Este es el retrato de Freddy Alexander Montero. 30 años. Él es uno de los 456 hombres que, durante la última década, han sido víctimas de lesiones con ácido. Un 5% de su cara, una oreja, cuello y parte del tórax fueron afectadas en el ataque que sufrió hace siete meses.
Natalia Ponce de León es una niña que nos está doliendo hondo. Desde el 27 de marzo, cuando supimos que había sido atacada con ácido, su caso comenzó a rechinar en nuestra sensibilidad colectiva.
Nos duele ella, como Aura Luz Vélez, Zorleny Pulgarín, Inés Carrillo y Luz Adriana Jurado, todas ellas atacadas con ácido en los últimos diez días, y por supuesto que también las centenas de mujeres que lo han sido años atrás. Pero también nos preocupa la forma en la que algunos sectores de la opinión pública han decidido analizar la gravedad de estos hechos. En los últimos días, la frase “violencia contra la mujer” ha invadido con agilidad buena parte de las manifestaciones de repudio frente a lo ocurrido contra Natalia. Y así, entre columnas de opinión y trinos, la sensación que va quedando es que la única raíz de los ataques con ácido en Colombia es el machismo y la violencia de género.
Van algunos ejemplos:
María Antonia de la Torre, columnista de El Tiempo, tituló su espacio “Si no es mi mujer, la desfiguro”, y párrafos más adelante reflexionó sobre los motivos del autor del crimen: “Al parecer, estuvo interesado en ella, la cortejó, pero ella no lo estaba. Así que él, según el código de machismo medieval que rige en Colombia, decidió deformarla”.
En El Espectador, su editorialista aseguró que “la regla general es que son personas bastante normales, uno de esos machos: hombres que deciden actuar de una forma aberrante y cometer un delito contra la integridad de quien no quieren que sea autónoma. Son hombres que no respetan a las mujeres”.
En Twitter, la periodista Virginia Mayer lanzó el siguiente trino:
Y Catalina Ruiz Navarro, también en El Espectador, planteó: “Aunque hay hombres que han sufrido estos ataques, es claro que las principales víctimas son las mujeres y que hay una innegable marco de violencia de género”.
Me puse a la tarea de revisar en detalle las estadísticas que tantas veces han sido mencionadas en el país por estos días. Lo primero que me sorprendió fue que, contrario a lo planteado por Catalina Ruiz Navarro, no resulta tan claro que las principales víctimas de estos ataques sean mujeres. De hecho, si se suman todas las víctimas de este tipo de delito en una década, el 49% de los afectados fueron hombres. Me luce que presentar esto como un drama casi exclusivamente femenino es pasar muy rápido por encima del hecho de que estamos hablando de una mayoría ajustadísima: la diferencia porcentual por la cual las mujeres resultan afectadas en mayor cantidad que los hombres es del 2%. Es una diferencia tan estrecha, que bien podría caber en el margen de error y terminar no siendo estadísticamente significativa.
De las 926 víctimas de ataques con ácido que reporta el Instituto Colombiano de Medicina Legal para el período que va del 2004 a 2013, 471 son mujeres y 455 son hombres. Y eso no es lo más llamativo. Si el ataque a Natalia Ponce hubiera ocurrido en 2008, 2010 o 2011, los comentaristas y analistas se habrían visto en serios aprietos para argumentar que el problema del ácido en Colombia es un asunto de violencia machista contra las mujeres: en cada uno de estos años, la proporción de víctimas masculinas superó a las femeninas: 76 hombres contra 66 mujeres; 77 hombres contra 63 mujeres y 73 hombres frente a 43 mujeres, respectivamente.
El paso a seguir sería entonces preguntarse si la mayoría de los agresores son hombres. Sin embargo, cuando me comuniqué con Medicina Legal, la Fiscalía General de la Nación y la Policía Nacional para pedirles que me dieran las cifras discriminadas por sexo del presunto atacante, la primera respondió que sus formularios de atención no le piden a la víctima que identifique el sexo del agresor, la segunda sí recoge entre sus datos esa especificación pero no la tiene hasta el momento sistematizada y la tercera no computa cifras de ataques con ácido como una categoría exclusiva dentro de sus estadísticas, sino que incluye las agresiones de esta naturaleza dentro del tipo penal de lesiones personales.
Si este problema de los ataques con agentes químicos ya nos cogió tanta ventajita, que el Estado, según interpretamos, no está aún en capacidad de informar a la ciudadanía sobre la distribución por sexo de los verdugos, ¿por qué todo el mundo parece estar de acuerdo en que los hombres son victimarios de las mujeres en esta pesadilla?
La única explicación que hasta el momento pareciera estar disponible para estructurar los debates de opinión sobre los ataques con ácido parece ser que esto se trata de un fenómeno de violencia de género dirigido contra mujeres por parte de hombres con quienes en el pasado ellas estuvieron románticamente involucradas o con quienes prefirieron nunca estarlo. Podría ser este, por ejemplo, el caso de Natalia Ponce. Pero yo encontré en las cifras de Medicina Legal unas poquitas categorías de las cuales era posible inferir el sexo del agresor y descubrí que el problema en el que estamos despliega situaciones inauditas, que también deberíamos estar intentando explicar, pero frente a las cuales el molde de la historia arriba mencionado no creo que logre dar el ancho.
Va este dato: En 126 casos de los 926 registrados por Medicina Legal, el presunto agresor es un integrante de las fuerzas militares, la policía o el cuerpo de guardia del INPEC. Por tratarse de las fuerzas de seguridad del estado, corramos el riesgo de suponer que la gran mayoría de este grupo de victimarios son hombres… ¿Cómo les parece que solamente 31 de sus 126 víctimas han sido mujeres? Las restantes 98 son hombres. En ese orden de ideas, hay buenas razones para pensar que aquí podríamos tener un grupo de hombres que está utilizando el ácido con el interés mayoritario de tirarse la vida de otros hombres.
Y hay otros casos que se salen de lo que uno presupone: 16 colombianos han sido quemados con agentes químicos por sus propios padres en los pasados 10 años. En 13 ocasiones se ha ensañado una madre contra un total de ocho hijas mujeres y cinco hijos hombres, mientras que en tres oportunidades ha hecho lo mismo un padre con otros tres hijos hombres. Aquí tendríamos más agresoras mujeres que hombres, y el mismo número de mujeres y hombres víctimas.
No es que yo considere que la violencia de género, inclusive la violencia contra las mujeres, no esté jugando un papel crucial en el comportamiento de este fenómeno de violencia que ha caído sobre todo el horror que Colombia almacena en sus odres (como diría León de Greiff). Lo que sí me parece es que se está automatizando en boca de muchísima gente una receta de la cual desconfiamos por simplista y viene más o menos así: Érase una vez macholombia. Tú le metes a eso una mujer vulnerable, un hombre inseguro y, ¡tas!: salió del horno tu columna de opinión. O, por mal que te vaya, quedas con un trino y un puñado de retweets.
Por otro lado, no creo que sea coincidencia que justo cuando terminaba de escribir esta nota, las autoridades anunciaban una recompensa por 50 millones de pesos para capturar al asesino (o asesina) de Alejandro Correa Castaño, quien falleció esta semana luego de ser atacado con ácido en el 90% de su cuerpo. Por Jonathan Vega, el victimario de Natalia, se ofrecían $75 millones, y Natalia está viva.
¿Por qué la diferencia? Eso es un tema que amerita otro artículo.
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