de Aristóteles” y sin preguntársele, asegura que su salida de la Corte se debió a que quería llegar a ser como el gran Aristóteles…Onassis, por supuesto.

Le brillan los ojos cuando se le menciona a Sócrates y no duda en afirmar que ha sido uno de los mejores… futbolistas de Brasil. Cuando se le pregunta por el otro Sócrates, se precia de tener todos los libros escritos por el filósofo griego y cuando se le dice que Sócrates fue un maestro eminentemente oral, dice que también tiene sus grabaciones.
El doctor Esteban Di Dazzo nació por allá a principios de los años sesentas, en una región subtropical lejana al páramo capital. Educado en medio de una familia donde la ética de lo público era tan sagrada que raras veces se aceraban a ella, pocos recuerdan que su abuelo Iván Diddo era un hombre de letras…y pagarés y cheques e hipotecas. De su padre hay versiones totalmente diferentes: unos dicen que fue un político regional que llegó al Senado de la República, otros por el contrario no aceptan tal infamia.

Esteban Di Dazzo recuerda con nostalgia las historias de sus antepasados, unos inmigrantes que recorrían el país vendiendo telas al mejor postor, quizás como él lo quiso hacer más tarde, ya no vendiendo un corte de tela… sino tutelas en la corte.

Dice que de niño siempre quiso ser piloto, pero no pudo ser ajeno al llamado desinteresado por servir a la patria y la justicia. Ya en sus años mozos el joven Esteban Di Dazzo tuvo en claro que quería ser magistrado de la principal corte del país. Y para llegar a ello, dice, estaba dispuesto a lo peor. Aún aprender rudimentos del derecho.
Una vez en la universidad memorizó los férreos principios éticos de la justicia, que lamentablemente al poco tiempo olvidaría para siem-pre.

En la sala de su finca tiene un televisor gigante en donde mira el programa de cuyo contenido se nutría para dictar sus sentencias en su época como magistrado: “Laura en América”.

Tiene claro en su memoria el día que se graduó como abogado como siempre lo quiso: con Bombo y Platillo.
De todos los amigos que tuvo gracias al lobby profesional, solo dos lo acompañan los miércoles en la tarde para jugar una partida de dominó, se trata de los doctores Eustorgio Bombo y Ercilio Platillo, con quienes se recibió como abogado, ambos ex contralores departamentales a quienes la suerte quiso que se ganaran varias veces el Baloto mientras desempeñaban sus cargos públicos. No faltó entonces el malpensado que los demandara por enriquecimiento ilícito, sin embargo el proceso contra ellos fue archivado y la maquina balotera hoy reposa en una celda de máxima seguridad en la Cárcel de Cómbita

…Ya para la década de los ochenta, el doctor Esteban Di Dazzo Ladino había hecho sus primeros pinitos. “De algo tenía que servirme el curso de bonsái que había tomado por correspondencia”, asegura con desdén.

Como provenía de una próspera familia que no concebía la vida sin un jugoso puesto público con poder, tuvo su primera gran oportunidad en la Jefatura de Personal de una entidad nacional. Su nombramiento fue reñido donde primaron los méritos, la experiencia y sobre todo la limpieza. “Éramos tres los que queríamos ese puesto y nuestros nombres estaban en un papel sucio, entonces ordenaron que limpiaran la terna”, dice.

Con el correr del tiempo y compensando su falta de talento con su ambición al poder y al dinero, el doctor Di Dazzo logra un cupo como auxiliar de docencia en donde dicta materias tan difíciles como “Tramparencia electora I”, “Derecho Corrupcional Colombiano”, “Introducción al Tráfico de influencias, siendo titular de las cátedras su padrino de bautismo, el ilustre profesor Noé Hurtado Plata.

Pero su meta anhelada era la Corte, pero como sabía que más bien había estudiado poco para acceder al cargo de magistrado, intentó prepararse en la “Universidad de La Soborna” de donde fue rechazado por querer comprar el cupo. Pasó entonces a solicitarlo en la “Universidad del Callao” ante lo cual el alma mater guardó silencio.
Dice que desesperado entonces pasó una solicitud a la universidad que más se ajustaba a su manera de ser: la Universidad de San Dionisio, el Exiguo, en España, de donde salió como “Técnico Auxi-liar en Cerrajería Jurídica”. Al final esta especialización fue la que le abrió las puertas a su ferviente deseo de ser magistrado de la principal Corte del país.

