En un carnaval sufragado por numerosas entidades [estatales y privadas], donde las estrellas del espectáculo acreditaban que resistir con la edad es vencer, sobresalieron en sus cuatro noches dos personajes de la farándula muy diferentes a esos mórbidos vestigios de la nostalgia, padre e hijo, multimillonarios en bienes y ricos en prestigio, pero maculados por la sombra de un paquidermo hermano y tío: Daniel Samper Pizano y su hijo, Golem o caricatura, Daniel Samper Ospina, ambos, los dos, los más leídos periodistas de la República del Narcotráfico.
Creo haber reconocido a DSP a finales de 1961, una mañana de Chapinero cuando cruzaba, con una ajada revista Pingüino bajo el brazo, el quicio de la mansión del doctor Eduardo Santos. El Mono Samper, apuesto muchacho de 16 años llegaba esa mañana, desde los balsámicos campos del Gimnasio Moderno, en su recién estrenada bicicleta Monark luciendo un blue jean de boca estrecha, un par de radiantes mocasines Gucci que dejaban ver la blancura de las medias y una remera gris perla, que contrastaba con los tonos verdes profundos de los pinos que flanqueaban la estancia del dueño de El Tiempo. Hacía una semana le había visto en compañía de sus amigos Rueda, Sanín, Perry, Lleras, Venegas, Mejía, Castro y Villaveces colándose en el Cine Tequendama, con la ayuda de un portero a quien sobornaban, para ver La dolce vita de Federico Fellini.
DSP fue el único heredero no sanguíneo del doctor Eduardo Santos. Jorge Child, que parecía conocer bien la historia del testamento, sostenía que Danielito había hecho felices los últimos años del expresidente mientras el padre de Fernando González Pacheco, cuya madre era su sobrina, apagaba su demencia representándole en vivo a doña Lorencita Villegas, su adorada esposa, con quien no tuvo hijo alguno. Child, el economista y cronista de El Espectador, calculaba la fortuna de DSP, durante el gobierno de su hermano, en unos [US$ 5´000.000.oo] cinco millones de dólares de entonces. Hoy, con treinta libros en circulación y no menos de 500 presentaciones anuales en toda laya de festivales y saraos, su fortuna debe haberse incrementado.
DSP fue hasta la llegada al gobierno del “envidioso” Ernesto, su hermano, en medio de un escándalo por compra de votos de parte de la mafia del tráfico de tóxicos para elegirlo, uno de los tres más combativos y valientes periodistas que ha tenido el país. Él mismo creó, con su poder y riqueza, la Unidad Investigativa de El Tiempo, que tantos destapes ofreció a las diversas fiscalías de los gobiernos corruptos de López, Turbay, Betancur, Barco y Gaviria. Pero como Dios no castiga ni con vara ni con rejo sino en el puro pellejo, a DSP le tocó tomarse las tres tazas del caldo del aquelarre Samper-Cartel de Cali y terminó salvaguardando lo insostenible: el gobierno calavera y malicioso de su hermano, mediante la corrección gramatical de los discursos que JG Cobo Borda escribía para el presidente y que su hermano académico consideraba plagados de gerundios galicados y párrafos extensos. Fue entonces cuando el combativo periodista desapareció entre un mar de majaderías, confeccionando cosas como A mí que me esculquen, Dejémonos de vainas, Confesiones de un espermatozoide, Aspectos sicológicos del calzoncillo, Viagra, Chats y otras pendejadas o La mica del Titanic, todos, sin excepción, plagados de lugares comunes y sandeces.
Porque en estos tristes volúmenes no hay humor, apenas muecas y desparpajos de la inteligencia de un hombre que siente vergüenza de sí mismo por haber dejado que el carro de la historia se fuese sin él. De nada ha servido a DSP retomar tímidamente, estos años del siglo nuevo, el tono combativo del ayer, para combatir a quien está en la historia por haber encendido para los colombianos menores de veinte años una luz en el túnel de nuestro destino, ese que torció Ernesto Samper Pizano.
DSP recorre ahora la República del Narcotráfico ofreciendo, quizás gratuitamente, a cambio de audiencia y tenidas nocturnas, charlas con músicos y compositores valetudinarios, que nunca dilucidan los orígenes de una leyenda agónica, reseñada en dos líneas de Cien años de soledad. El vallenato tiene muy poco de memorable y no sobrevivirá. Desaparecerá cuando ya no esté en la tarima DSP, el otro inventor del género, con Alfonso López Michelsen, desde sus días como gobernador del Cesar y luego presidente entre 1974-1978, años del marimbaje, de la narco república y el Festival de la Cacica Araújo Noguera. Como sucedió al bambuco, el pasillo y el torbellino, al eclipsarse los terratenientes de la República Liberal, cuando el narcotráfico haya sido extirpado, desaparecerá el vallenato.
Mientras escribo, informan que Daniel Samper Ospina llega a los 80.000 seguidores en una red social. Es el periodista más famoso de Colombia. Un enfant gâté que ha hecho de SoHo el éxito comercial del desnudo sin invertir, como Playboy, millones de dólares, lo suyo, es desvestir a las comunes y corrientes como si fueran famosas, y estas, si quieren verse en bola, tienen que hacerlo en canje, para que sepan que no son la excepción sino la regla: todas las mujeres y todos los hombres son iguales, Yidis Medina es idéntica a Faustino Asprilla y el resto, a Natalia París.
