Estuve como alumno en un curso de verano intitulado “ante el V Centenario del Descubrimiento de América” que se celebró en la Universidad Internacional de la Rábida en Huelva (Andalucía-España) allá por el año 1986. En dicho curso participaron importantes doctores, investigadores y profesores de distintas partes del mundo que venían a dictar conferencias magistrales e ilustrarnos sobre la historia de América, la antropología, la sociología, humanidades relacionados con los 500 años del descubrimiento de América. Tenemos que señalar que La monarquía española estaba preparando los fastos del V Centenario, la Expo de Sevilla y las Olimpiadas eventos que iban a servir de carta de presentación para ingresar en el club de los países más poderosos del planeta.
Allí encontré al profesor León Portilla de México, laureado especialista en lengua náhuatl y verdadera lumbrera en el mundo prehispánico. Durante su estadía dictó varias conferencias magistrales con el propósito de adoctrinar a los alumnos presentes sobre las maravillas obradas por los colonizadores españoles en América. Una epopeya civilizatoria sin precedentes en la historia de la humanidad, pues se fundieron la cultura occidental y la nativa americana. Si bien existieron algunos “abusos” y excesos los clásicos “daños colaterales” ya que se trataba de una conquista. Pero lo compensa con creces la inmensa herencia recibida por los conquistadores: la lengua, la religión, la cultura. Porque algo similar aconteció en la época del imperio romano cuando se lanzaron a la conquista de otros pueblos y naciones sometiéndolos gracias a su poderío militar y tecnológico. “Los más fuertes siempre se han impuesto sobre los más débiles”, ley darwiniana que hay que acatar.
La monarquía borbónica por intermedio del Instituto de Cooperación Iberoamericano —en ese entonces al mando del socialista Yáñez Barnuevo— planificó la ofensiva pro V Centenario reclutando a sabios, profesores, catedráticos, historiadores, literatos de reconocido prestigio tanto de Latinoamérica, EE. UU. o Europa —que evidentemente pasaron a engrosar la nómina a cargo de los presupuestos el reino de España—. ¿Mercenarios? Porque era imprescindible defender la Celebración del V Centenario del Descubrimiento de América, “una de las epopeyas más gloriosas de la humanidad”. Los antisistema amenazaban boicotear los fastos blandiendo el fantasma de la leyenda negra. Este triunfalismo desmedido provocó la lógica reacción de los grupos indigenistas, los militantes de izquierda, intelectuales, profesores, estudiantes o ecologistas que decididamente se pusieron en contra de los planes españolistas amenazando con boicotear la magnánima efeméride.
Para la monarquía española era prioritario neutralizar al enemigo, es decir, a esos “indios rebeldes” que querían aguar la fiesta. Por tal motivo se reunieron en privado los blancos, criollos, mestizos, los grandes intelectuales mexicanos decididos a complacer la madre patria y organizaron la Comisión Mexicana del V Centenario con el visto bueno del PRI (partido enemigo de las comunidades indígenas mexicanas) Se acordó “democráticamente” por unanimidad nombrar presidente de la comisión mexicana a León Portilla.
En la primera Cumbre Iberoamericana que tuvo lugar en Guadalajara en 1991 —presidida por Salinas de Gortari— se selló la santa alianza a favor del V Centenario entre los países iberoamericanos y a favor de la monarquía borbónica. El único jefe de estado díscolo fue el comandante Fidel Castro de Cuba.
León Portilla “Tlamatini” o sabio “la voz de los vencidos” fue el responsable de imponer la tesis del “Encuentro de Dos Mundos 1492-1992”. Claro, un intelectual respetable y de reconocido prestigio capaz de aglutinar a sus homólogos latinoamericanos más favorables a la hispanidad. Su principio fundamental: “formar personas conscientes de su identidad en la construcción de un mundo más justo más humano y de la diversidad”.
