Para S.
“Yo no soy La Habana Vieja”.
Ese preciso y movido reportaje, en lo emocional y en lo histórico, que es la canción de Joaquín Sabina Postal de La Habana, cuenta la historia de un grafiti que apareció en un mural propagandístico del Ché Guevara, justo encima de su “boina mítica” y que con letra rápida y trémula, —imagino— medio lamentaba, medio confesaba: Haydé te necesito. Tan intocable me pareció la historia que no quise indagar más sobre su veracidad o fantasía. Así me bastaba.
Haydé te necesito, no es más que una muy poética y egoísta confrontación del poder, una forma de sobreponer el sentir y latir individual ante los aparentes consensos colectivos que el estado moderno presume; una sutil burla e incendio a sus íconos y sus mandamientos y un alivio frente a esa paranoica y conflictiva relación que se entreteje entre el poder y el individuo. Es un buen grafiti, sin duda, y un acto de amor —casi— heroico.
Este heroísmo revela y confirma un propósito general y extendido entre nosotros: la persistencia en la búsqueda del amor. Persistencia que no es otra cosa que la manifestación más natural, espontánea y exquisita de la expresión humana, de su —–y a veces interminable— discernir. De ese constante ejercicio de un humano tratando de coincidir con otro humano. La vida misma, acechando, amenazante.
Sobran los ejemplos pasados y presentes (y seguro los habrá en el futuro) de modelos hegemónicos de convivencia humana (estado, teoría jurídica-económica, experimento sociológico y/o distopía literaria) en que se pretendió, pretende o pretenderá controlar, y poner bajo el ojo vigilante Orwelliano, al amor del hombre con una mujer, o de un hombre con otro hombre o de una mujer con otra mujer. Suena lógico, no hay nada más peligroso para el poder y las hegemonías que los enamorados y no hay una fuerza más capaz, liberadora y beligerante que el sexo. Ellos lo saben.
Posiblemente, en la actualidad no hay fuerza más totalitaria, más allá de grandes y omnipresentes hermanos y de las vetustas economías y conciencias planificadas, que la fuerza del mercado, que entre otros efectos colaterales, ha traído una dañina desmitificación (no toda desmitificación es dañina) de la sexualidad. Daña al sexo matándole al amor.
Cuando el mercado publicita y promueve al sexo como un simple trámite coreográfico de moda y un reflejo de final cualquiera, entre ajenos y extraños; entre muchas otras formas, erigiendo estrellas y expresiones artísticas pasajeras, que maquillan como libertad sexual sus agendas publicitarias y sus vanidosos ánimos de figuración, envían (el mercado y sus carteros) un mensaje claro y contundente: el sexo no importa. Pero si importa. Importa mucho.
Como más o menos mencionaba Vargas Llosa frente a la literatura erótica de moda, en esa serie de ensayos y artículos que terminó siendo La civilización del espectáculo, cuando el sexo se hace espectáculo, brillo, superficie, y escándalo, nos reduce, y nos condena, a su enfriamiento, a su perdida de rumbo y al pesimista final de ser, por la frivolidad, deshumanizados.
El grafiti Hayde te necesito cuenta una historia de rebeldía y desobediencia ante el poder a través de un acto decidido y sencillo de amor, uno más de esos actos que nos confunden, nos atraviesan y duelen y que a la vez nos llevan a escenarios de fantasía donde resistimos a la precariedad del mundo y viajamos a esos lugares desconocidos e imposibles, donde ese amor se mece paciente, esperándonos, a la diestra del sexo.
@CamiloFidel