Tocones y toconas, mostrones y mostronas. De estos personajes está lleno el planeta, porque no solo sucede en Transmilenio en Bogotá. Y aunque el titular suene chistoso, porque es una expresión costeña sugerida por el sexólogo barranquillero José Manuel González para espantarlos con valentía, el hecho en sí es muy desagradable.
Los tocones y mostrones pertenecen a un grupo que los profesionales llaman hoy parafilias, y a quienes identificábamos hasta hace poco como pervertidos sexuales; llámelos como quiera que en últimas son (y tocan) la misma cosa. Ellos comparten “honores” en este grupo con sádicos, abusadores sexuales (incluidos los pedófilos) y voyeristas (mirones). Como si esto no sonara asustador, hay en total algo más de 450 parafilias identificadas, según el renombrado sicólogo brasileño Oswaldo M. Rodrigues Jr., del Instituto Paulista de Sexualidad, en su libro Parafilias: Lo más fuera de lo común.
Algo muy importante. Aunque todos son como son por haber sido abusados cuando pequeños o por ser hijos de padres sumamente represivos frente al tema sexual (tocarse el cuerpo es malo, el sexo es pecado, etc.), la gran diferencia es que los tocones y los mostrones no son peligrosos, según dicen los estudios. Por el contrario, aunque no lo crea, son tímidos. Si bien es cierto que exhibir los genitales y rozarlos contra otra persona en un vehículo de servicio público es un acto muy osado, ese riesgo sumado al miedo que produce en la persona agredida, es lo que los estimula. Si usted los enfrenta y los pone en evidencia frente a los demás, siempre van a salir corriendo y no le van a hacer daño. Regularmente no tienen pareja sexual ni relación estable porque son, además, introvertidos, inhibidos, reprimidos e inseguros. Así lo ratifica el Dr. González.
Pocas personas se han escapado de tan aburridor espectáculo. Si las mujeres hacemos un recuento, alguna vez nos pasó. Hice mi propio inventario y lidié con dos refregones, tres tocones y tres exhibicionistas; la mayoría en mi época de colegio cuando mi mamá no nos podía recoger, y un par en la universidad. A los primeros me les quité y les dije: ¿Y es que no hay más espacio en el bus?, porque realmente no iba tan lleno, e inmediatamente se bajaban; a los segundos, no me quedó otra que insultarlos cuando ya salían corriendo; y a los terceros siempre los desarmé diciéndoles: ¡Y usted qué hace mostrando semejante cosa tan fea! La verdad siempre quedaron desconcertados, se cerraban el abrigo y se iban. Mientras mis compañeras de colegio empalidecían, a mí me producía risa en el momento y al segundo quedaba temblando, pero los espantaba.
Además de lo anterior, y para mi sorpresa, las parafilias no son solo masculinas, aunque ellos son mayoría. Estoy segura de que usted ha escuchado hablar de las coloquialmente llamadas “calienta huevos”. Pues le cuento que es una parafilia femenina porque llevan al señor casi a la cama, pero nanay nanay. ¿Y las toconas dónde me las deja? ¡Las hay! Solo que pueden encubrirse más porque generalmente los señores no se molestan y, en algunos casos, resultan los dos (tocona y tocado) en las mismas… ¡Así son las cosas! Esto me acuerda del programa También caerás, ya fuera del aire. En una oportunidad, pusieron a una mujer joven y bonita literalmente a “mandarles la mano” a los señores; aunque ellos se sorprendían, después se reían y eso sucedía antes de que les dijeran que era una broma del programa. Lo que quiere decir que esa teoría no está lejos de la realidad.
A raíz de los casos de Transmilenio en Bogotá, las autoridades locales se han preocupado por buscar soluciones: Que el vagón rosado, que las policías encubiertas y han convocado la solidaridad de la ciudadanía. Todos aplaudimos los esfuerzos, lo que pasa es que como estos procedimientos llevan a la cárcel a los parafílicos, debo advertir que según los entendidos esa medida está lejos de ser una solución. Por el contrario, se convierte solo en un paliativo, que no ataca el problema de raíz. Ellos dicen que este desvío de la evolución normal de la sexualidad solo se maneja con tratamiento sicológico, terapias y nada más, y llaman a quienes están legislando a que la medida correctiva no sea el encarcelamiento, sino la obligación de asistencia y respectiva certificación al número de terapias ordenadas por un juez asesorado por un sicólogo experto. De lo contrario, las cárceles se volverán el escenario de Tocata y fuga, pieza para órgano (el musical) de Johann Sebastian Bach.
Nota: A todos mis amables lectores les informo que me voy de vacaciones. Estoy de regreso con mi columna el 27 de agosto próximo.
¡Feliz resto de semana!