El fenómeno social que representa el deporte de las bielas en Colombia ha traspasado fronteras impensadas, y gracias a la globalización enmarcada en los medios de comunicación hoy cada competencia está al alcance de los ciudadano.
El aficionado de los años 60 y 70 en Colombia era aquel que abarrotaba las entradas a los pueblos para agitar banderas y alentaba al más representativo de los corredores de su región. Se agolpaban en el velódromo Primero de Mayo, se llenaba el Campín, y las interminables calles y balcones en cada pueblo al que llegaba la más grande de las nuestras, la vuelta a Colombia.
Los radios plasmaban en sus voces la magia de la imaginación de Cochise y "Calambres" Puerto, también del "Niño" de Cucaita, barítonos vocales que quedaron para siempre en nuestra mente e hicieron del ciclismo poesía. Se heredaba tal historia en las frecuencias modulares de transistores comunales en el que se escuchaban los relatos sobre los grandes héroes de la bicicleta. Se creó la fascinación por este deporte nacional que tantas glorias ha dado a nuestro golpeado país.
Una nueva generación llegó en los 80, y cuando nadie nos conocía, unos ciclistas amateur conquistaron las cumbres europeas, y el radio nos mostraba un nuevo esquema, aprendimos nombres que se radicaron en nuestra consciencia, eran ya otros nuestros rivales. Vimos distorsionadas imágenes de Lucho Herrera con la cara ensangrentada, venciendo los cielos centroeuropeos, Parra y compañía le mostraban al mundo que una raza nueva había llegado, y todo se consolidó con el gran triunfo del "jardinerito de Fusagasugá" en la vuelta a España.
Amábamos el ciclismo y no juzgábamos sus resultados, solo alentábamos y disfrutamos. Los pocos triunfos en los 90 y primera década del nuevo milenio, igual los celebrábamos. Vibramos con lo único que disputábamos que eran los premios de montaña, ya los veíamos en televisión. No imaginábamos poder disputar una gran vuelta, y no eramos conformistas, eramos realistas. "Chepe" Gonzáles y Botero mostraron una nueva senda y luego el "Lancero" Soler, nos mostró su grandeza en 2007, allí nacía una nueva generación, esa que nos malacostumbró a la victoria y nos llevó a exigir triunfos en un espacio que poco conocemos.
Hoy existe un grupo de seguidores, que no aceptan que, por ejemplo Quintana no gane o dispute el podio a donde va, y son estos mismos poco objetivos que mancharon con comentarios destructivos al de Cómbita por no conseguir lo que sus deseos de victoria querían. Esa es nuestra cultura triunfalista que poco aporta al deporte, no le interesa en lo mínimo el infinito contenido que implica este mundo y solo se basa en resultados, con opiniones descontextualizadas y juzgando desde un punto de vista totalmente ajeno a la realidad.
Existe otro grupo de aficionados, conocedores del deporte, entienden y son estudiosos de cada una de sus aristas, son estos mismos que comprenden sin juzgar la desfondada de Nairo y analizan con números y argumentos las posibilidades de Urán. Son objetivos, y realistas, sin quitarle la grandeza a quien lo merece. Es ese que motiva sin el mínimo argumento destructivo.
Y está el aficionado pasivo, ese que se entera por casualidad y sigue ''la moda''. Entiende poco de ciclismo, pero se alegra con las victorias y no juzga las derrotas.
El ciclismo cambia y con él la forma de verlo, estudiarlo, por supuesto, y opinar.
Todo este fenómeno está adscrito a las redes sociales, a opiniones de todo el mundo, que si no nos adaptamos y analizamos, tendremos poco argumento para crecer en la cultura ciclística que merecemos, esa que siempre tuvo a los ciclistas como héroes, no esa que hoy lo engrandece y al otro día lo condena, esa que una etapa tras otra los lleva de héroes a villanos, claramente evidenciado por los puntos de rating de las compañías televisivas que patrocinan el consumismo.
Volvamos a los 70 y 80, y entendamos que debemos estar con los ciclistas en los días buenos y malos, que son nuestros héroes y que ellos no merecen tener simplemente seguidores de resultados.