Resulta llamativo que los ganadores de las últimas versiones del concurso literario de IDARTES sean tanto profesores como estudiantes suyos. Hace años decidí concursar pese a conocer circunstancias que dejaron mucho que desear, pues no se dieron en este certamen ni en todas las versiones. Hoy escribo porque mi experiencia pasada y reciente hace que vuelva a dudar de la honestidad de los concursos estatales, la única posibilidad para escritores no reconocidos.
Mi vida laboral ha transcurrido a través de contratos de prestación en los que he trabajado para el sector estatal y privado. De este último es perogrullo mencionar siquiera su transparencia, es decir, con las premiaciones casi siempre buscan hacerse publicidad, vender a los ya conocidos y pagar favores políticos, entre otros. Ciertamente no estoy descubriendo el agua tibia acerca de los premios literarios privados, bien conocida es su mecánica incluso en las grandes casas editoriales donde es imposible que los jurados lean más de quinientos manuscritos en menos de tres meses; puede que haya excepciones, no me aparto. Pero en virtud de lo anterior resulta indignante que la única posibilidad (concursos estatales) para nuevos escritores o aquellos que carecen de padrinazgos sea asaltada en la intención de ser el espacio ideal para dar a conocer un trabajo que de ser premiado honradamente, sería valorado en su justa medida tanto de creación como de esfuerzo y dedicación.
Las editoriales no se arriesgan con el nombre desconocido de un escritor, aunque su obra sea valiosa o en el peor de los casos vendible. Se necesita ser un personaje público ya sea columnista, actriz de telenovelas, político, protagonista de un sonado escándalo o incluso un ex secuestrado para que las obras vean la luz en una editorial colombiana o en una satélite extranjera cuya cuota nacional ya está cubierta por cuatro autores más aquellos recomendados por los padrinos locales. Por ejemplo, en el primer Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana, patrocinado por EAFIT y la empresa privada, los tres finalistas son columnistas de El Tiempo: Margarita García, Ricardo Silva y Juan Esteban Costaín, quien fue el ganador. Visto así, las personas que escriben, aquellas que han consagrado su vida profesional a este oficio, no tienen más que el apoyo estatal representado ahora por un solo certamen nacional, pues el Ministerio de Cultura desde hace dos años, y de manera acertada, premia y estimula la edición, las obras ya publicadas. A pesar de este cambio, también sucumbió no en pocas versiones a la ‘agilidad’ de algunos que sometieron el concurso a reparticiones comprando miembros del jurado. De esto doy fe, pues fui testigo de reuniones donde se señalaba a éste o a aquél jurado como vendido o susceptible de ser comprado: hace siete años, el Premio Nacional de Novela estaba dotado con cuarenta millones de pesos. Lo importante, según entendí aquella ocasión, no era lanzar al estrellato literario a alguien desconocido y apadrinado por uno de los asistentes a ese encuentro, sino quedarse con el dinero. ¿Quiénes asistían?: un escritor de renombre (jurado), un funcionario de mediano poder también escritor, su lacayo (otro funcionario) y un ‘aspirante’ al Premio, quien tuvo que ‘conformarse’ con la mención, pues el Premio se lo ‘ganó’ el mejor amigo del funcionario de mediano poder.
Sucesos similares no van más allá de ser rumores e incluso leyendas según las cuales, los premios universitarios son designados a dedo o que en 1997 un afamado profesor convenció al jurado de que necesitaba el dinero del Premio Nacional de Poesía porque estaba pasando penurias económicas. Como sea, y aquí es donde marco la diferencia, yo no sólo he presenciado ‘reparticiones’, sino que fui testigo en 2010 del nepotismo con el que si la coordinadora de la fundación cultural Gilberto Alzate Avendaño era egresada de Los Andes, entonces los jurados también eran egresados de la misma universidad así como el afortunado ganador.
Ahora que estoy retirada del medio laboral estatal, me he llevado la sorpresa del siglo al encontrarme casualmente con un escritor que hace años me confesó su deseo por trabajar en Bogotá. En ese entonces lo aconsejé diciéndole que enviara su hoja de vida al banco de datos. Después supe que había intentado quedarse en la capital y que tristemente no lo había logrado. El año pasado me lo encontré y le dije que yo había participado en un concurso en el que él había sido jurado. Pensé que íbamos a hablar de mi obra, de sus falencias y aciertos, pero en medio de su risa nerviosa esta vez me confesó que estaba radicado en Bogotá, que eran muchos los concursos y los manuscritos y que ahora trabajaba como docente de planta en una de las dos facultades que ofrecen el programa en Escritura Creativa. Se despidió con la rapidez de sus nervios en medio de sonrisas que en ese momento no entendí.