Incluso el reino de España lo premió con un gran sueldo, viáticos, conferencias, congresos, promoción de sus libros, viajes, hoteles de cinco estrellas, comidas, cenas y banquetes en restaurantes de lujo y también citas exclusivas con figuras de primera talla como Felipe González y el rey de España. “Si un mexicano odia lo español, se odia a sí mismo”, “es una actitud autodestructiva”: declaraciones al recibir “Tlamatini” el honoris causa de la Universidad de Alcalá de Henares (y más de treinta universidades del planeta).
La misión del distinguido doctor León Portilla no era otra que amansar a los alumnos más radicales y extremistas. Lo presentaron como el escritor de la “Visión de los Vencidos” profesor emérito de la Unam, títulos y más títulos rimbombantes que nos dejaban boquiabiertos. El “fraile doctrinero” venía a convencernos del supuesto “encuentro” entre culturas disímiles y distantes pero que supieron “dialogar” y llegar a un “bondadoso y humanitario entendimiento”. ¿En qué lengua?, ¿en español?, ¿en latín?, ¿en náhuatl?, ¿en tolteca?, ¿en maya…? Ese antiespañolismo y anticolonialismo está grabado a sangre y fuego en nuestras conciencias especialmente entre las comunidades indígenas y los militantes de izquierda.
León Portilla fue el inventor del lema: “Encuentro de Dos Mundos” para tratar de limar asperezas y ocultar el genocidio “encuentro” el eufemismo adecuado para complacer a la monarquía española” Y para disimularlo aún más se decretó no celebrar, sino conmemorar los 500 años del Encuentro de Dos Mundos” (para no herir susceptibilidades). Pero el choque político e ideológico era irremediable. ¿Cómo se puede definir de encuentro un desembarco militar, un vil acto de piratería de imposición y rapiña? “Era necesario rescatar la raíz de la antigua cultura, el testimonio del recuerdo, la conciencia histórica” impulsado el respeto a los pueblos originarios. Pero había que asumir estos hechos a veces dolorosos que los alquimistas convirtieron por arte de magia en una gesta histórica. Lo que realmente cuenta es el resultado positivo del mestizaje, el milagro civilizatorio, la evangelización salvadora que trajo la luz a unas “bárbaras tribus sanguinarias” sumidas en una “infernal oscuridad” Quién puede refutar el haber recibido tantos parabienes: la religión católica, el tesoro de la lengua, la cultura, el arte, el barroco, la poesía, la pax y el amor judeo-cristianos que nos dotaron de alma e identidad. La memoria indígena ignorada y traicionada, los dirigentes comprados a punta de dólares, suite presidencial y opíparos banquetes.
A partir de la campaña triunfalista del V Centenario lanzada por la monarquía borbónica las posiciones se radicalizaron y entonces surgieron movimientos solidarios con el indigenismo en distintas partes del planeta. Por ese entonces se fundó la Coordinadora Intercontinental 500 años de Resistencia Indígena, Negra y Popular con una filosofía antiimperialista y cuyas actividades contestatarias se desarrollaron tanto en España, Europa como en Latinoamérica.
Y claro uno de esos monstruosos conquistadores que llegaron al Nuevo Mundo no era otro que Hernán Cortés. El clásico guerrero de morrión y armadura que con gran destreza manejaba la espada y el puñal. ¡El asesino a sueldo del emperador Carlos V se le quiere pintar como un hombre del renacimiento! ¿A un matarife ambicioso y sin escrúpulos un hombre del renacimiento? Mejor sería llamarle un oscuro inquisidor feudal. Este hijo de gañanes (quisieron hacerlo pasar por noble) nacido en Medellín (Extremadura) que en esa época era una aldea habitada por siervos hambreados y empobrecidos. Muy cerca de su solar patrio se encuentran las Hurdes conocida como la “tierra sin pan” donde hasta hace unas pocas décadas sus habitantes se acostaban con los cerdos para darse calor en la estación invernal. La leyenda dice que Hernán Cortés estuvo estudiando en la universidad de Salamanca, tal vez, especializándose en asuntos teológicos (como de costumbre) ¿Aprendería a leer y escribir? Sus biógrafos afirman que se recibió de bachiller en un tiempo donde el 95% de la población española era analfabeta. En la península no había más que siervos, lacayos y vasallos que tenía que rendirse de rodillas ante el monarca todopoderoso.
