Uno de los amigos pseudoambientalistas de mi Matilda se graduó de Ph. D. Esto, genera en ella una reacción muy curiosa: intenta esconder sus pecas detrás de su pelo cereza, se muerde los labios, baja la cabeza, y me mira con sus ojos verdes hacia arriba; es evidente que se derrite de placer de solo imaginarse el diploma, pero en cambio a mí, no me causa sensación alguna.
¿De qué sirve pasar cinco años en el norte de Europa, aguantando nevadas eternas y comiendo papas en todas sus presentaciones, para luego volver a este tropical país nuestro? Aquí no valoramos el poder transformador de la educación, ni mucho menos nos importa la evidencia académica para tomar decisiones. A mi modo de ver, ese nuevo Ph. D. a duras penas quiere decir que ahora ese joven es “doctor” (con “c”), y que vuelve a vivir al maravilloso país donde cualquier encorbatado que haga mala cara es “dotor” (sin “c”).
Empecemos por lo básico: ¿qué es un Ph. D? Y sobre todo, ¿para qué sirve? Aunque yo solía pensar que simplemente era una especialización más larga y costosa, basada en clases cortas de sábados enguayabados, parece que no es así. Según me explican mis amigos científicos, un doctorado es un grado avanzado que certifica que la persona que lo logra ha demostrado suficiente capacidad para adelantar investigación científica. Es decir, esta persona no solo se convierte en un experto en un tema muy específico, sino que aprende a diseñar, evaluar y hacer investigaciones académicas, buscando generar nuevo conocimiento.
Ahora entremos a lo más importante. Toquemos el tema vital para el “paisa ejemplar”, hablemos de lo que trasnocha al yuppie capitalino, reflexionemos sobre lo que adorna las tertulias en el Salón Jumbo del Country de Barranquilla: ¿cómo voy yo ahí?, ¿si hay billullo para el “doctor”? ¿O me van a decir que estos científicos dedican tantos años de su vida a encerrarse estudiando para luego ganarse un salario mediocre? Es decir, ¿estudian tanto para ganar mucho dinero al final? ¿O lo hacen por simple amor al arte? ¿Porque quieren transformarse y evolucionar?
Si no hay mucho dinero en eso del Ph. D., no le veo la gracia. Insisto que lo mío no es estudiar para transformarme, lo mío no podría ser estudiar para evolucionar hacia una mejor persona que contribuya con conocimiento nuevo, para el bienestar de su sociedad. Lo mío tendría que seguir siendo la especulación inmobiliaria, la venta voraz de carros y motos, y la explotación desaforada de recursos naturales. Si se puede adelantar estas pintorescas labores directamente con grandes empresas multinacionales, mejor.
Por otro lado, pensemos en el rol del gobierno. Aunque soy un frecuente crítico de nuestro aparato estatal, acepto que este es uno de los temas en los cuales nuestros políticos han hecho una gran labor. Por muchos años se ha ignorado a Colciencias, y se ha hecho poco por permitir que las política pública de largo plazo se diseñe y gerencie desde la ciencia. ¡Celebro que al Gobierno de Colombia no le interese la ciencia! Me parece excelente que no gastemos una parte inmensa de nuestro presupuesto promoviendo investigación, abriendo cupos para becas de doctorado, ni liderando una revolución educativa en niveles avanzados de educación. Si fuera así, nos llenaríamos de pelilargos, vegetarianos y bicicletos, expertos en evaluar críticamente las políticas públicas de nuestro gobierno. ¿Se imaginan? Eso sería mucho más peligroso que comprar un apartamento de CDO; es mejor dejar esa labor en manos únicamente de nuestro tradicionales y talentosos políticos.
Finalmente, volvamos al principio: ¿habrá algo de sexy en eso de generar nuevo conocimiento? Cada quien decide lo que le parece sexy, para algunos es el olor de carro nuevo representando la alta capacidad de consumo individual, para otros podría ser la evidencia empírica representando la alta calidad de vida grupal. Respeto a mi Matilda, pero yo me quedo con el fresco aroma de la gasolina extra; de la evidencia empírica que se encarguen otros.
Fecha de publicación original: 28 octubre de 2014