Cuando un político que estaba perdido de la actualidad nacional aparece de pronto en los medios de comunicación, se puede inferir, casi sin equivocación, que tiene aspiraciones políticas. Tal parece ser con Jaime Castro a la Alcaldía de Bogotá. No de otra manera se entiende su ofensiva contra Petro, maledicente y ensañada. Está vendiendo la idea que Petro no respeta la majestad del Estado de Derecho. Eso es falso. Petro se está defendiendo de un complot urdido por enemigos muy poderosos que tienen secuestrada moral y políticamente a la sociedad colombiana y a los que, en mala hora, el Dr. Castro se ha entregado sin reserva ni medida.
El argumento de las miles decisiones que ha tomado el Procurador Ordóñez y que han sido acatadas por sus (en muchos casos) víctimas, no es suficiente, porque no es razonable. El expediente por medio del cual una mera resolución disciplinaria se eleva hasta la más severa sanción penal, con destitución del segundo cargo más importante de elección en Colombia y muerte política durante 15 años, no está dotado de la suficiente claridad que debe acompañar una decisión que ha producido, por lo desproporcionada, reacción local, nacional e internacional.
Dicha actuación del procurador Ordóñez nos ha demostrado de qué lado está la defensa de los derechos humanos en Colombia. Porque llegar hasta ese extremo de destituir e inhabilitar el ejercicio de funciones públicas, en el peor de los casos, porque a Petro se le regó una basura tres días, no cabe en la lógica jurídica de nadie, así las funciones y competencias de la Procuraduría avalen ese exabrupto. Todo parece como una coartada para producir un hecho político concebido por quienes han convertido el Estado en un botín y han hecho de la ley y el Derecho un garrote para aplastar adversarios y obtener beneficios.
Y así es. No se entiende cómo el Dr. Jaime Castro al mando de un brillante equipo de colombianos desembarca en la CIDH en Washington para hundir más a Petro. Y cómo ahora el mismo procurador Ordóñez se alista para cumplir la misma misión en la CIDH en Washington. Quiere decir, entonces, que la suerte de Petro se está jugando en la justicia del exterior. Y es muy posible que eso esté salvando a Petro de su inminente caída.
Lo que nos queda muy claro “a los de la galería”, como nos llama el Dr. Castro, es que hay una Colombia mafiosa que no le gusta Petro. Y que lo quieren sacar. Que no les gusta su independencia y su honradez. Que no aprueban esa lucha tan solitaria contra los carteles de la contratación que son el paradigma de la corrupción. Que no permiten acabar con unos políticos parásitos y decadentes que han sido el motivo y la razón de la Administración, el clientelismo refinado y puro. Que no les gusta abrir los espacios consagrados en la Constitución y la ley a la participación ciudadana. Que no les importa ni reconocen la amenaza del cambio climático porque los humedales están en zonas de urbanismo AAA.
Colombia está jugando el partido de la paz con Santos. Cuando la guerrilla diga SÍ, el país tomará otro rumbo: más civilizado, democrático y pacífico. Menos mafioso y más participativo. Menos clientelista y más ambiental. Menos corrupto y más progresista.
Tomen nota Dr. Castro y adláteres.