Digamos que algo nos quedaron debiendo a lo largo de la historia nuestros padres liberadores (más no fundadores) y no hemos sido capaces de cobrarlo. Ni con rebeldía como tampoco con discernimiento para atrevernos a pensar una Hipótesis País.
Desde los tiempos de las “misiones” que colonizaron el desértico paisaje de la tecnocracia y las políticas públicas en el siglo pasado, a la cabeza de prestigiosos economistas –la mayoría- desde la Kemmerer (1923) para organizar la banca central, pasando por la de Currie (1949) para la organización de la planeación nacional, luego la de Hirschmann (1958) y su enfoque de desarrollo nacional; hasta la misión Bird-Wiesner para las finanzas intergubernamentales (1981) y la Misión de los Sabios (1994) para transformar la educación e impulsar el desarrollo de Colombia con los cambios necesarios en el modelo educativo.
No entramos en detalles sobre otros intentos menos o más afortunados que hemos visto pasar por los ríos de tinta y presupuesto gastado en los eternos diagnósticos del mismo país conocido y sintomático; enfermo y regenerado. ¿Cuánta plata no ha devorado las aguas de la eterna Mojana?
¿Por qué distraer a nuestros lectores con este tipo de temas, aparentemente sosos?
Porque en parte a los que habitamos este país en hipótesis, nos han dejado sin opción para digerir las posibles “variables” que ayudan solas o en su conjunto, a explicar parte de la locura colectiva que no nos deja poner de acuerdo, ni si quiera en lo más elemental: respetar la vida del otro.
Entonces el columnista o el formador de opinión (pública o no) prefiere lanzarse al mar de los sargazos y experimentar que las aguas turbulentas y confusas, a veces son instantes infinitos en el eterno segundo que se bracea contra la corriente y se respira con dificultad.
Escribir en la playa del reposo, después de sufrir el ahogo de los temas cotidianos, la angustia de lo inmediato y efímero que se evapora solaz en la calentura por medirle el pulso a lo intrascendente, pero que bien manipulado, resulta poniendo a filosofar a un cantante de reguetón.
Llover sobre lo mojado y reiterar como el tamborilero, un mismo redoblar en distinta melodía para que se mantenga despierto el lector transeúnte de las autopistas del embobamiento informativo y no colisione con los muros de la infamia y la mentira que nos cercan como un Auschwitz repetible.
Pocas veces el columnista ofrece una lección aparte de lo que la vana teoría informativa pregona y recomienda: anótese un tema reciente y exprese su visión del asunto, sencillamente, repita el cuento y deje que los lectores entiendan que en parte su verdad de experto y sabio, es la que mejor refleja al cobarde pensamiento que todo lector carga y que solo aparece cuando ve y lee en palabras de otro lo que “yo hubiese querido decir”.
¿No suena demasiado aburrido un discurso atemporal para una columna?
Como Sísifo, el columnista está condenado
a arrastrar su propia roca de variaciones y divertimentos
sobre una misma realidad pesada y abrumante
Tomar nota acá. Revisar por allá. Descartar temas acullá. Son dilemas hamletianos que todo columnista visceral expone y lleva a cuestas. Como Sísifo, el columnista está condenado a arrastrar su propia roca de variaciones y divertimentos sobre una misma realidad pesada y abrumante.
El columnista también sabe que su resistencia frente a la Hipótesis País pasa por su propio pellejo. Camus, en El mito de Sísifo” (1951) nos los recuerda siempre: “Nunca vi morir a nadie por el argumento ontológico. Galileo, que defendía una verdad científica importante, abjuró de ella con la mayor facilidad del mundo, cuando puso su vida en peligro. En cierto sentido, hizo bien. Aquella verdad no valía la hoguera.”
Una Hipótesis País ronda sobre las sienes del columnista y se queda conviviendo con él durante mucho tiempo. Ese país de hipótesis no duerme y le roba el sueño al columnista. Una Hipótesis País que se piensa y se relata con alegría de chamán, taita y palabrero al mismo tiempo. Algo que mantiene vivo al columnista pero que también es su fatal condena: intentar descifrar los misterios revelados a la luz del día en una Hipótesis País Ciego.
Coda: En El mito de Sísifo de Albert Camus (1951) el prefacio es una oda de Píndaro muy de estos tiempos actuales que ya se vivieron “Oh, alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible.” Píndaro. III Pítica.