‘Herida que no cierra’ (Ensayo)

‘Herida que no cierra’ (Ensayo)

Herida que no cauteriza, causada por el fatídico golpe de Estado que depuso al presidente de Chile, el médico Salvador Allende, con la complicidad de los gringos

Por: Mario Arias Gómez
septiembre 20, 2023
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‘Herida que no cierra’ (Ensayo)

Herida que no cauteriza, causada por el fatídico golpe de Estado que depuso del cargo -el 11 de septiembre de 1973- al presidente de la República, el médico Salvador Allende Gossens -democráticamente electo-, con la complicidad -particularmente- de los carapálidas gringos; 50° aniversario conmemorado el pasado lunes, el cual, nadie que se precie de demócrata, pasó desapercibido, máxime cuando, medio siglo después, paradójicamente, Gabriel Boric, ocupa La Moneda -sede presidencial- a nombre de la misma destronada izquierda democrática, recordación opacada por su baja popularidad.

La convulsa polarización de entonces, hoy se muestra exponencialmente más agresiva, exacerbada, recalcitrante, reflejada por la musculosa oposición de la  ultraderecha, sin dejar de reconocer en el pueblo chileno, la arraigada tradición civilista su profundo respeto por la democracia, el rehúso de las demasías ideológicas, las dictaduras, la violencia, lo que presupone -valga decirlo-  que la Historia allí no se repetirá ni como farsa ni como tragedia, ni los motivos que auparon la penosa inmolación del presidente Allende, justipreciada de heroica, como su último acto de resistencia.

Triste efeméride que coincide con el aciago atentado ocurrido hace 22 años el Gobierno de George W. Bush perpetrado, por 19 terroristas de Al Qaeda que secuestraron -sincronizadamente- cuatro vuelos en distintos aeropuertos de Estados Unidos, impactando dos de ellos en las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York, causando el desplome como la muerte de 2,977 personas y 6,000 heridos.

Al día siguiente los peruanos celebraron la “Captura del Siglo” -hace 31 años-, el 12 de septiembre de 1992, de su máximo enemigo, el terrorista Abimael Guzmán, cabecilla de Sendero Luminoso (SL), el mayor genocida del Tahuantinsuyo -el más importante Imperio de Sudamérica-. 

El turbio golpe que nos ocupa, ahogó en sangre los anhelos de cambio, cuyos entretelones empiezan a esclarecerse, gracias a la desclasificación de documentos (secretos) operacionales de la CIA, autorizados por la administración Biden, informes que van del 8 al 11 de septiembre de 1973. Aparece el registro de una llamada telefónica entre los halcones de la época: el presidente Nixon y su Asesor de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, en que inquiere ‘sobre el rol de los Estados Unidos’: 'no se pueden ver nuestras manos'. 'Bueno, no lo hicimos nosotros', responde Kissinger, nuestros agentes -infiltrados- no estaban al lado de los militares chilenos -sus apéndices-: '…los ayudamos creando las mejores condiciones posibles para fomentar el caos, desestabilizar, exprimir la economía’, ‘crear problemas grandes contra Allende y su gobierno’.

A confesión de parte relevo de pruebas, axioma jurídico que me releva el ahondar sobre el endémico, persistente, tradicional intervencionismo, rigurosamente excitado por su incurable, irreconciliable sentimiento nihilista de odio hacia la izquierda. 

Criminal golpe forjado a sangre y fuego -es necio negarlo-, excesos y represión, que destruyó la democracia; desapareció más de 40.000 personas, empujó finalmente el suicidio del primer socialista en el mundo en llegar al poder a través del voto popular. Apretado triunfo alcanzado con el 36 % de los votos, por el 35 % de la derecha (Jorge Alessandri); el 28 % de la Democracia Cristiana (Radomiro Tomic) que se sumó a al Golpe, costándole lágrimas de sangre (asesinatos, desapariciones, exiliados).

 Históricos hechos que este humilde escriba considera inexcusable guardar cómodo, doloroso, grotesco silencio, razón para pergeñar este breve, memorioso introito, como homenaje a las víctimas, al derrocado presidente Allende, apóstol de la causa de la democracia, de la libertad.

Documentos parcialmente desclasificados, faltando la mayoría del período, 1970/1994, casos como el de Orlando Letelier y Ronni Moffitt (su colaboradora) asesinados por la DINA -policía secreta de Pinochet- en las calles de Washington D.C., acto de terrorismo internacional ordenado por el más grande violador de los DHs, el más corrupto de la historia contemporánea de Chile.

Rufián que hasta el día anterior al Golpe, alardeada de su lealtad -lindante con la obsecuencia- al presidente, en coro con los sublevados comandantes de la aviación, Armada y particularmente, el general César Mendoza, comandante de los Carabineros,  al que Allende llamaba “rastrero”. Las órdenes: ‘Rendición incondicional, nada de parlamentar’, ‘la renuncia presidencial’, ‘evacuación de de La Moneda’.

Se quedaron: su estoica mujer, doña Tencha Bussi y sus tres valientes hijas; los médicos personales; la Guardia de Amigos del Presidente (GAP); el director de  investigaciones, Eduardo Paredes, la jefa de prensa, Frida Modak, el periodista Augusto Olivares y 17 insobornables, pundonorosos miembros de la guardia.