Cortés sabía que su única opción para dejar de ser un don nadie era escapar de ese chiquero y por eso decidió probar fortuna en las Indias. En el año 1511 embarcó en un galeón con destino a Cuba para convertirse a la sombra de Diego de Velázquez en un terrateniente y negrero. Pero su desmedida ambición lo llevó a rebelarse contra su protector y sin su consentimiento salió desde Santiago con 11 naves y 600 hombres a la conquista de tierra firme.
León Portilla, fanático del evangelizador franciscano Motolinía, uno de los doce apóstoles de México, se dedicó a lo largo del congreso a realizar brillantes disertaciones sobre la historia del mundo indígena mexicano; se reveló un gran orador dotado de una dialéctica academicista especializado en el desarrollo de las culturas “precolombinas”: que si los mayas, aztecas, toltecas, zapotecas, chichimecas, resaltando sus avances en el campo de la arquitectura, la astronomía, las matemáticas, las artes, poesía o filosofía. Algo que recoge con todo el detalle una de sus obras cumbre: Antiguos Mexicanos a través de sus Crónicas y Cantares. Pero luego se mostraba muy prudente a la hora de criticar la conquista y evangelización de las Indias. Prefería alabar el enriquecimiento cultural: “la lengua española, la religión católica, el barroco, el renacimiento, el siglo de oro de la literatura y el mestizaje como vínculo de ese encuentro entre dos mundos que nos han conducido a lo que somos hoy en día: mestizos pertenecientes a la “raza cósmica de Vasconcelos”. Gentes de los dos hemisferios que se desconocían empezaron a tener noticias uno del otro. Este es el germen de la globalización y al mismo tiempo de la destrucción de la Indias —como bien lo relató con todo el dramatismo fray Bartolomé de las Casas. Desde el púlpito León Portilla loaba el encuentro amoroso y fraterno pues no por casualidad el imperio español estaba piadosamente comprometido con salvar almas. ¡Tenemos una deuda con la madre patria!, ¡y la virgen de Guadalupe!— tal y como lo describe en su libro Tonantzin Guadalupe, donde relata el sincretismo entre el pensamiento náhuatl y el mensaje cristiano.
“Porque hubieron más cosas positivas que negativas”, dictaba cátedra emocionado el gran intelectual, escritor, filósofo, antropólogo mexicano, alumno aventajado de los jesuitas (renunció a entrar en el seminario). No sé si podríamos calificarlo de “cipayo” (que significa nativo de una colonia simpatizante de los intereses metropolitanos o secuaz a sueldo) Y es que nuestro adalid al que se le considera “la conciencia histórica de los pueblos mexicanos” utilizaba un doble discurso dependiendo del auditorio al que tenía que dirigirse. Quién pudiera imaginar tamaña indignidad por parte de este profesor emérito de la Unam que acumulaba un brillante currículum plagado de títulos rimbombantes que nos dejaban con la boca abierta. Su loable propósito no era otro que: “formar personas conscientes de su identidad en la construcción de un mundo más justo y más humano en la diversidad”. “Aunque el imperio español invadió el continente americano y cometido algunos 'abusos y excesos' propios de una conquista también hubieron puntos positivos porque los españoles se mezclaron y fueron mucho más humanos que los colonizadores ingleses que prácticamente exterminaron a las tribus indígenas de Norteamérica”. Así se explayaba este egregio humanista, antropólogo, filósofo empeñado en blanquear la leyenda negra.
