Hijos del jaguar, la moralidad del futuro

Hijos del jaguar, la moralidad del futuro

Hemos aceptado que el mundo siempre ha sido así y no merece cuestionamientos, pero debe haber un prisma moral que permita analizar más allá

Por: Fabian Camilo Doncel
agosto 24, 2018
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Hijos del jaguar, la moralidad del futuro

Imagínenos que han pasado muchos años y que Bogotá por fin tiene metro. Entiendo que es más fácil tener una idea general de cómo será el futuro que pensar en una Bogotá con metro… pero no perdamos la esperanza tan pronto. Varias décadas han pasado y el solio de Bolívar está ocupado todavía por un Santos, Lleras, Ospina o el que haya puesto Uribe considerando que es “el presidente eterno” de nuestra platanal república. Asumamos, contra todo pronóstico, que el tiempo nos ha servido para madurar como nación, para guardar con candado los viejos odios de la cegadora mordaza de la ira, para tener presente nuestra historia con una posición crítica y constructiva sin atribuir menor valor a los años precolombinos que a los años de la colonia. Asumamos la postura de un adulto educado que se dispone a investigar acerca de la vida en Colombia durante los primeros años del siglo XXI.

Si este individuo pudiera dar un vistazo a nuestro tiempo, ¿cuál sería su interpretación? Si pudiera caminar por nuestras calles encontraría una población que es tratada con la mínima consideración posible: los parias de la sociedad. Ya sea por elección propia, por las condiciones geográficas, raciales, religiosas en las que llegó al mundo, por el sistema económico-social que los rige, la dignidad de cada persona es incuestionable porque “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”, tal como quedó consignado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. ¿Por qué entonces encuentra indigencia en las ciudades y pobreza en los campos? ¿Qué tipo de sociedad permite y promueve esta tragedia? La situación le llevaría a pensar que durante esa época había una animadversión secreta por sus congéneres, pero al mismo tiempo una necesidad simbiótica que construye la riqueza sobre los hombros de los pobres.

Nuestro individuo también encontraría toneladas de basura cubriendo calles, campos y mares. La mayoría de la basura presente tiene características plásticas y metálicas —sin contar con los desechos químicos—, todas mercancías fabricadas hace décadas cuyos materiales no se han descompuesto todavía. Envases y bolsas plásticas, tecnología obsoleta, partes y repuestos, ropa entre muchos otros objetos que no son indispensables para el sostenimiento de la vida más que por un exceso de vanidad y consumo desmesurado ¿No había formas menos perjudiciales para sostener la vida sin caer en una esquizofrenia consumista? ¿Era la acumulación de dinero el pináculo del éxito en esos años? El juicio que el individuo haría sobre esta sociedad compulsiva sería devastador. Montones de basura acumulados por la exacerbación del apetito económico que es incapaz de medir las consecuencias a largo plazo, por el pírrico beneficio transitorio que mueve a las personas a comprar ropa, comida, entretenimiento en abundancia con la necia excusa de sostener un status social más efímero que la niebla de la mañana.

Encontraría nuestro individuo la magnitud de la diversidad natural de nuestro país junto a su riqueza ambiental ya deteriorada en comparación con los años pasados, pero aún vigente a pesar de los colombianos. Contemplaría la esclavitud de los animales para producir comida en cantidades excesivas que luego se desperdicia. Nuestro individuo podría darse cuenta de cómo se sacrifican innumerables animales para desarrollar un shampoo y un jabón. Nuestro individuo observaría como se talan bosques para poner vacas a pastar, como se tumban árboles para ampliar carreteras y ciudades, como se usa agua potable para extraer petróleo, y llegaría a la conclusión de que la gente de ésta época era más bien mensa y bárbara. Cóctel peligroso si se busca prolongar la existencia de la vida en el planeta. Tal vez esa es la forma en que la naturaleza balancea las cargas.

Nuestro hipotético individuo podría hacer la misma comparación que hacemos en la actualidad con los tiempos de la esclavitud y la barbarie del Coliseo Romano. Comprender la sencilla tarea de tratarnos fraternalmente entre todos los que habitan esta tierra es una labor desgastante, titánica pero meritoria. Hemos aceptado tácitamente que el mundo en el que vivimos siempre ha sido así —con sus incontables incoherencias— y no merece mayor cuestionamiento, pero el hecho fundamental es que la realidad no debe estar supeditada a la legalidad solamente, sino que debe haber un prisma moral que permita analizar si el ejercicio de esa ley produce un bienestar general y a largo plazo que redunde en justicia verdadera. Debe ser una práctica constante disentir y poner a prueba los tiempos y las sazones para darle sentido a la vida, porque tenía razón Sócrates al afirmar que la vida solamente vale la pena cuando se la cuestiona.

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