Desde que dejé mi trabajo como funcionaria en el Ministerio y en la Secretaría de Cultura, he participado con regular constancia en las convocatorias de IDARTES. Y tratando ser objetiva, me llama poderosamente la atención que en los últimos tres años, los ganadores han sido estudiantes de los programas mencionados de la misma manera como sus profesores también han salido triunfadores. ¿Los certámenes estatales están siendo utilizados para promocionar programas de Escritura Creativa? ¿Tan alta es la calidad de estos programas recién fundados que se turnan los premios?
En 2014 participé en el Concurso Nacional de Literatura IDARTES con un manuscrito que llevo trabajando durante mucho tiempo y estaba segura de quedar dentro de los finalistas. Cuando reclamé los anillados también pregunté por la evaluación que hacen los jurados, aquella guía que le da luces a uno, por la que le están pagando tanto a jurados como a prelectores y me dijeron que ésta era sólo para los finalistas. Bueno, son políticas internas, pensé y recordé las injusticias tan grandes que vi cuando trabajaba en el Ministerio, pues todos los participantes no podían ser leídos por los jurados debido a problemas de logística. Me consolé pensando que en el concurso literario organizado por la Javeriana no devuelven los manuscritos ni dan evaluación alguna, es más no informan si fue recibida la obra, si cumple con los requisitos o si estuvo como semifinalista. Entonces tomándome un café y recordando el encuentro con el escritor, saqué los anillados y los examiné minuciosamente. No hay que ser experto para saber que cuando se lee un anillado de estos, las hojas no quedan pegadas ni perfectamente encarriladas en el anillo. Los cerré con indignación pensando en la sonrisa nerviosa de aquel escritor, en su nuevo empleo en la Nacional y decidí tragarme el sapo… hasta ahora cuando recibo un correo masivo, invitándome con bombos y platillos a la primera sustentación de tesis en Escritura Creativa de la Central.
Como en la novela de Antonio Caballero, Sin Remedio, definitivamente no hay remedio. Las posibilidades para los escritores colombianos son nulas a menos que se forme parte de la cosa nostra literaria. De premiar novelas pésimas, pues aún no existe la opción de declarar desierto el certamen, el Concurso Nacional de Literatura ha pasado a hacerle publicidad al negocio de ‘conviértase fácil en escritor’ de novelas, guiones, teatro, libros de cuento y de poesía con la misma rapidez como se sacan dulces de una bolsa el día de las brujas.
Respondiendo a las preguntas formuladas arriba, debo decir que: sí, definitivamente están asaltando de nuevo el único concurso estatal; que no es mera coincidencia que profesores y estudiantes se turnen los premios y que la calidad de los premiados, salvo uno, no es la suficiente para ganarle a más de un centenar de propuestas presentadas. El único consuelo que queda es que esas obras ‘ganadoras’ sólo cuentan con una edición, en adelante han sido pasto del polvo en anaqueles y bodegas de remate muy acorde con su calidad. Lo realmente doloroso, y a pesar de que ya no existe la hegemonía de los mismos jurados de siempre, es que los actuales se vendan a la ‘ética’ de estas mafias y todo en las narices de la Secretaría, ¡vaya contribución la de mis impuestos!
¿Sobreviven los escritores nacidos de estos concursos, qué han escrito de nuevo sus antiguos ganadores? Si los nuevos son formados por la empresa privada, entonces qué sentido tienen los concursos estatales. Lo ideal es el seguimiento a un escritor, incluso desde los mismos talleres que ofrece el Ministerio y el Distrito, una división en el interior de los concursos, una evaluación para todos los participantes y la posibilidad de declararlos desiertos. Sin embargo, el afán de ejecutar el presupuesto hace que los concursos estatales sean una lotería más que en vez de convertirse en plataforma de nuevos nombres de calidad se han convertido en un nido de oportunistas.