Ya para entonces, el doctor Di Dazzo había acumulado un gigantes-co record de estudios académicos y una intrincada madeja de contactos al punto que le llegó la gran oportunidad y el sueño de su infancia se hizo realidad: fue nombrado como magistrado de la Corte. Con el orgullo que ofrece el esfuerzo recompensado, el doctor Di Dazzo sintió nostalgia por aquel sueño infantil de ser piloto y entonces se dijo a sí mismo:“Ya que no pude ser piloto, voy a ser un avión como magistrado”.

Dice que entrando a la Corte, el primer día de labores, musitó una plegaria a Temis la diosa de la Justicia y le rogó que lo pusiera a salvo de los enemigos, las persecuciones, las inquinas, las truculencias, y dice que oyó una voz en el cielo que le dijo: “Con éste signo vencerás”. Inmediatamente recordó el mensaje que recibió Constantino. El Doctor Esteban Di Dazzo, recuerda que, miró hacia el cielo y vio el gran signo que lo pondría a salvo de todos los peligros:“$”.
Entonces inmediatamente llegó a su escritorio le puso orden a ese desgreño proverbial que acusan los despachos judiciales. Comenzó dejando claras las cosas para todo el mundo, para lo cual elaboró una inmensa cartelera de su puño y letra y la colgó arriba de la puerta: “Sentencias a 500. Nulidades a 300; Recursos a 250. Las cifras están en millones. Fabricamos toda clase de pruebas… Aplican restricciones”. Como si fuera poco hizo quitar el retrato de Simón Bolívar y allí colocó el cuadro de un flaco arruinado, “yo vendí a crédito” y al lado su propio retrato mofletudo de próspero comerciante, “yo vendí a contado”.

Fue entonces cuando la rechifla no se hizo esperar. “¿Cómo así que está vendiendo sentencias a 500 millones?, se persignaban sus colegas por semejante afrenta a la justicia. Todo aquello era inaudito. Imperdonable. “Esos precios están muy bajos”, musitaban entre ellos. Por esa simpleza comenzaron a pedirle la renuncia al sufrido doctor Di Dazzo.
Este pequeño desliz, fue su fin. A parte de la venta de sentencias, se supo también de una bien elaborada redecilla de influencias, la compra de tierras a campesinos amenazados y otros torcidillos menores.

Afanado por el escándalo que alcanzó proporciones bíblicas, el doctor tomó otra mala decisión: recurrir a los servicios de un reconocido abogado del entretenimiento quien demostrando que en sus épocas de estudiante de filosofía del derecho descolló como gran billarista, vociferó que la ética no tenía nada que ver con el derecho, e intentó vanamente minimizar los hechos, como cuando el capitán del Titanic dijo a los pasajeros: “Sólo fue un rayoncito”.
Acorralado y sintiendo que el estado de opinión lo rechazaba, Di Dazzo rompió entonces su silencio y dio explicaciones magistrales: “Primero cae un mentiroso que un ladrón”, con lo cual dejaba en claro que se puede robar, pero jamás mentir.

Despejó cualquier duda de sus riquezas afirmando que si poseía tie-rras que pertenecieron a campesinos despojados por los paramilitares, ello no era más que su pequeña contribución a la movilidad social.

Pero la pieza monumental de su autodefensa (pues, como se dijo, él mismo salió a defenderse), fue la cita a la que apeló a partir de sus vastos conocimientos en latín: “Ego non renunciato. Ego renunciato onmes vamus ut tres merdum” (No voy a renunciar. Si renuncio nos vamos todos para las tres m…”.

Entonces al doctor Esteban Di Dazzo se le vino el mundo encima y en esos momentos quiso volver a ser aquel niño regordete y bullanguero de tierra caliente que jugaba en las extensas haciendas de sus ancestros, imaginando que era un aviador y volaba por otros mundos. Solo que ahora quería volarse al menos del país.

Pero el tiempo ha pasado, y hoy, en medio del olvido de todo el mundo el doctor Esteban Di Dazzo espera la jugosa pensión que le debe el Estado por toda una vida de servicios mientras añora sus enriquecedoras “tertulias académicas” con whisky y música de acordeón que sostenía hasta altas horas de la noche en algunas de sus su mansiones con aquellos abogados que esperaban una sentencia favorable.

El ex magistrado baja la mirada cuando se le pregunta si fue una injusticia lo suyo. Con un dejo de tristeza responde sin dudarlo que sí. Que fue acusado y perseguido por algo que nunca hizo…ser honrado.

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