Corregimiento Vega Larga, Meta. 24 de diciembre del año 2000. Leonardo se dirigía a comprarle un regalo a su mamá que estaba de cumpleaños. Ese día hubo una operación militar de soldados profesionales y sacaron a todos de las casas: hombres, mujeres, niños y los pararon a lo largo de la carretera. Comenzaron a tomarles foto y huella a cada uno. Después de esto y sacar todo lo que, según la gente del pueblo se robaron-- ollas, dinero y joyas-- dejaron a cinco personas, entre ellas cuatro adultos y Leonardo de 10 años.
Los acusaron de tener vínculos con la guerrilla, de ser unos ‘sapos’ de las FARC. Por lo tanto, debían pagar por eso. Iban a ser procesados. “Yo qué carajos iba a saber qué era procesar, yo me imaginé que nos iban a echar a una caldera y nos iban a hacer lo que hacíamos con la droga”. Comenta Leonardo Zuluaga, 14 años después.
Los llevaron a las afueras del pueblo, a una gallera abandonada. Los empezaron a torturar, enterrándoles agujas en los testículos, entre las uñas y los dedos de las manos. Les envolvían la cabeza en bolsas plásticas, les daban culetazos con el fusil en el abdomen y las piernas, les enrollaban ponchos en el cuello y un soldado de cada lado halaba.
“A raíz de esa tortura, el 13 de febrero del siguiente año, ingresé a las FARC”, recuerda Leonardo, quien nació el 18 de noviembre de 1990 en Líbano, Tolima. No tuvo una infancia fácil o al menos feliz y despreocupada como cualquier otro niño.
Cuando estaba pequeño sus padres se separaron y se fue a vivir con su madre y padrastro al municipio de Villarrica. Estudió hasta primero de primaria y desde allí se dedicó al trabajo en el campo.
En el año 98 las FARC se toman el pueblo y después de cinco días de combate, él y su familia lograron salir desplazados para Gigante, Huila. Pasados 15 días, esta misma guerrilla llega a su nuevo hogar y de nuevo realizan una toma. Para Leonardo “estaban salados”.
El niño de 8 años desarrolló traumas sicológicos; le daba pánico el sonido de helicóptero y un día, después de una alta fiebre, estuvo en estado de locura casi tres semanas. “Se me corrió la teja”. Gracias a la ayuda de la sicóloga del colegio, logró recuperarse, pero la gente en el pueblo seguía tratándolo de ‘Mohan’ por andar desnudo y corriendo por todas partes. Por esta razón, su familia decide trasladarse hacia otro corregimiento, Vegalarga en Neiva.
Allí empezaron a cambiar la mentalidad de campesino agricultor y trabajador, por una más ambiciosa y decidieron dedicarse al narcotráfico. Sembraron y traficaron Amapola, produjeron morfina y esto hizo que se impulsaran económicamente.
Tiempo después, su padrastro sufrió una grave enfermedad que lo condujo a un estado de coma durante 4 semanas. En ese momento no contaban con seguro médico ni SISBÉN, ya que era difícil conseguir uno en aquella época. “La presencia del Estado en cuanto al SISBEN no era visible, algunos ‘dichosos’ tenían una ficha para SISBEN, ni siquiera era este en sí”. Por esta razón la estadía en la clínica fue muy costosa, donde les valía casi un millón de pesos al día. Cuando su padrastro salió de la clínica, estaban en quiebra.
En consecuencia de una tortura que sufrió por parte de soldados profesionales del Ejército de Colombia y como respuesta a las injusticias que según él recibía por parte del Estado, el 13 de febrero del año 2001, Leonardo ingresa a las FARC como miliciano popular.
Después de revisar su ‘hoja de vida’ donde un niño de 10 años no tiene mucho que mostrar, y hacer un seguimiento a su comportamiento durante un mes, Leonardo es aceptado en el grupo subversivo. Luego de ser presentado al comandante, obtuvo su primera misión que duró 8 días.
Al completarla, recibió una nueva misión en compañía de dos niños más, uno de 11 y otro de 12 años. Apenas con el conocimiento de saber utilizar un revolver, debían elaborar un retén para el ejército y cuando los tuvieran allí llegarían sus compañeros. Este día casi debieron enfrentarse a bala con los soldados y uno de sus compañeros se rompió un brazo. Después de esto recibió un entrenamiento de 2 meses.
