Este pasado 9 de enero, siendo las 12 de la noche, se cumplió el quinto aniversario de la culminación del cese al fuego que, por 101 días, había sido acordado entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla del ELN en medio del cuarto ciclo de las conversaciones que por ese entonces celebraban en Quito estas dos fuerzas antagónicas.
La anterior es una efemérides de ingrata recordación debido a que, no habiendo comenzado aún a despuntar las primeras luces del día siguiente a la finalización del cese, las reanudadas hostilidades ya daban cuenta de la voladura de dos oleoductos, uno en Casanare y otro en Arauca, de un soldado muerto y dos infantes de marina heridos en Arauquita y de hostigamientos contra la fuerza pública en Saravena y El Tarra.
Es de entender que las fuerzas de seguridad del Estado no se quedaran quietas ante tales acciones, pero de su magnitud y consecuencias no fueron muchos los registros periodísticos conocidos. De lo que sí hay evidencias es del aprovechamiento que de tal situación hizo el gobierno para poner al país a su favor, pues tales hechos constituían, a su juicio, no una lamentable consecuencia del fin de la tregua, como en realidad lo eran, sino una actitud criminal que ponía en alto riesgo la continuación del proceso de paz.
El simple hecho de que, luego de estos cinco años, el ELN esté todavía en armas hace ver lo infructuosas que han resultado ser las conversaciones que con esta guerrilla se han tenido, en parte por el excesivo celo con el que ella ha tratado de preservar sus ideales revolucionarios y materializarlos en planes concretos de transformación social, y en parte por la carencia de una efectiva voluntad de paz de parte de los gobiernos con los cuales la ha buscado.
Por fortuna, las circunstancias del momento presente son muy distintas. Hoy contamos con un gobierno que tiene como máxima prioridad la búsqueda de soluciones a los graves problemas de la población, pero que entiende que tal objetivo solo es posible alcanzarlo bajo las condiciones de una paz total. En tal sentido, ha tendido generosamente sus manos a quienes tienen las armas puestas en las suyas, buscando crear en conjunto la armonía necesaria para construir ese buen propósito. Ojalá los elenos —como de manera tan simpática les gusta ser llamados, tal vez por la evocación de epopeyas literarias indudablemente hermosas que tal calificativo puede suscitarles— coincidan con el gobierno en tal apreciación de la realidad actual, pues de ello puede depender que las conversaciones previstas para febrero sean el principio de esa paz total que tantos anhelamos.
Condolencias: Para quienes creen en otra vida después de la presente, la muerte de un ser querido es solo un paréntesis abierto a la esperanza del reencuentro definitivo. Ese no es mi caso. Carlos Julio Flórez, un amigo de mi lejana juventud y compañero de mis primeras luchas, se ha marchado sin dejar en perspectiva ni puertas que abrir ni nuevos abrazos para disfrutar. Solo su hermoso recuerdo. Paz en su tumba.