“Eterna gloria a los valerosos e insobornables niños próceres, Pedro Pascasio Martínez y Negro José” puede leerse en la placa de bronce fijada sobre el monolito de granito esculpido en la campiña boyacense para rendirle homenaje a quienes arriesgaron su vida y perdieron la inocencia de su infancia cuando fueron enlistados como niños soldados en las tropas independentistas de Bolívar y Santander. La placa es más que merecida, no solo por la arriesgada acción de capturar al Comandante en Jefe de las tropas realistas españolas José María Barreiro, sino porque en esa tarde del sábado 7 de agosto, a pocos metros de río Teatinos, se escribió una página en la historia que más allá de los júbilos con que la casta que ocupa el poder desde el inicio de la vida republicana ha querido venderla, en el fondo marca una cruda realidad que el país sigue viviendo dos siglos después de aquellas gestas: La tragedia del reclutamiento infantil en el país.
Si bien Pedro Pascasio Martínez y el negro José son los primeros niños víctimas de ese flagelo, de los que se tiene noticia en la historia republicana del país, en un suceso que parece llenarlos de gloria, ese mismo hecho muestra la otra cara de ese fenómeno: Barreiro, el comandante de 25 años apresado y quien sería fusilado el once de octubre de ese mismo año en aplicación del no menos cruel “Decreto de Guerra a Muerte”, había sido al igual que Pedro Pascasio, una víctima de esa práctica, en la cual los niños se ven obligados a cambiar sus juguetes por fusiles, y sus juegos por batallas. El comandante realista desde los 14 años, con la invasión napoleónica a la península, tuvo que dejar de lado su vida familiar y enlistarse en el ejercito del imperio, combatiendo en las calles de Madrid en 1808 en contra de los Franceses, estando a punto de encontrar la muerte luego de ser herido, tuvo que vivir el tránsito a la pubertad en los calabozos, de donde solo saldría dos años más tarde, teniendo que embarcarse en una nueva guerra al otro lado del Atlántico bajo las órdenes del despiadado Pablo Morillo, para combatir contra Bolívar, un enemigo no menos cruel, terrateniente de las llanuras venezolanas quien a través del Decreto de Guerra a Muerte rompía con cualquier principio del Derecho de Gentes o de la Guerra Justa existente hasta el momento, en una contienda donde se competía por hacer ver quién era el más cruel, si los realistas emulando a los tiranos europeos, o los independentistas, emulando a sus ancestros conquistadores, esos que habían llegado tres siglos antes y se habían hecho al poder local mediante engaños y mosquetes, un poder que hoy 500 años después sigue en poder de la misma casta.
Pero para Pedro Pascasio y Negro José, la tragedia no terminaría con la batalla, pues ni siquiera ese gesto heroico sería suficiente para que estos infantes de 11 y 14 años quedaran libres, sino que en el caso de Pedro Pascasio, fue obligado a seguir con las tropas realistas a la campaña del sur, la misma campaña que tres años y medio después se cobraría la vida de más de seis mil pastusos, muchos de ellos niños, quienes fueron pasados por la espada por las tropas de Bolívar, durante la infame “Navidad Negra” de 1822. Por el sacrificio del niño boyacense, se le prometió la suma de 100 pesos, los cuales nunca le fueron pagados, pues una vez terminó la guerra, debió volver a las duras labores del campo, muriendo en la extrema pobreza en su natal Belén de Cerinza en 1885 y mientras que a los mercenarios ingleses les daban altas sumas de dinero, al campesino boyacense se le sumía en el olvido, sin al menos haber sido compensado con algún grado militar por los sacrificios hechos, pues su origen de clase se lo impedía, en un país donde la elite sin importar lo perezosa o poco pensante que sea, hereda los puestos de poder.
Negro José tampoco vería ningún beneficio por sus actos realizados, pues si a mejoras para las personas de su color de piel se trata, la esclavitud seguiría existiendo durante más de treinta años después de su gesta, y ni siquiera Simón Bolívar liberaría a su esclavo José Palacios, siendo hoy en día la pequeña habitación donde vivía en la Quinta de Bolívar de Bogotá, un monumento a esa infamia.
Hoy, 200 años después, el Estado y la sociedad colombiana siguen sin reconocer su responsabilidad histórica en el reclutamiento infantil desde épocas de la independencia, en tanto que los niños no son solo víctimas de este flagelo por parte de los grupos rebeldes del país, sino también por el mismo Estado, quienes mientras en teoría condena estas prácticas, sigue teniendo colegios militares, disfrazando a niños en desfiles y aún se niega a abolir el Servicio Militar, el cual es obligatorio mientras que la educación no lo es. El niño José al igual que el niño boyacense Pedro Pascasio, son de los pocos héroes de la independencia que deberían ser modelo a seguir por todos, no por haber apresado a otra víctima como lo fue Barreiro, sino por su condición de víctimas y porque en ellas se reflejan las injusticias vividas en Colombia, donde así las personas se sacrifiquen desde niñas en servirle al Estado, eso no garantiza el éxito, ya que en un país de castas y estratos, el mérito personal poca cuenta, y ellos al ser insobornables, se convirtieron a la vez en indeseables para los gamonales de la patria.
@jalvarezcarrero