A partir de allí comenzó su vida de rebelde, aprendió a hacer inteligencia, preparar secuestros, preparar ‘caza bobos’, campos minados, seguimientos, entre otras cosas de guerra.
El 16 de septiembre del 2005 fue capturado en una operación militar que hubo por la zona. Su novia con la que llevaba varios años, lo había entregado.
Ese día inició su proceso judicial, ingresó a un centro de reclusión de menores y al año siguiente salió el fallo del juzgado donde decía que se le tenía que reconocer como víctima del conflicto armado y que le debían restituir los derechos. De allí pasó a estar en custodia del ICBF.
“Esto fue una gran bendición para mí, porque yo en la correccional quería devolverme para el grupo, quería cobrar venganza de muchas cosas. Para mí la estadía allá fue una eternidad porque no era una persona de mundo, era una persona inocente, a pesar de haber hecho muchas cosas. Entonces ver chicos masturbándose, teniendo relaciones sexuales entre ellos, drogándose, para mí fue impresionante, yo era un campesino”.
Luego, Leonardo conoció el programa de la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR) y comenzó a pensar en darse otra oportunidad. En esta agencia para los niños, niñas y adolescentes no se habla de captura si no de ‘recuperación’, al igual que en vez de ser desmovilizados son desvinculados. Todo esto porque un niño no tiene la misma capacidad de racionalización que un adulto, al tomar la decisión de entrar a un grupo armado y cometer todos los actos que realiza.
La ACR es una oportunidad para las personas que pertenezcan a grupos armados organizados al margen de la ley para que los dejen y le den un nuevo rumbo a sus vidas.
Para Angélica María Alzate, coordinadora de comunicaciones externas de la ACR, “Una de las mayores enseñanzas que me ha dejado este trabajo es que no hay una sola verdad, que el país no se puede casar con una sola versión de la historia, yo creo que esto es algo que nos dicen a todos, que una historia tiene dos lados, pero hasta que no lo vemos de esta manera tan cruda, no lo entendemos, no lo asimilamos”
“He soñado con ser Presidente de Colombia y comencé a pensar que tal vez no lo iba a lograr si seguía por la vía armada, porque podrían matarme o darle miedo a la gente. Y pensé que habían dos formas de llegar al poder: una era por el temor de la gente y otra por el amor de la gente, consiguiendo su voto de confianza para llegar a ocupar un cargo de estos, entonces me puse a reflexionar sobre el tema”, comenta Leonardo.
Así que decidió prepararse, terminar su primaria, bachillerato y universidad estudiando Administración Judicial en la universidad de Caldas. Además, conformó su propia familia; actualmente tiene una esposa e hijo. Se enamoró del trabajo social, ahora labora en una fundación en Manizales. Le gusta mucho trabajar con niños y sobre todo con jóvenes porque le conlleva muchos retos.
Desde hace un año ejecuta un proyecto, una emisora cultural. Actualmente es el secretario juvenil del municipio, quien le sigue al alcalde juvenil en jerarquía.”Estos son espacios para crecer a nivel personal y ayudar a crecer a otros”.
Durante los cinco años que estuvo en las FARC, Leonardo entendía que estaban haciendo cosas que no eran correctas, pero las justificaba en que el Gobierno estaba oprimiendo al pueblo, que los estaba matando, y se ponía a mirar esas cosas y para él era así, sobre todo por lo que le habían hecho. “Uno se iba para la guerrilla y le daban un fusil, comida, vestido, le daban todo para que se defendiera. Para mí los buenos eran otros, se estaban volviendo buenos los malos”.
Leonardo pertenecía al Frente 17 Angelino Godoy, que opera en el centro norte del Huila y parte del Tolima y Caquetá. Allí nunca vio que alguien estuviera por obligación, aunque era visible que se manejaba una sicología muy fuerte. “En una ocasión recluté a una familia completa de evangélicos, yo con biblia en mano les decía que Jesús fue guerrillero, lo crucificaron porque fue un rebelde y a punta de eso me los llevé. Eran dos hermanos y los papás”.
