A los colombianos nos golpean con frecuencia con escándalos de toda índole, fruto de la hipersensibilidad individual y colectiva, de la corrupción y los desafueros de los conflictos que aún no dirimimos; por eso la opinión nacional oscila entre el bochorno y las pasiones, que promueven debates hasta la euforia.
Cualquier noticia escandalosa que sacan al aire los aventajados profesionales de los medios de comunicación, nos obliga a alquilar balcón y desde cualquier orilla empezamos a lanzar dardos, hasta encontrar responsables que condenamos sin un debido proceso.
Que ruido el que causaron los antiguos "bandidos narcoterroristas", que salieron desde las selvas hacia la tierra de los habanos; sobre cualquiera de las orillas de los ríos amazónicos, cuchichea el soldado profesional de quince años combatiendo las guerrillas: "¡Ese Romaña y el Timochenko, son los que tienen precio y que perseguimos todos los días mi teniente; en el próximo combate, yo no me apunto!; ¡no quiero ser el último muerto de esta guerra!"; otro soldado se une a la conversación: "Mientras ellos allá, yo lejos de mi mujer, de mi hijos y empapelado por la Fiscalía, ¿quién me defiende?, me condenan porque sí, o porque sí, con testigos falsos, motivados por la rebaja de penas; los terroristas encantados en La Habana y nosotros aquí, arrodillados y humillados".
Un curtido sargento cuestiona en reunión de casino: "Mientras los jefes de la guerrilla descansan en Cuba, nosotros acá erradicando sus cultivos de coca, retirándoles sus minas quiebrapatas; muy pronto acabarán con los batallones y nos rebajarán los sueldos”.
Hace un par de semanas, nos escandalizamos con mucha razón; las Farc anunciaron que no harían política con armas, siempre y cuando el ejército colombiano realizara también la dejación de las armas. "No entiendo, mi capitán, semejante disparate, —pregunta el teniente comandante de patrulla—, ¿quién me explica eso?”.
También nos tragamos un sapo gigante en reversa, cuando el guerrillero miembro de la subcomisión técnica sobre los temas del cese al fuego y dejación de armas, anunció con vehemencia: "Conceptos como transición, desmovilización y entrega de armas no existen ni en la gramática del acuerdo de La Habana ni mucho menos en el lenguaje de la guerrilla". "No entiendo, mi coronel, —comenta un oficial con el grado de mayor— esos términos fueron los temas que nos explicó el gobierno en su reciente visita a la base".
A falta de pedagogía para la paz, interpretamos lo sustancial y lo estratégico de la nación a punta de totazos. Ante la debilidad de los mensajes claves, elucubramos y sembramos temores.
Dentro del último escándalo, —antes de publicar esta columna podrían presentarse otra decena—, la Fiscalía dice que el Ejército oculta información y abre investigación sobre los correos de periodistas en poder de inteligencia militar.
Entre escándalo y escándalo vamos perdiendo demasiado tiempo; destruimos las rutas para la reconciliación y la paz. Hemos perdido mucho tiempo entre pugnas y guerras intestinas, por la incomprensión de lo estratégico, por los lenguajes ambiguos desde las palabras de quienes rigen la nación.
Durante las tormentas, las naves de los marinos se comandan con determinación y con órdenes claras que no consienten tantas interpretaciones; ante lo contrario los tripulantes se confunden y se produce el caos.
El país presenta profundos desequilibrios de información objetiva, pero posee profundas percepciones basada en desinformación, por eso es complejo derribar los prejuicios; se necesitan diálogos profundos.
Las rondas de las conversaciones van permitiendo visualizar los espacios conflictivos y de confrontación. Vale la pena que, dentro de la sociedad colombiana, pongamos en práctica el método de la mesa de conversaciones donde se han hecho varias rondas y tiempos, para expulsar miedos y temores. Se requiere de conversaciones alternativas, para allanar construcciones colectivas. Se debe invitar a reforzar los puntos de encuentro para ir matizando las resistencias y generar aperturas y respetos. Siempre existirán preocupaciones fuertes, pero debemos lograr confianza en los procesos.
Hay que considerar que los desacuerdos no significan que no exista confianza; para mejorar la comunicación entre los colombianos frente a sus procesos trascendentes se requiere más conversación. La resistencia viene de los temores que nacieron de las propias malas experiencias. Hay que derribar esos miedos y esas curvas de resistencia.
La paz tiene que ver con todos los hogares de los colombianos y debe echar raíces en toda la ciudadanía y en todas las regiones. No queremos solo un pedazo en paz, sino todos los territorios en paz.
El trabajo educativo debe orientarse a formar hombres nuevos, que creen condiciones para la convivencia interpersonal, que faciliten conversar lo inconversable, y que enseñen a respetar a quien no nos entiende.