La situación de confinamiento ha minado la moral de muchas personas.
Incluso algunas se han acostumbrado al poco contacto social y manifiestan que les da pereza volver a relacionarse
(Eli Soler)
El universo se ha confabulado de manera tal que está cosificando la existencia del hombre. Demasiados elementos inciden para satisfacer las necesidades del ser humano, igualmente se presenta una apatía generalizada sobre relacionarse con otros, de aliviar las enfermedades mentales que arrecian en el ámbito mundial, en especial los cambios generados por la covid-19 y sus variantes; igualmente, el argumento de no volver a padecer una nueva pandemia... el solo pensarlo produce angustia total.
Surge un nuevo interrogante: el de si estamos preparados para afrontar una nueva pandemia, vaticinada no solo por Bill Gates sino por otros científicos e inmunólogos, como consecuencia del avance metódico del desarrollo de los virus y la manera como estos se propagan y buscan un ser en el que habitar para cumplir su ciclo de vida, nacer, reproducirse y morir.
“Las consecuencias sociales de la pandemia han sido variopintas, marcadas por la ambivalencia entre lo positivo y lo negativo” (Roche C.) [1], además que ello ha provocado la generación de una tensión entre las fuerzas sociales, como también en lo que tiene que ver en la forma como pensamos y asumimos la pandemia. Es un hecho cierto: existen innumerables artículos profesionales, comentarios de legos y no legos en cuanto a que el covid-19 cambió la manera de cómo enfrentamos e interpretamos la existencia, de igual manera afectó la relación interpersonal e intrafamiliar, pues ha quedado claro que hay un hastío social en cuanto al aceptar y soportar el virus mencionados, como también la necesidad de volver a la normalidad, cosa que está demasiado lejos, pero también un odio a todas las consecuencias del mismo.
Una tensión presentada a partir de la tecnología, del uso del smartphones y sus redes, de los grupos conformados en WhatsApp y otras aplicaciones es que se han polarizado los conceptos, surgen opiniones con buen argumento mientras otras no tanto, proponiendo polarización desde lo político y afectando la esfera privada.
De otro lado, esto ha permitido la desconexión de amigos, familias, la exacerbación de las emociones y en especial la intensificación de los odios y el no respetar a lo diferente, igualmente el miedo y el temor como elemento discordante de la sociedad.
Y es que el cansancio emocional trastocó la vida desde el comienzo de la pandemia y el bienestar mental se ha reducido.
El confinamiento del cual apenas estamos saliendo, si es que podemos decir así, hirió la susceptibilidad y amplió la dificultad en cuanto a lo emocional, por lo que la apatía social se apoderó del individuo, llevándolo al hastío y al odio, las rutinas generalizadas, la pereza de volver a relacionarnos y la costumbre al poco interactuar social.
Hay un desgaste de sensaciones, de la emocionalidad, de la no comunicación, pero también por la existencia de las no cosas a que hace alusión Byung Chul Han. Esos elementos que han dejado de ser importantes y a los que les hemos dado un significado de no existencia, aunado a que el tiempo perdido no se ha podido recuperar, las semanas pasan y seguirán pasando con la desesperación producida por el exceso de desgaste y originando un no tener ganas de hacer nada, solo comer, ver televisión y usar el smartphone.
La irritabilidad en la comunicación es alimento esencial, las herramientas sociales son un escape a la disfuncionalidad del hombre, una perspectiva sin norte y una pérdida de confianza en el contacto con los allegados y afines, y en definitiva olvidamos gestionar las circunstancias familiares, económicas y emocionales.
“Por eso, para salir de ese estado gris, lo mejor que se puede hacer es activarse, ponerse en marcha. Obligarse a volver a quedar con las amistades, a volver a apuntarse a hacer las actividades que antes nos motivaban, y obligarse a cumplir una rutina regular. Porque sí, cuidar nuestras emociones es cuidar nuestra salud mental” (Soler)[2].
[1]. Juan Antonio Roche Cárcel, presidente del Comité de Sociología de las Emociones de la Federación Española de Sociología (FES)
[2]. Eli Soler, sicóloga FES.