Ante la inminencia del asalto, el Presidente conminó a la esposa a marcharse -lo hizo a través de un colegio vecino a la embajada mexicana; Beatriz –‘la Tati’-, hija y secretaria, asilada en la Habana-Cuba, (tenía 34 años cuando se disparó, a causa de la ‘depresión’ y ‘heridas sicológicas’ del Golpe; sino trágico que continuó con la hermana menor del Presidente, exparlamentaria, Laura Allende, quien se arrojó de una ventana del Hotel Rivera; continuó, su engreído nieto mayor, Gonzalo Meza Allende (45 años), encontrado muerto en su casa dos días después de suicidarse..

Igualmente solicitó a todo el personal subalterno, retirarse. A la guardia de Carabineros, le dio la opción de elegir; optando la mayoría por abandonarlo, inclusive el cobarde, huidizo meón, general-jefe Sepúlveda. Desde la azotea y los balcones de La Moneda, a las 11.30 a. m., abrieron fuego contra las tropas que los rodeaban, Allende disparaba el fusil AK, regalado por su amigo Fidel Castro.

En medio del fuego cruzado, aquel inolvidable martes 13 de septiembre de 1973, el presidente Allende, desde Radio Magallanes -el único medio disponible que no había sido tomado por los complotados- leyó emocionado, el legendario, vibrante, último discurso que gustoso transcribo:

 “Esta será seguramente la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación.

Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron… soldados de Chile, comandantes en jefe titulares, el almirante Merino que se ha autodesignado, más el señor Mendoza, general rastrero… que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al gobierno, también se ha nominado director general de Carabineros.

Ante estos hechos, sólo me cabe decirles a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente

Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen… ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.

Trabajadores de mi patria: Quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección. El capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara Schneider y que reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas, esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios.

Seguramente Radio Magallanes será callada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, lo seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos, mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal a la lealtad de los trabajadores.

El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.

Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!

Éstas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición"

Pidió enseguida a sus allegados entregarse, envió al secretario general de Gobierno y al subsecretario del Interior a dialogar con los golpistas: detenidos -ipso facto- en el subterráneo debajo de la plaza Constitución. Aparecieron más tarde muertos.

Mientras arreciaban los cañonazos desde los tanques que rodeaban el Palacio, un avión -Hawker Hunter- disparó 18 cohetes que dieron en el blanco. A las 2:00 p. m., el presidente entró sereno al solemne Salón de la Independencia portando un arma de fuego. Se escuchó una ráfaga. Cesó la resistencia. La alucinante, escalofriante, fatídica pesadilla había concluido. Cuando las tropas ingresaron a Palacio, Allende estaba en el precitado Salón con la cabeza destrozada, en la mano tenía el fusil AK. En la sala    contigua, estaba el cadáver del amigo, “Perro” Olivares.

El médico personal, Óscar Soto que acompañó hasta el final al presidente describió la escena: “Allende se ha disparado su metralleta, que todavía está entre sus piernas. Tiene el cráneo destrozado y yace semiinclinado a la derecha”, y este el testimonio de su fiel guarda: Gustavo Basaure Barrera: “Yo estaba a unos metros de la puerta del salón Independencia. Escuché dos disparos secos. Tres o cuatro hombres llegaron corriendo desde el ala sur del pasillo, abrieron la puerta, uno de ellos gritó: el presidente se ha matado”.

A propósito, si algo rebosó la copa de la paciencia de muchos chilenos, fue la visita que por casi un mes efectuó Fidel, en 1971.

Recuperada la democracia, y ante la necesidad histórica de determinar si Allende realmente se suicidó, o fue muerto por los militares, o si como sostuvo Fidel Castro en un discurso, el 28 de septiembre de 1973, en La Habana, que el presidente había muerto combatiendo con el fusil que él mismo le había obsequiado.  Exhumado el cadáver el 23 de mayo de 1990, fue sometido a un segundo examen forense, por un acreditado equipo científico internacional integrado por el tanatólogo español Francisco Etxeverría, la doctora colombiana Mary Luz Morales, la estadounidense Douglas Ubelaker, el perito balístico británico David Pryor y el antropólogo forense Luis Fondebrider, de Argentina, quienes concluyeron:

“La causa de la muerte (herida de proyectil); la forma (suicidio); la circunstancia (Golpe militar). Asimismo, establecieron que el presidente Allende se sentó en un sillón de su oficina, afirmó el fusil AK-47 entre sus rodillas y apretó el gatillo, accionando dos proyectiles: uno entró por la barbilla que salió por la parte posterior del cráneo, causándole la muerte, el otro se incrustó en una pared del despacho”.

La represión no se hizo esperar, génesis de la canallesca, criminal, enmascarada, lúgubre, oprobiosa, ponzoñosa, repulsiva política, intrínseca, vertebralmente atada a los falsos positivos, que son apenas una de sus múltiples aristas, introducida en Colombia con el sobrenombre de Seguridad Demoníaca, por el despreciable, infame, maquiavélico, mediático, permisivo, sicótico, solapado, sórdido innombrable.

Antecedentes, consecuencias y experiencias del delictivo, patibulario Golpe de Estado, del que Colombia puede sacar nutridos aprendizajes, enseñanzas, lecciones, quedando aún infinidad de delitos por aclarar, investigar.

Me uno -para terminar- a las innumerables elegías que con motivo del cincuentenario en comento se publicaron en el mundo democrático, exaltando merecidamente la cimera figura del póstumamente homenajeado como héroe moral de las pasadas, presentes y futuras generaciones.

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