León Portilla murió hace unas semanas y tal como corresponde a su alta investidura todos los estamentos culturales de México le rindieron un sentido homenaje a su querido “Tlamatini”. Los medios de comunicación no cesaban en alabarlo, bendecirlo y glorificarlo en una clara exaltación de fervor nacionalista sin precedentes.
Porque León Portilla admirador fray Bernardino de Sahagún, monje racista y xenófobo al que se considera el pionero de la antropología, les enseñó a los mexicanos a valorar la herencia de sus antepasados. Su obra cumbre La visión de los vencidos es una recopilación de los escritos o de las tradición oral y códices que realizaron los nativos —según su concepción— sobre lo ocurrido en la conquista. No hay un mensaje de resistencia ni mucho menos en el ámbito político revolucionario. La paz sea con vosotros y abracémonos como hermanos. Es un llamado a la rendición, a la mansedumbre pues debemos aceptar la fatalidad del destino. El rebelarse contra el yugo imperial ofende los designios divinos. Pero todavía no ha acabado la conquista pues tras 500 años los dioses barbados venidos de oriente siguen cabalgando sobre sus corceles. El espíritu maléfico de los carapálidas se ha inoculado en nuestra sangre y hasta en nuestra alma. De ahí que se haya producido esa inédita exigencia del diputado de Morena por Tabasco el señor Flores Vera: “hay sacar el siniestro cadáver de Cortés de México pues es un foco de infecciones y ave de mal agüero. Que se lo lleve el rey de España a su pueblo”.
En noviembre de 1519 una expedición de castellanos desembarca el día de viernes santo o de la verdadera cruz (Veracruz) en las costas del golfo de México ¿quiénes eran? Nada más y nada menos que unos que enarbolaban la enseña gloriosa del águila bicéfala de Carlos I. Los nativos los confundieron con dioses y es por ello que Cortés asume inteligentemente el papel de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada que regresa de oriente. Están a las puertas de conquistar el grandioso imperio de los aztecas y por ende el capitán general ordena quemar las naves. ¡Ni un paso atrás! es la hora de entrar por la puerta grande de la historia, les esperan reinos de ensueño y ciudades de oro que dejan empequeñecidas a las del rey Salomón, o las ínsulas fantásticas del Amadís de Gaula, el mitológico Dorado o las fuentes de la eterna juventud. Estos lacayos al servicio del rey de España querían convertirse en príncipes y señores en el nombre de la virgen santa y nuestro señor Jesucristo. Ni siquiera hicieron el más mínimo caso a las leyes nuevas que pregonaban un respeto por el derecho de los indios. Solamente un sanguinario matarife como Cortés podía dominar la inmensa nación mexica a base del terror y la ku klux klanica inquisición.
Hernán Cortés, un arrogante guerrero cruel y despiadado, fundamentalista cristiano ambicionaba ceñir sus sienes con coronas de laurel. Muchos dirán que cómo un puñado de españoles pudieron derrotar a ejércitos que les superaba con creces. Para comprenderlo mejor tan solo hay que remitirse a las invasiones llevadas a cabo por el Imperio romano con su táctica del divide y vencerás. ¿Cuántos pueblos se unieron “voluntariamente” al genocida Hernán Cortés como narran las crónicas? El muy astuto se aprovechó de las rencillas que existían entre los pueblos como es el caso de los Tlaxcaltecas, o Totonacas a los que prometieron liberarlos del yugo opresor de los Mixtecas. Lo cierto es que secuestraron a miles de indios y por medio de la coacción y el terror los obligaron a engrosar las filas castellanas. Quien no lo hiciere sería herrado, mutilado o lapidado. Alabada sea la diplomacia del cepo y el garrote vil. Los indígenas cayeron en la trampa que les condujo a la autodestrucción.