Como su padre, DSO estudió en el Gimnasio Moderno y la Universidad Javeriana donde se ilustró en literatura de la mano de la plagiaria Luz Mary Giraldo, o el novelista Santiago Gamboa y el botánico Hernando Cadavid Mora quienes le revelaron las técnicas del humor mortecino, como puede leerse en este fragmento que retrata un cock-tail en horror a Ingrid Betancout Pulecio al publicar su libro:
Es una colombo-gala. Dan queso al primer marido de Ingrid y a ella mamona. Yolanda Pulecio cobra la entrada. Llegan los ex secuestrados. La hija del Presidente con el vestido pastel que usó en la posesión de su papá. Junior Turbay trata de comerse el pastel del vestido. Astrid Betancourt da queso al embajador de Francia. 'El Gordo' Bautista aparece con Angelina y, gordo, ratero y pícaro, miserable gordo crápula y bandido, le roba un beso. Llega el sargento Arteaga con un cuatí en el hombro. Llega el presidente Santos con Edward Niño, el hombre más chiquito del mundo, en el hombro. Hay un dummy de Lecompte. El doctor Géchem confirma que se divorcia. Ingrid habla con Uribe por teléfono delante de los presentes. Doña Yolanda vigila que la llamada sea collect. Jean Claude posa lado del dummy. Entra Clara Rojas con Emmanuel, que canta Toda la vida y sorprende a la concurrencia porque está tan grande como Pachito Santos. Irrumpe Gregorio Pernía empeloto, tapándose la porquería con las manos, y reclama una noche de pasión con Ingrid, dado que su ex esposa, Marcelamar, la interpretó. El presidente Santos se enfunda en una camisa amarilla que le pasa Hector Abad Facho Lince, verdadero autor del libro de Ingrid, y dice que leyendo en este ha llorado más que con el primero que escribió Heticor sobre las desviaciones de su papá pero pasa la palabra a Ingrid que toma el micrófono y se equivoca: en vez de leer el primer capítulo, lee el discurso de aceptación del Premio Nobel y una nota llena de ultrajes contra Alvaro Uribe Vélez que acaba de salir en The New York Times, garrapateada por Juan Manuel Santos, pagada por los colombianos, pero firmada por Abad. Jean-Claude trata de convencer al dummy de que el nombramiento de su hija no tiene nada de malo. Junior Turbay se reparte el pastel con sus amigos. Repentinamente, los ánimos se caldean. Ingrid se agarra con Clara Rojas. Edward se agarra con el cuatí. Y todos hacen el pacto de que lo que pasó en el coctel se queda en el coctel.
Aun cuando la sintaxis y, supongamos, la prosodia de su hijo sean indignas del académico DSP, DSO es quizás el más audaz, cruel y perverso de los libelistas colombianos desde los mismos tiempos de Vargas Vila. Nadie como él, con un cinismo ejemplar, ha rociado sal en las heridas de la fealdad, vicios, defectos físicos y morales, de su clase social. ¿Qué cómo y por qué lo hace? Porque aun cuando nadie lo crea, DSO resopla por una herida que no sana en el corazón del envidioso Ernesto Samper Pizano, su tío, que terminó con sus indelicadezas por manchar para siempre el buen nombre de su familia de pobres pero honrados cachacos. Hasta el fin de los siglos los que lleven el apellido Samper serán culpables de lo que suceda para mal en Colombia. ESP vendió la República Liberal al narcotráfico.
Y como de todo hay en la viña del señor y casi siempre se encuentra coño a la medida, DSO ha tropezado con Carolina Sanín, la preciosa, inteligente, culta y excitante poeta que escribe en El Espectador, una Sainte-Beuve merecida. En una nota titulada Sátira o cinismo, ¿qué pretende Daniel Samper Pizano? aparecida hace tres años en una revista indigna de Sanín, dice algunas lindezas de su arte y persona, que bien vale poner de nuevo ante el respetable.
Para CS es inquietante que un frívolo pornógrafo que fomenta la traquetizacion del cuerpo de las muchachas colombianas, pagándoles con promesas y más fotos desnudas en otras revistas para viejos verdes, se haya convertido, de la noche a la mañana, en voz de la opinión pública, en la guía moral que sensibiliza a la clase media sobre las conductas delictivas e irracionales de una república de narcotraficantes. Porque las notas que publica ESO no dañan nada, ni siquiera la imagen de quienes zahiere y muerde para hacer reír a sus pariguales en envidias y rencor. DSO, en vez de crítica, dice Carolina Sanín, insulta a unos gobernantes impresentables, a la totalidad de la izquierda que por detestar por igual no para en mientes, a todas la mujeres que no depilan la cuca como a él le gusta, a los pobres y pauperizados, la gente que no puede vestir bien, es decir que va mal vestida, a los feos, a los gordos, a los narigones, a los cojos, a los enfermos de la próstata, a los flojos de los esfínteres anales, a todo aquel que siendo un político en ascenso, negro o verde, suscite la ira de su envidia y el recuerdo de que ninguno de los Samper podrá aspirar como los Santos a la presidencia de Colombia.
Qué tristeza da ver a estos hombres tan inteligentes convertidos, por gracia de la desgracia de su hermano, hijo y tío en unos cómicos, que como Pernito, Machaquito, Tuerquita, Carretón y Bebé van de pueblo en pueblo tratando de hacer reír a todo el mundo a costa de los defectos morales y políticos de otros, menos de los horrendos crímenes de Ernesto Samper Pizano, el más patibulario y corrupto presidente que ha tenido Colombia.