Esta es la vivienda de un amigo de la infancia. La casita humilde de mi amigo Heliberto; no sé su apellido, pero en el pueblo todos le dicen “el Heriberto Guayabo”, ya que en Sandoná, Nariño, mi pueblo querido, es muy rara la persona que no tiene apodo.
En mis años de infancia, por allá en los primeros años de la década de los 60, vivíamos en la calle 5ª con carrera 6ª, al lado de la Gallera Municipal y al frente había (y todavía existe, remodelado) un pequeño espacio urbano que hacía las veces de canchita de fútbol; también lo utilizábamos para jugar bolas, trompo, etc. Allí conocí muchos amigos con los que jugaba, entre ellos Heliberto, apodado Guayabo, creo que por ascendencia familiar. No lo veía hacía como 55 años, ni siquiera me acordaba de él, hasta que en una de las visitas a Sandoná, hace aproximadamente 9 meses, caminando por la vereda La Joya y retornando a la cabecera municipal por el camino conocido popularmente como La Agonía, mi hermano Nelson me indica una casita, un ranchito pobre y humilde, enclavado en medio de una ladera empinada, construido con diversos materiales desechados o reciclados y me dice: “esa es la casita del Heliberto Guayabo, te acuerdas de él?” Yo le respondí que sí, pero en realidad estaba confundido, pensando que se trataba de otra persona.
El día sábado, día de mercado en Sandoná, llegó Nelson a su casa, donde me estaba alojando, con el mercado que había ido a comprar, mercado transportado por un señor de los que se dedican a ello, que él había contratado y me dijo: “Él es el Heriberto Guayabo, el de la casita que vimos en La Agonía”.
Al principio no lo reconocí, mejor dicho, no me acordé de él, pero mi frágil memoria de la tercera edad sacó lo mejor de sí y me lo trajo a la mente, tal cual como era de muchacho. Al verlo bien, lleno de ganas de vivir y dedicado a un trabajo duro, no aguanté el deseo de darle un abrazo fuerte y decirle la alegría que me daba volver a verlo.
Charlamos unos momentos y allí me confirmó lo que me había contado mi hermano: que una banda de ladrones había entrado a su humilde ranchito, durante el día, aprovechando que él estaba trabajando y le habían robado la poca ropa que tenía, los viejos utensilios en los que preparaba sus alimentos, las cobijas o frazadas con las que capoteaba el frío de la noche y que, lo que no les sirvió, especialmente viejas prendas de vestir, las arrojaron por los aires, ladera abajo, las que aún se ven enredadas entre las matas de café o las matas de plátano. Mejor dicho: le robaron su pobreza. ¿Será que estos señores alcanzan el título de ladrones? ¡Y son una banda que hasta nombre tiene! Ladrones de la pobreza de un humilde hombre trabajador y solitario; porque él vive solo en su casita, sin servicios de agua ni energía, ni alcantarillado; para preparar sus alimentos y bañarse debe recurrir a personas de buena voluntad, residentes en las primeras casitas del barrio Villa del Rosario, distantes aproximadamente a 800 metros, quienes le regalan los baldados de agua que lleva hasta su morada.
Heliberto debe tener más de 70 años. Me pregunto: ¿qué va a pasar con él, cuando ya no pueda valerse por sí mismo? ¿Se encargarán las autoridades de turno de que tenga una vejez digna? Lo que gana transportando mercados desde la plaza hasta las diferentes residencias de los sandoneños es muy poco y sólo le alcanza para medio sobrevivir. Tuvo que recurrir a la caridad pública para que le dieran ropa usada, frazadas y hollitas en buen estado para poder defenderse de los embates de la vida.
Me vine con el alma contenta por haber visitado a mi familia y a mis amigos, pero con el corazón arrugado de ver tanta pobreza y tanta maldad.