El partido político es un elemento consustancial a la estructura del Estado republicano. Su origen y función arguye la presunta finalidad de representar las fuerzas y tendencias políticas del pueblo por cuanto la participación absoluta del mismo tomado hombre por hombre es irrealizable. Esta devoción al principio de representación nos ha hecho depositar una fe ciega en el partido como órgano funcional del pueblo. Sin embargo, esta naturalización del partido ha imposibilitado ponerlo en tela de juicio y suscitar sobre él las más profundas críticas. Y es que incluso aquellos que aciertan en sojuzgar a los partidos desde la severidad de las disciplinas sociales, erran en sus conclusiones al concebirlo como un “mal necesario” para la democracia.
Quien atine a escudriñar la historia política de Colombia y en ello la de los partidos sabrá que su origen es la red clientelar y el mercado de los favores políticos. La nefasta división que vivió Colombia en dos partidos políticos y que sumió por tanto tiempo al país en una marea de violencia y brutalidad, no tuvo por origen los bucólicos discursos e ideologemas con que cada partido justificaba su proyecto de nación. El partido fue y siempre ha sido una extensa red de dependencias políticas, favores económicos, alianzas funcionales, extorsiones morales; liderados por chabacanos caudillos que ejercen dominio sobre sus áreas de influencia y que conciben al Estado como una oportunidad más de crecimiento vigoroso para sus propias arcas privadas. El despistado militante no atinando a ver el verdadero origen del partido se ofrece obnubilado a las consignas ideológicas para ser inmolado en las pugnas partidocráticas, que usufructúan exclusivamente los innobles mecenas de la politiquería y su corruptela de politicastros afiliados.
Como denunciaba el padre argentino Leonardo Castellani, el sistema de partidos ha convertido a la política “en asunto sucio y en especialidad de inescrupulosos y audaces, sino bribones”. Este sistema implica y promueve según sus palabras “La concusión, el peculado, el negociado, el coimeo, la gravísima corrupción civil que consiste en la compra y venta de las funciones de servicio público”. Así la política no es ya arte de gobernar sino “arte de llegar al poder”. ¿Qué son los partidos políticos hoy? Ya no agrupaciones de hombres en torno a cosmovisiones e ideales bien organizados, ciertamente. Son más bien, un conjunto de intereses mercantiles cuyo nodo son este o aquel grupo empresarial o financiero, este o aquel terrateniente, aquella alianza de dinastías regionales o aquel hombre rico del municipio. ¿Qué es la política actualmente? El ejercicio de elegir entre varias opciones del “mercado político” en cuyas vitrinas desfilan los politicastros de siempre, los avivatos de turno, los incapaces y los don nadies de última hora, atiborrados de galácticas cuan falaces promesas; todo ello para hacerse del botín del Estado (erarios públicos, cargos, arcas y tesoros). Este es el origen de la corrupción que tanto nos agobia.
De esta forma, el meollo del asunto estriba en una democracia secuestrada por el cedazo de la “representación” funcional que ha limitado —por más que se diga lo contrario— el ejercicio de una democracia auténticamente participativa. ¿Cómo pensar la estructura de una democracia participativa más allá de la representación partidista? Comencemos nuestra revisión desde la unidad administrativa fundamental: el municipio. El pueblo en el gobierno municipal acompañando al alcalde y superando la partidocracia debe articularse reformando el concejo. No pensemos este ya como elegido de una variedad de candidatos al turno, representantes —más o menos— de un partido político, sino como la conjunción de todas las fuerzas organizadas de la sociedad, configuradas en cuerpos representantes de diversas categorías, a decir: los productores, los técnicos, los trabajadores, los educadores, estudiantes, los deportistas, las familias, los policías, los trabajadores de la salud, los artistas, la iglesia, las asociaciones comunitarias etc.
Este concejo comprende las múltiples categorías económico-sociales, territoriales y culturales que conforman el municipio. Así, el partido es reemplazado por la asociación, el sindicato, la corporación, la comunidad étnica, el movimiento social, la comuna, la cooperativa, entre otras estructuras de la sociedad; no ya representadas de manera subalterna sino participando directamente en el ejercicio del gobierno municipal. Cada categoría selecciona popularmente sus representantes, agotando igualmente el paródico ejercicio de la elección temporal. La representación aquí tiene la vigencia de los mismos órganos del pueblo y de su voluntad electiva. Una democracia de este tipo concebida como “orgánica” pensamos, representa lealmente la fisonomía auténtica del pueblo en sus dinámicas vivientes, ya no mediadas por la interpretación política o las buenas o malas intenciones del concejal tradicional.
Como apunte final, el tamaño del concejo deberá hacer revisar el límite de su cuota representativa, no obstante, sin caer en el paquidérmico burocratismo. Repensar el concejo es reformar a la sociedad misma, que para ejercer su soberanía democrática deberá tender a la comunidad organizada.