Miren, ustedes estaban muy pequeños, pero en Medellín, a finales de los años ochenta, esperar un semáforo en rojo al lado de una patrulla de la policía, era estar muy cerquita de la muerte. Pablo Escobar se inventó eso del Plan Pistola. Daba mil dólares por policía asesinado. Entre agosto de 1989 y agosto de 1990 los hombres del capo mataron a 400 policías. El líder del Cartel de Medellín sabía que si lanzaba la oferta de pagar 1.000 dólares por policía uniformado la gente de este tierrero lo seguía amando. Venerado como una especie de santo, Escobar sabía que no le pasaría nada a su imagen, en los barrios más humildes de Medellín, si lanzaba su ofensiva contra los uniformados. Porque si algo odian los pobres de este país es a sus policías. Después de la represión que se vivió en Colombia durante las protestas del 2021, la fuerza pública es una de las instituciones colombianas más desacreditadas. Ya se volvió paisaje que en este país más de 40 policías hayan sido asesinados en lo que va de 2022. No importa. Los policías están ahí para dispararles. Es normal, para eso estudiaron.
Que la gente del común asuma el asesinato de policías como algo normal vaya y venga, que los noticieros sean incapaces de sensibilizar sobre lo que está ocurriendo habla de nuestra debacle social. Ojalá el mismo despliegue que hicieron sobre la muerte de Darío Gómez lo tuvieran para sensibilizarnos sobre lo que signifique que acá atenten contra nuestros policías. En Estados Unidos matar a un policía significa pasar una vida entera en una cárcel. Incluso los criminales más sanguinarios se cuidan para no disparar sobre ellos porque sabe que ningún abogado podría defenderlos. Matar a un policía, en un país desarrollado, es atentar contra la institucionalidad.
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Merecemos desaparecer como sociedad que nos sacuda más la partida del rey del aguardiante a la de muchachos jóvenes que tenían una ilusión, servirnos como país
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Si, sabemos que han sido ellos los que han hecho que al país les importe tres pepinos su destino. Los abusos, la corrupción, el desprecio hacia la sociedad civil, sobre todo cuando son pobres, han hecho de la policía la institución más odiada por los colombianos. Es como si se aceptara como un destino válido sus muertes. Son policías, ergo deben morir de esa manera. El Clan del Golfo lo sabe y por eso mata a diario uniformados. El reto de Petro es hacer que el asesinato de ellos importe tanto como la muerte a los 71 años del Rey del Despecho. Ojalá en cuatro años la policía recupere su imagen, que nos importe lo que hagan, sus destinos, que el cambio vaya más allá de su uniforme, que no nos de miedo contar con ellos, llamarlos, pedirles ayuda.
Duele los 40 policías asesinados pero duele más que a nadie le importe. Merecemos desaparecer como sociedad que nos sacuda más la partida del rey del aguardiante a la de muchachos jóvenes que tenían una ilusión, servirnos como país. Hacernos reconciliar con la policía es uno de los retos que tendrá el primer exguerrillero en ser presidente. ¿Lo conseguirá?