El Códice del Aperreamiento nos describe perfectamente el método que eligieron la caza de indios por medio por rabiosos perros de presa, los temidos alanos o lebreles capaces de vencer a un toro bravo de lidia o despedazar con sus afiladas fauces a sus víctimas. Ni siquiera notificó a los nativos el Requerimiento que es un documento que debía ser leído de viva voz por los conquistadores para hacerles saber a los “gentiles” que el Papa de Roma les había entregado a los españoles el Nuevo Mundo y por lo tanto los castellanos eran los nuevos propietarios. Si desobedecían estallaría la guerra a muerte contra los sediciosos, es decir, los auténticos dueños de la tierra. Las leyes imperiales les obligaban a convertirse al cristianismo y que como vasallos aceptaran la autoridad del emperador y el Papa de Roma.
El capitán General de los ejércitos imperiales y gobernador de Nueva España Hernán Cortés contó con la inestimable ayuda de Jerónimo de Aguilar, náufrago de la expedición de Juan de Valdivia que estuvo siete años en tierras de Yucatán donde aprendió el maya y de la indígena náhuatl tabasqueña Malintzin que igualmente dominaba el maya. Ambos sirvieron de traductores para recabar información y transmitir las órdenes que deberían cumplirse al pie de la letra y así materializar con éxito sus maquiavélicos planes. Se aprovecharon de su condición de seres sobrenaturales, habitantes del inframundo o muertos vivientes que venían a devorar el corazón de sus enemigos. Aunque ya muy tarde se dieron cuenta de que no eran más que unos diabólicos caníbales sedientos de sangre y de oro que los engañaron con espejos y cuentas de vidrio. Así este matarife a base de terror y represión pudo dominar la inmensa nación Mexica. Se robaron las tierras, fundaron pueblos y ciudades, repartieron las encomiendas entre los más aguerridos conquistadores y se le otorgó a cada uno “manadas” de indios esclavos para su servicio.
La alevosa invasión del Imperio Azteca fue uno de los crímenes de lesa humanidad más espantosos que se hayan cometido en el continente americano.
En la batalla de Cholula acontecida en 1519 —según Bernal Díaz del Castillo, autor de la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España— fueron masacrados más de 5.000 indígenas. Para rematar a modo de escarmiento Cortés dio la orden de incendiar la ciudad. ¿Cómo es posible tan satánica maldad de los castellanos?, ¿acaso no predicaban la paz y el amor de cristo? Sin ningún escrúpulo mataron, violaron niños, niñas, jóvenes, mujeres, torturaron, ejecutaron. A esta bellaquería los verdugos las llamaron “campañas de pacificación”. Que se podía esperar de un sicario imperial que hasta fue capaz de estrangular a su mujer la castellana Catalina Suárez. Hecho que intentan ocultar sus biógrafos para conservar impoluto el rancio abolengo del marqués del Valle de Oaxaca.
Muchos mexicanos blancos, criollos, mestizos o indígenas renegados tienen a Hernán Cortés por un santo varón, por un héroe, el cristero mayor, hasta el punto de reconocer que: “nos salvó de nuestra barbarie” ¡¡¡Padre fundador de la nacionalidad mexicana!!! ¡Hijos fruto de una espuria violación! no solo son los criollos los que se vanaglorian de los crímenes cometidos por el imperialismo español sino también los mismos mestizos y hasta los indígenas desclasados o traidores. A Hernán Cortés se le intenta entronizar como un héroe de leyenda, un guerrero épico solo comparable con Julio César o Alejandro Magno ¿Qué ha sucedido en la mente de nuestro pueblo para que se produzca este fenómeno tan perverso? Y es que ahora pretenden celebrar los 500 años del desembarco de los piratas castellanos en las costas de Veracruz. Utilizando el eufemismo de “encuentro glorioso”, “epopeya humanitaria, liberadora y civilizadora” para definir este crimen desalmado.
