Un día escuché a alguien comentar, palabras más, palabras menos, que las personas de los valles somos cortas de vista porque nuestra mirada no pasa de las montañas que nos cobijan; creemos que todo lo que existe está en nuestro entorno y que más allá no hay nada más ni mejor.
Entonces, nos apropiamos de ese terruño y lo atesoramos cariñosa y orgullosamente, al punto de convencernos de que forma parte de nuestro ser, nos define y enaltece, confiriéndonos un carácter entre el conformismo y la altivez que, sin querer queriendo, nos lleva hasta la cima para apreciar nuestros dominios en toda su grandeza y… ¡vaya sorpresa! Nos enteramos de que detrás de nuestras montañas hay mucho más. Todo un sobresalto que nos hace exclamar: “¿y todo esto?... ¡debe ser mío también!”.
Esta suerte de parábola cae como anillo al dedo para describir a los paisas, especialmente a los que habitan el Valle de Aburrá que, envalentonados por una altivez quizás injustificada, se las arreglaron para fundar un asentamiento urbano donde las singularidades geográficas hacían prácticamente inviable cualquier actividad comercial y productiva, así como el desarrollo social.
Sin embargo, las personas de aquí nacen impregnadas de un temple que raya en la obstinación, que les ha permitido sacar adelante ideas o empresas que muchos consideraban más fáciles o acertadas en otros lares.
Los paisas, entonces, siempre “sacan el cuerpo por donde meten la cabeza”, apoyándose en su religiosidad, su altanería y en una actitud solidaria y cooperativa, que blanden cada vez que se enfrentan a alguna dificultad.
Esa personalidad resuelta, la han aderezado con otras cualidades como ser pioneros, creativos, pujantes, aventajados, reformadores y progresistas, entre otras, que encajan bien con el perfil de la parábola y que se transmiten de generación en generación, forzándonos a ser y actuar a lo paisa siempre; rasgos que, admitámoslo, nos hace insufribles ante los compatriotas que no tuvieron la suerte de nacer altivos en estas montañas perfumadas de libertad.
Lo que tenemos y hemos hecho en Medellín nos representa; nos pertenece y conforta; nos inspira y enorgullece.
Puede que para personas de otros lugares no sea nada para jactarse, pero no puede impedírsenos sentir satisfacción por los procesos, progresos y logros que hemos gestado aquí en lo social, la industria, la economía, la cultura, la academia y hasta en la política, a pesar del centralismo excesivo que manda en Colombia y que, en muchas ocasiones, para las provincias es un escollo más difícil de sortear que las pronunciadas laderas de nuestro relieve, que son duras de trepar hasta en primera.
Nuestro talante nos ha dado para ser pioneros del cultivo e industria del café -insignia de nuestro país-; ser referente latinoamericano de la minería y del sector textil-confección; ser capital industrial y comercial de Colombia, y meca latinoamericana del negocio fonográfico; ser fundadores de la primera aerolínea del país, de El Espectador, RCN y Caracol y del primer canal regional de televisión: Teleantioquia; tuvimos y tenemos tranvía, somos los únicos con un metro en Colombia y los primeros en tener teleférico y escaleras eléctricas para reconectar las zonas más deprimidas y violentas con el progreso de la ciudad.
Somos pioneros en trasplantes en Latinoamérica; tenemos una empresa de servicios públicos que ha sido ejemplo de gestión pública eficiente por más de seis décadas y son reconocidos nuestros avances de los últimos años en protección de la primera infancia, lucha contra la pobreza, educación, cultura, urbanismo, movilidad, seguridad, paz, convivencia, liderazgo comunitario, transformación productiva y emprendimiento…
Por mencionar solo algunos que, a pesar de los yerros y problemáticas con que hemos perjudicado a Colombia entera, nos permiten afirmar que, aún con muchísimo por resolver, nuestra Medellín está lejos de ser una ciudad fallida y es reconocida por su resiliencia, justamente por nuestra disposición a cooperar y tirar hacia el mismo lado cuando hemos requerido sortear dificultades asociadas a la economía, la ilegalidad y la violencia. Nos falta andar mucho, pero lo que hemos avanzado es muy satisfactorio.
En esto debe reconocérsele mérito a toda la sociedad y aunque felizmente hemos tenido algunos líderes y gobiernos determinantes, ha sido el compromiso y altivez de quienes habitan este valle lo que nos ha llevado a materializar lo que nos proponemos, porque amamos nuestra ciudad y estamos orgullosos de ella, con sus atributos y defectos.
Por encima de cualquier doctrina política o gobernante, queremos y estamos orgullosos de nuestra institucionalidad -en la que estimamos tanto a nuestra Universidad de Antioquia y al Poli “Jaime Isaza”, como al Independiente Medellín o al Atlético Nacional-, de nuestros líderes o héroes culturales -como Tomás Carrasquilla, Octavio Mesa, Héctor Abad Faciolince, Darío Gómez, Kraken, Teresita Gómez, Alcolirycoz, Débora Arango, Víctor Gaviria, J. Balvin, Juanes, Fernando Botero, Karol G. y un largo etcétera- y de nuestro empresariado -desde productos Seba Seba y los sanandresitos, hasta las compañías que conforman el GEA-.
Claro que hemos tenido y tenemos desavenencias, sin embargo, al final siempre nos une el orgullo y la confianza por lo que hemos hecho y mantenido, contagiándonos firmeza e inyectándonos la inspiración para seguir progresando. Este talante que nos sale del tuétano nos enorgullece tanto como nuestras familias, amistades y el barrio en que crecimos.
Por eso es tan decepcionante ver que el timón de Medellín esté en manos de unos disociadores como el movimiento Independientes y su líder Daniel Quintero.
Una caterva de inconsecuentes que fundamentan y legitiman sus torpezas desdibujando el mérito de lo que hemos construido por años y aporreando la honra de personas e instituciones clave para el progreso histórico y actual de nuestra ciudad; un clan, lleno de forasteros, que azuzan personas lejanas y ajenas a nuestra realidad que, ignorando lo que nos ha costado lo que hemos hecho, respaldan este proceder insensato sin considerar que el daño que están infligiéndonos escalará al resto del país, con peores efectos, seguramente.
Aquí no faltará quien diga: “¡Pero Quintero es de allá, es paisa también!”. Y sí, puede que haya nacido acá, pero sus decires y procederes muestran su falta de pertenencia y desconexión con su gente.
De hecho, no ha sumado al progreso de nuestra ciudad y es visible y reconocido su empeño incesante por romper nuestra unión y legado.
No resolvió las dificultades de Hidroituango ni impidió el presunto fracaso del proyecto. Miente sobre el Grupo Empresarial Antioqueño -GEA- y su papel en nuestra ciudad.
Ha perjudicado la reputación de EPM, empresa que, en lugar de ser un riesgo, siempre ha sido prenda de garantía para el desarrollo municipal y, aparte, ya acumula una sarta de promesas de campaña sin cumplir.
Sí, Quintero será de acá, pero usa lo que nos ha enaltecido para dividirnos, minar nuestra estima y confianza, y sembrar rabia presumiendo de ser el artífice de muchos hitos del bienestar social, que enumeré arriba, y que la ciudad materializó mucho antes de que él se perfilara como candidato a la alcaldía y que, al contrario de lo que alardea, podríamos perder por su administración desintegradora y errática.
Podrá ser de aquí, pero con su actitud personalista y marrullera Quintero no encaja en el carácter de lo que es Hecho en Medellín.