Un ingeniero norteamericano dedicado a la investigación, desconocido para la mayoría de la gente, terminó por hacerle más daño a la humanidad, tal vez que el propio Adolfo Hitler y todos sus secuaces juntos; sin embargo fue premiado y recibió multitud de elogios, por lo que su vida y hasta su propia muerte fueron una completa ironía. Su nombre fue Thomas Midgley Jr., y su gran descubrimiento, que al añadir plomo a la gasolina, los motores de los vehículos trabajaban con mayor eficiencia.
Después de graduarse en Cornell en 1911, entró a trabajar a la General Motors donde realizó sus investigaciones iniciales y comenzó a obtener sus primeras de las casi 200 patentes que obtuvo por sus inventos. Lo cierto es que Midgley no era tan inocente sobre el terrible efecto colateral que causaba la emisión de las enormes cantidades de plomo a la atmósfera, que ocasionaron y aún siguen ocasionando tan graves problemas de salud.
Los primeros y más perjudicados fueron los propios trabajadores que elaboraban dicha mezcla, y hasta el propio Midgley fue víctima de su propio invento, pues se dice que en 1924, tras años de estar en contacto con esas nocivas sustancias, tuvo que tomar unas largas vacaciones para desintoxicarse del envenenamiento que padecía por el exceso de plomo que tenía en su sangre, pero siempre lo mantuvo en secreto; por eso afirmo que sabía muy bien el daño que estaba causando al planeta.
Era tan obstinado, que una vez convocó una rueda de prensa para demostrar que el plomo era completamente seguro para la salud y no dudó en meter su mano en la sustancia llamada tetraetilo de plomo, así como, cualquier gamín callejero pegado a su frasco de goma, aspiró durante todo un minuto, una botella con la misma sustancia, mientras alardeaba de que podía hacer eso mismo todos los días sin consecuencias dañinas para su organismo.
Sabía perfectamente lo dañino que era el plomo pero nunca lo dijo, seguramente para mantener su prestigio y el mucho dinero que debió ganar por su silencio, como el que le hacía ganar a las grandes petroleras. No contento con esto, inventó otro derivado de los hidrocarburos que dio vida a los también nocivos sprays, que terminó siendo igual o más dañino que el plomo, aunque solo fue dejado de producir definitivamente en 2010. Midgley murió a los 55 años, pues al contraer la polio cuatro años antes, diseñó un sistema de poleas para poder levantarse de su cama, pero un día se estranguló accidentalmente en ellas, por lo que se dice que “murió víctima de su propio invento”.
Gracias a sus investigaciones, en los años 20 algunas petroleras norteamericanas comenzaron a agregar plomo en la gasolina, a sabiendas de que se producirían emisiones que eran venenosas para los seres humanos; se dice que contando con el silencio cómplice del propio Gobierno de los EE. UU. también conocedor del peligro del plomo, pero los intereses económicos primaron, como suele suceder en estos casos.
Esta tenebrosa historia es otra de las deudas que tienen las petroleras con la humanidad, y deberíamos conocer la verdad de lo acontecido para que al menos, no sigamos honrando a los líderes y dirigentes que cohonestaron este crimen, y que hoy reposan muy orondos sobre sus pedestales.
Las petroleras araron el camino a la industria del asbesto, de los pesticidas, de la energía nuclear, de muchas compañías farmacéuticas inescrupulosas y de las tabacaleras, cuya última jugada la estamos viendo en estos días con la denuncia de la Philip Morris al Gobierno de Uruguay por la valiente decisión de haber aprobado la ley antitabaco más dura y radical del mundo.
Petroleras y gobiernos sabían muy bien el riesgo a que sometían a sus ciudadanos desde los años 20, pero les importó un comino.No nos asombremos que casos como estos siguen ocurriendo, cuando el gran capital y algunos políticos sin escrúpulos se dan apoyo mutuo gracias a “Don Dinero” que generalmente es quien termina ganando.
Esperando que el genial Quevedo sepa disculpar el pequeño cambio:
“pues quien le trae al lado
pesa,aunque sea huero,
Poderoso caballero
Es don Dinero”