Hay gente que recuerda que el papel periódico debe arrugarse mucho para hacer que esa hoja tosca luego sea suave y poder usarlo después como papel higiénico cuando en casa la escasez de mercado ya pasó de la cocina al baño. Hay gente que recuerda que el día se termina temprano cuando es mejor dormir recién empezando la noche para saltarse la cena que no habrá de llegar al plato y engañar al hambre por un rato. Hay gente que recuerda que el alcohol puede llevarse cualquier promesa de futuro como un ojo ciego cuando el padre decide que primero hay que llenar la copa y vaciar la botella antes de llenar el estómago vacío de sus hijos. Hay gente con recuerdos que prefiere dejar atrás para respirar mejor.
Hay gente que recuerda la imagen de una madre con un ojo amoratado, gente que cierra los ojos y una vez cada año vuelve a escuchar en su cabeza los gritos que habitaban la casa de su infancia. Hay gente que recuerda que el dolor habla en voz alta y que el miedo susurra. Hay gente que, de pequeños, aprendieron a coser zapatos con aguja capotera para ir al colegio donde tantos tenían calzado nuevo. Hay gente que ha visto caer sobre los alimentos las lágrimas de la madre cocinando, grandes como gotas de lluvia espesa, como una tristeza que en la mesa se han de comer. Hay gente con recuerdos tristes que vuelven de vez en vez.
Hay gente que recuerda la intensidad de la oscuridad que guardan las esquinas de ese cuarto que llaman infancia. Hay gente con recuerdos así que no se quedan atorados en sentir lástima por ellos mismos: gente que cada mañana —años después de vivir lo que se convierte en recuerdos así— se levanta al amanecer de todos los días a seguir la vida con la misma disposición de los que tienen un tesoro de sonrisas y abrazos como mantel y arrullo de los días en que fueron niños. Caminan por la calle hombro a hombro los unos y otros. Puedes tomarles una foto y no notarás la diferencia entre ambos porque tuvo mucha razón la primera abuela que dijo “nadie sabe lo de nadie”. Esos prejuicios que hablan de cucharas de plata no tienen idea del sabor de la sopa. Y sobre el pasado ajeno, y más si es pesado, poco saben los demás que no son quienes lo han vivido.
Privilegio y privación pueden escribirse en la misma frase.
Hay gente que conoce el significado exacto de la palabra dificultad pero que no tiene que nombrarla a diario para procurar que el mundo gire alrededor de su ombligo y necesidades. Hay gente que es sobreviviente de historias que si te detienes a mirar atrás te convierten en estatua de sal. Hay gente que es hija de recuerdos difíciles de olvidar pero que no encuentra en ellos el motivo para sentirse especial, distinto o mejor que los demás. Hay gente así y no tienes que ir lejos para conocerlos, pueden estar a tu lado y te miran con los mismos ojos con los que miran hacia delante, al mañana que vendrá.
Hay gente que aprendió a caminar con cicatrices que no ves, que sus pasos desgastan siempre el mismo lado de la suela de sus zapatos por la inclinación de su pie, pero su camino es firme.
Hay gente que respira cuando el aire falta. El mundo que se cierra en el instante de mayor dolor se abre luego por la voluntad de respirar. Hay gente que, no sabes cómo, enciende linternas para derrotar su oscuridad.
Esa misma gente no anda por ahí dictando cátedra de aprende-a-ser-como-yo, ni pregonando el elogio a la dificultad, ni dando testimonio para el próximo tomo de un manual de autoayuda. Esa misma gente solo busca el placer simple de vivir una vida en paz. Y en ese gesto que podría parecer mínimo le hace tanto bien a toda la sociedad.
Hay gente que ha sobrevivido a lo que no podrías imaginar o presentir y siguen aquí, sin grandilocuencias y con discreción, haciendo de este país un lugar mejor sin pedir por eso créditos ni aplausos. Hay gente con recuerdos tristes que sabe sonreír. Y contagia.
@lluevelove