En los últimos años se ha vuelto un hombre de medios de comunicación, donde le ha tocado enfrentarse a muchos comentarios y críticas sobre todo en las redes sociales. Pero ha aprendido a convivir con ese tipo de situaciones. “Toca aprender a vivir con eso, con el sello de ‘desmovilizado’, a muchos les va a generar pánico, a otros odio, resentimiento, inquietud, otros querrán ayudar y tender la mano; pero son cosas con las que hay que aprender a vivir y asumir lo que se hizo en el pasado”.
Le gustaría no haber hecho lo que hizo en la guerrilla, pero siente que en ese momento debió actuar así. Se arrepiente de no haber compartido con su familia. “Tal vez si no me hubieran capturado, hoy seguiría en la organización, o en una cárcel o muerto. Pero le agradezco a la vida que me haya dado la oportunidad de experimentar y vivir otras cosas; ayudar a la gente, disfrutar de mi familia, salir y viajar”.
Para Angélica María, el perdón es algo muy íntimo, que debe hacer cada uno desde su escala de valores. Pero es bueno tener espacio para una reconciliación, un desmovilizado la merece, siempre y cuando esté arrepentido y comprometido a cumplir con todas las obligaciones que tiene cualquier colombiano como ciudadano.
El tratado de paz es un tema que ha estado en furor los últimos años y estará por mucho tiempo más. Para ella “La paz no se hace con los amigos, la paz se hace con los enemigos”. Por esto opina lo siguiente:
“No es solo ver la paz como negativa que es ausencia de guerra, se debe ver como positiva que incluye todo. Es que ¿qué paz estamos buscando? ¿La paz es lo mismo para ti que para una persona en el Cauca? La paz para ellos puede ser que puedan volver a su tierra y sembrar cultivos de maíz, la paz para una persona en el Chocó es que abra su llave y le salga agua, la paz para una persona en Florencia que vive al lado de un oleoducto sea no tener miedo de que eso explote. Entonces la paz debe ser individual, cada uno la construye de la forma cómo ve el mundo. La paz también se hace con pequeñas acciones. Paz es que yo salga de mi casa y que el portero me conteste el saludo amablemente. La construcción de paz hay que ‘deshabanizarla’ porque no debe depender de lo que pase en La Habana”.
En cuanto a esto, Leonardo Zuluaga tiene su propio punto de vista. “Yo soy un partidario de las negociaciones en La Habana y creo que es una oportunidad que se le debe dar al país. Creo en los diálogos porque si le hemos dado la oportunidad a la guerra, llegar a la paz a través de esta. ¿Por qué no le damos la oportunidad de llegar a la paz a través del diálogo? ¿Por qué no? La gente critica que el proceso es lento, para mí mejor que lo sea, porque eso nos permite ir analizando todos los puntos que deben de ir en el pacto”.
Leonardo es un ejemplo de vida para los niños, jóvenes y adultos que se encuentran en medio del conflicto, para los que aun piensan en vincularse y para todos los espectadores. Con su historia se demuestra que sí es posible un cambio, que hay esperanza de que las personas que hoy realizan tanto daño, mañana puedan contribuir con su propio granito de arena a la prosperidad de la sociedad. No todos lo harán pero siempre hay más personas que quieren hacer cosas buenas que las que no.
La responsabilidad por parte de la ciudadanía es ser capaz de dejar los prejuicios a un lado y ver el lado humano de las personas desmovilizadas, la resocialización es uno de los caminos para encontrar nuestra propia paz.
Leonardo expresa un mensaje para los integrantes de grupos al margen de la ley y para cualquiera que tenga este camino como una opción para su vida.
“El mensaje es que antes de tomar decisiones aprendan a consultar con ellos mismos y que coloquen en una balanza lo bueno y lo malo de estar allá o de estar acá, dónde podemos tener más oportunidades. Estar en la sociedad no es fácil, el estigma, las barreras invisibles, el matoneo, el tema económico; pero a pesar de todos esos altibajos no hay nada más hermoso que la tranquilidad de uno poder desplazarse libremente por el territorio, de compartir con seres amados. Nada de eso se llena con armas ni poder. Allá estamos solos y desorientados, no se puede confiar en nadie. La guerra no es una alternativa, la violencia no es una alternativa. La invitación es saber pensar, luchar y actuar por el sueño que tenemos”.