Producir y transportar energía, encender las máquinas industriales, instalar luminarias en campos o ciudades (dizque para ahuyentar a los ladrones) o utilizar los electrodomésticos son actividades que cuestan dinero y dejan unas consecuencias directas e indirectas sobre nuestros entornos geográficos que, tarde o temprano vamos a sufrir.
En Colombia la generación, distribución y consumo de energía comprenden un negocio perverso. Los “emprendedores” intentan hacer lo que se les da la gana, simplemente acogiéndose a las leyes del mercado. Es decir, que si por ellos fuera, pondrían a la venta toda la energía posible, a las tarifas que quisieran y con toda clase de contratos amañados como los “megaproyectos”.
De otra parte los usuarios serían felices si la energía fuera gratis para poder producir ilimitadamente chucherías y derrocharla sin preocuparse cada mes por la factura.
La construcción de la gran represa de Hidroituango es un ejemplo extraordinario de las cosas anómalas que suelen pasar cuando a una mente brillante le da por construir obras faraónicas en este país. La idea inicial era genial, demostrar el empuje paisa y las maravillas que se pueden hacer con la libertad de empresa para el progreso y el bienestar de “todos” los ciudadanos.
Sin embargo, los planes no han salido bien desde el principio porque la naturaleza no funciona como los piñones en la mente de un relojero y siempre en el curso de una obra humana se pueden presentar fallos de cálculo o corrupción.
Además querer estrangular un río es una tarea muy riesgosa que significa entre tantas otras cosas, talar los árboles existentes en la zona, construir con acero y cemento un enorme dique para contener las aguas de la cuenca, alterar el microclima, desplazar o separar a las personas y a los animales que la habitaban, romper el flujo de la fauna acuática, desajustar las estructuras rocosas de las montañas y lo peor de todo, poner en peligro la vida de las personas que viven aguas abajo.
Ciertamente hoy el tema importante del caso Hidroituango, ya supera el asunto de establecer responsabilidades por las malas decisiones o destapar la trama de la corrupción, pues lo que se está evaluando es el riesgo que están corriendo miles de personas que habitan al norte de Antioquia.
Recordemos que no existe obra de ingeniería 100% segura y la historia nos ha demostrado que una represa o un dique se pueden reventar en cualquier momento porque la naturaleza posee unas dinámicas tan extrañas que a veces nos resultan absolutamente impredecibles y asombrosas.
Esperemos que las cosas salgan bien y no se produzcan víctimas humanas. Así los empresarios-políticos estarán orgullosos de su aporte al progreso de la patria y felices de poder seguir firmando contratos aquí y en el extranjero.
Pero ello no puede hacernos olvidar tres detalles importantes. Primero, que el riesgo de un desastre siempre existirá. Segundo que las otras consecuencias de represar el río Cauca, las tendremos que afrontar. Y tercero, que el mal uso que le estamos dando la energía producida tiene efectos enormes sobre la salud del planeta.
Pero pasado el susto, nadie se pondrá a pensar en estos asuntos, porque después del escándalo por las tarifas llegó Halloween e inmediatamente nov-diciembre con su alegría: ya se intensificó el uso de los electrodomésticos, se van montando los fastuosos alumbrados navideños, llegan las comidas al horno y la venta de miles de artículos de un solo uso, como los adornos de calabazas, arbolitos de papel, tarjetas, papeles de regalo, las serpentinas y la ¡pólvora!.
Finalmente señalemos lo siguiente, mientras el presidente Petro emprende campaña contra el uso de la economía del petróleo y el carbón, pensamos que existen como alternativa “las energía limpias”, pero toda producción de ese recurso tiene una implicaciones sobre la naturaleza y lo que debe que hacer la humanidad es, pensar en utilizarla más inteligentemente y en lo posible disminuir el consumo en sus hábitos cotidianos.
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