Los cronistas españoles atribuyen la muerte Moctezuma a que fue apedreado por su propio pueblo al considerarlo un “traidor”. El famoso discurso que Moctezuma le dirige a Cortés entregándole su nación no es más que un invento para legalizar el expolio. Según las alucinaciones de Cortés “el poder retornaba al emperador Carlos I por lo tanto no se trataba de una conquista”. Lo cierto es que tras la matanza de Tóxcatl los españoles hicieron prisionero a Moctezuma mientras los nobles que lo acompañaban fueron ejecutados a garrotazos. Antes de que abandonaran las tropas realistas Tenochtitlan tras la “noche triste” Moctezuma fue apuñalado y lanceado porque se había convertido en un estorbo. ¡Al guerrero Cuauhtémoc Tlatoani, héroe de la resistencia le reclamaron el fabuloso tesoro de oro y plata y piedras preciosas! Al no entregárselo lo sometieron a execrables torturas mojándoles los pies y manos en aceite para quemárselas. A resultas de este acto criminal quedó lisiado. Cuatro años después se acusó a Cuauhtémoc de conspirar contra los españoles y en consecuencia Cortés ordenó sentenciarlo a muerte. Tuvieron que convencerlo para que se bautizara antes de ser ejecutado y así salvar su alma ¡los conversos recibían el nombre de sus padrinos nada menos y nada más que Hernán Cortés y Pedro de Alvarado!
Quien no los obedeciera, quien no se bautizará y se rindiera, quien no jurase su fidelidad al emperador y al Papa de Roma, el que se negara a entregar los tesoros de metales preciosos en muchas ocasiones se les condenaba al “aperreamiento”, o sea, a ser descarnados o despedazados por perros de presa como les sucedió a los señores de Coyoacán, Xochimilco o de Cuautitlán.
Y es que apenas una minoría de conquistadores que no pasaban de los diez sabían leer y escribir. ¿Esa es la cultura y la civilización que traían? El libro preferido de Hernán Cortés era la biblia y no podía ser otro por su condición de ultra fundamentalista católico. Él tenía una idea fija: redimir a los gentiles e imponer la religión del pecado, el sufrimiento y la sumisión. Se le adjudica la autoría de las Cartas de Relación en las que describe sus viajes de aventuras y la conquista del imperio Azteca en plan novela épica dedicada a su católica majestad Carlos I. Sus biógrafos sostienen que estudió latín, gramática y leyes en la Universidad de Salamanca. ¿Qué documentos lo demuestran? No serán Las típicas falsificaciones a que nos tienen tan acostumbrados estos malandrines. ¿Utilizó algún fraile doctrinero para que escribiera esas crónicas de conquista?, ¿sería su secretario y capellán López de Gómara?, ¿o quizás fue Bernal Díaz del Castillo? El hecho es que su sádica personalidad lo hacía vanagloriarse de sus crímenes ¿quizás pretendía dejar constancia de sus “hazañas” para que fuera santificado en un futuro?
Las Cartas de Relación revelan cómo Hernán Cortés se creía un semidios que debía cumplir los designios del Todopoderoso. Porque su católica majestad había sido elegida por Dios para dominar el mundo y él era su brazo ejecutor. Este ególatra y racista describe a Moctezuma como ilegítimo y tirano de los pueblos tributarios, acusa a los Mexicas de realizar rituales satánicos de sacrificios humanos y antropofagia. Los conquistadores han sido enviados por el Dios blanco para extirpar las idolatrías e imponer el orden y la justicia. ¡Y el “amor”! ¡Desenfundando la espada justiciera “la tizona” arengando a sus tropas con el ¡Santiago y cierra España! Por la “razón y la fuerza” se autoproclama el libertador y salvador de México. Una versión histórica manipuladora e infame que ha pervivido durante los últimos 500 años ya que los vencedores son los que escriben la historia oficial. El resultado civilizatorio no fue otro que reducir a las cenizas Tenochtitlan una de las ciudades más bellas e impresionantes del continente americano y el mundo.