Cuánto quisiera que solo por llevar la contraria a eso de que los colombianos no leemos, usted lea estas palabras que expresan la profunda tristeza de ver a mi país arrastrado al reinado del egoísmo; y mas que a mi patria, ver a la humanidad transitando adormecida hacia el total abandono de la esencia misma de nuestra especie, el amor.
No se trata de política ni de campaña alguna, es solo una reflexión sobre los obstáculos que hemos construido como sociedad que impiden amarnos los unos a los otros y entender que todos los problemas del mundo empiezan en la incapacidad de sentir el dolor de otros como nuestro, hemos alimentado tanto el ego en la construcción de nuestras vidas hasta el punto de la insensibilidad de nuestras almas frente al dolor ajeno.
¿Muy abstracto? Estamos tan ocupados en lo que creemos que está bien hacer con nuestras vidas, que no percibimos si nuestro vecino pasa problemas tratando de hacer lo propio con la suya. Y así vamos, como borregos ocupados solo de nuestro camino sin importar los traspiés de alguien más ¿y eso en qué nos afecta? Olvidamos que precisamente las primeras sociedades se unieron para luchar contra el frío del invierno, o los animales predadores, o traer agua del río mientras otros construían refugios y cocinaban para todos. Olvidamos que estamos juntos por la necesidad mortal de huir de la soledad y estamos volviendo paulatinamente a ella.
Cuando las sociedades crecieron tanto que era difícil organizar los aportes de cada uno de nosotros al bienestar de todos, llegó el dinero para ayudarnos a intercambiar lo que necesitábamos; ahora encontramos los alimentos en tiendas, los abrigos en percheros y prácticamente todo lo que necesitamos se puede comprar con papeles de bonitos colores ¿Y el amor con que nuestros ancestros aportaban a todos? Se perdió en la desmedida necesidad de conseguir dinero para comprar pbienestar. Olvidamos el origen de todo y nos enfocamos en conseguir papeles de algodón, pero resulta que en esta gran tribu de 7 mil millones de seres humanos hay quienes no consiguen alimento, pelean con fríos insoportables y mueren mientras nosotros nos tapamos los ojos porque lo importante ahora es acumular billetes. Y así olvidamos el amor.
Culpamos a los gobiernos porque apestan a corrupción, olvidando que los políticos son gente como nosotros: educados en las mismas escuelas, con las mismas creencias y elegidos por nosotros. Culpamos a los pobres por no trabajar como si aguantar hambre fuese placentero o mendigar dignificara el espíritu. Culpamos al drogadicto como si enfermarse fuese una elección consciente de hacia donde dirigir nuestras vidas. Culpamos a las mujeres por usar minifalda olvidando que quienes las golpean y violan son hombres como nosotros, educados en el precepto machista de verlas como objetos de consumo. Culpamos al mundo cuando le hemos dado la espalda abandonando el legado de los viejos, de sentir el dolor ajeno como propio.
Somos tan egocéntricos que devoramos al planeta tan rápidamente que es inevitable la tragedia, hay quienes en su afán por conseguir mas billetes envenenan el agua para extraer petróleo o despellejan animales para hacer bolsos en finas colecciones; buscan oro debajo de los ríos o en lo alto de los páramos, prostituyen niñas de otras naciones, venden órganos, esclavizan mujeres y niños, roban impuestos y desfalcan gobiernos, asesinan, violentan, humillan, golpean, destruyen, ¿y nosotros? Ocupados en vidas únicas encasilladas en comprar mas baratijas en busca de la felicidad.
Y así la humanidad transita adormecida hacia su extinción, mientras dejamos que el amor se extinga en nuestros corazones y nuestras almas olviden el abrigo del abrazo solidario. ¿Extinguirnos? Indudablemente, morirán todos los de nuestra especie. Pero la humanidad desaparecerá mucho antes, en el instante en el que el último corazón deje de sentir amor por el prójimo dejando solo criaturas envenenadas por la ambición que acabarán con todo a su alrededor.
¿Cómo evitarlo? Amemos profundamente, tan sencillo como eso.
