HAY QUE DEFENDER LA UNIVERSIDAD COLOMBIANA.
Por: Jairo Andrés Rivera H.
Estudiante de la Universidad Nacional de Colombia
¿Qué pasa en la Universidad colombiana? ¿Qué ha pasado con la precaria economía de nuestras universidades? ¿Por qué vemos impávidos cómo nuestros claustros se siguen cayendo, al mismo tiempo que continuamos olvidando? ¿Cómo es posible que el rector de la Universidad Nacional haya acatado sin objeción alguna la destitución de un profesor universitario por parte de la procuraduría –Miguel Ángel Beltrán-, sin hacer defensa o alusión alguna a la autonomía universitaria?
Al tiempo que escribo estas líneas nos encontramos organizando el 4to Congreso Nacional de la Federación de Estudiantes Universitarios, FEU Colombia, en medio de amenazas de muerte por parte del paramilitarismo para que el congreso no se realice. Las amenazas han llegado por todos los medios, mediante intimidaciones con arma de fuego, y una pretensión de generar zozobra para quienes soñamos con una educación para un país con soberanía, democracia y paz. El congreso ha convocado a todos y todas los estudiantes interesados en construir esa educación y deliberar sobre ella ¿Cómo es posible que en un país que se denomina democrático, se amenace la lucha por la educación?
Al fin y al cabo la universidad es un refugio crítico para el pensamiento y para la vida, precisamente porque su posibilidad reflexiva nos incita a la acción, para llevar la conciencia universitaria, el espíritu del debate y la necesidad de sembrar ciencia, tecnología, arte y cultura para trastornar una sociedad acostumbrada a la muerte, el miedo y la subordinación. El propósito del congreso es aportar en la cualificación de una ruta hacia un movimiento estudiantil unitario que siembre una nueva educación para un nuevo país (la convocatoria al congreso se puede encontrar en éste vínculo: http://www.feucolombia.co/). En el congreso se discutirá la situación de la educación, el movimiento estudiantil, y se realizarán encuentros por carreras y áreas del conocimiento. Una apuesta por repensar la universidad colombiana hacia una educación emancipadora.
La universidad colombiana tiene un papel esencial en la arquitectura de una sociedad que encuentre en la justicia social, la soberanía y la democracia, las rutas para la construcción de la reconciliación y de la paz. Hoy ese espíritu universitario sigue estando sitiado y amenazado. La amenaza de muerte es fundamentalmente contra la universidad colombiana.
El gobierno colombiano ha decidido llevar al país por la ruta de la economía fácil y rápida a partir de un modelo que despoja el campo a la par que desarraiga al campesino, su economía y su cultura, y lo expulsa desplazándolo a engrosar los cinturones de miseria de ciudades cada vez más desiguales y violentas. Ahí donde antes estaba el campesino, llega la maquinaria con dragas y garras de acero a buscar minería, arrasando el medio ambiente, y dejando por décadas la tierra estéril. Las grandes multinacionales pasan a ocupar el territorio habitado durante siglos por indígenas, afrodescendientes y campesinos, cambiando la geografía nacional y el destino del país.
Aquellos que se resisten son confrontados por ejércitos privados de paramilitares formados por poderosos ganaderos, grandes corporaciones extranjeras, y con la connivencia y apoyo de las fuerzas militares, congresistas, gobernantes... Parece paradójico que el gobierno actual continúe hablando de paz pese a lo contradictorio de sus acciones, no solamente por su negativa a parar la guerra e incentivar un diálogo social nacional sobre la necesidad de la solución política al conflicto y la reconciliación, sino fundamentalmente porque su lógica económica arrasa con la soberanía del país al mismo tiempo que mata la esperanza de la economía interna, sembrando de violencia el territorio. Las decisiones políticas son determinadas por quienes ahora ocupan el territorio bajo la lógica de éste modelo, suprimiendo la posibilidad de una democracia social, e incentivando la corrupción como consecuencia de la total pérdida de la ética en la política.
A esa dinámica comienza a adaptarse nuestra educación, primero haciéndose funcional a la lógica de ese saqueo en todas las áreas del conocimiento, y después siendo ella mismas saqueada, vendida y expropiada. La anterior ministra de educación prometía al inicio del primer mandato de Santos “para el final del gobierno Santos la educación técnica y tecnológica será del 70% y la educación universitaria del 30%”. Esto sin mencionar la proliferación de la universidad técnica y tecnológica de baja calidad –ante la ausencia de un proyecto generalizado de educación para la construcción de una industria nacional sólida- para abaratar el acceso a la educación y la fácil titulación como mecanismo de inserción estratificada a un mercado laboral cada vez más dependiente del modelo económico expresado anteriormente.
La pérdida del proyecto de universidad viene acompañada de la pérdida de su autonomía y su propósito creador y transformador. La idea de educación es reemplazada por la de capacitación, y los directivos mutan de rectores a administradores. Con algunas excepciones, pocos se atreven a defender una autonomía desgastada por la ausencia de democracia universitaria y la crisis económica de las instituciones educativas. No extraña entonces la decisión del procurador general, conocido inquisidor de la pluralidad y las opciones políticas críticas, sobre el caso del profesor Miguel Ángel Beltrán. Tampoco extraña, aunque indigna, la posición del rector de la Universidad Nacional Ignacio Mantilla, elegido por un consejo superior controlado por los rumbos del gobierno, y quien tomó el camino fácil y temeroso, tal vez para salvaguardar acuerdos políticos como la estampilla, que dosifican el poco oxigeno que tiene la universidad, a la vez que continúan subordinándola cada vez más ante su crisis. El caso de Miguel Ángel indigna a la comunidad universitaria porque no se trata solamente de una afrenta contra la autonomía universitaria, sino contra el pensamiento crítico y libre: cimientos de todo proyecto universitario.
La universidad colombiana está sitiada, amenazada de muerte. Proyectos fecundos y cargados de dignidad como la Mesa Amplia Nacional Estudiantil, lograron en momentos anteriores poner de presente la necesidad de recuperar la educación como semilla de una nueva cultura, con la potencia de contribuir a subvertir las dinámicas de exclusión, desigualdad y despojo en nuestro país.
Hoy un movimiento estudiantil unitario es de nuevo imprescindible para construir la fuerza que permita cosechar una educación emancipadora y creadora para una Colombia en paz.
Los estudiantes de Colombia tenemos un papel muy significativo. Hemos sido arquitectos de lo imposible para repensar y rehacer nuestra propia realidad. A pesar de la apatía, del conformismo, de los señalamientos, y de las equivocaciones cometidas en los procesos de pelea, somos la posibilidad de un despertar para nuestro país adormecido, en medio de las lógicas de la guerra y del silencio.
Hay que volver a las calles, con profunda creatividad e imaginación, con toda la convicción de que la universidad vale la pena pelearla, porque en ella se encuentra un proyecto que siembra dignidad y vida, y tiene la posibilidad de sembrar de imaginación y libertad una sociedad que necesita ser transformada.