En aquel tiempo todos éramos felices, trabajábamos duro por la mañana, descansábamos después de mediodía y en el atardecer nos alistábamos para recibir a la madre noche. Vivíamos cada día como si fuera el último.
Fogatas, bailes, trago embriagante, rituales, hermandad, cantos, y alta costura.
Claro, en ese entonces la alta costura no era sinónimo de moda y belleza, como ahora, sino, de originalidad e impacto: pieles de animales, plumas, oro, hojas, ramas, seda… Cada noche era una fiesta. Nadie tenía que esperar un día específico del año para mostrar su verdadera personalidad, todos éramos libres y hermanos.
Nuestro pueblo vivía en paz e independencia hasta que llegaron ellos.
Vinieron sobre el mar montados en grandes monstruos, trajeron guerra, hambruna y miseria.
Nos torturaron, matándonos con lo que más apreciábamos: a los pescadores los ahogaron, a los agricultores los enterraron vivos, a nuestras hermanas las violaron, y a mí me obligaron a ver todas las muertes y luego me ahorcaron con mi propia capa.
Las palabras que dije antes de morir me hicieron despertar del sueño de la muerte.
Ahora vivo en un mundo completamente diferente. Nadie celebra el milagro de vivir, la hermandad se ha perdido y las personas tienen miedo de pensar, de hablar, de ser.
El miedo domina.
Los que mataron a mi pueblo en el pasado siguen vivos y mis ganas por derrotarlos también.
Solo falta encontrar una manada, una tribu, una tripulación dispuesta a vencer, dispuesta a sumergirse, conmigo, en las mágicas aguas de la historia por la utopía del amor.
Sé, que no estoy solo…