La tarea se hizo a plenitud. Con estoicismo y aguda inteligencia fue forjando su aura intelectual bien ganada. No fue la espesa barba y las canas las que lo hicieron intelectual. Fueron sus palabras, sus argumentos, sus ideas, su referencia constante a la historia y a la filosofía para entender el derecho y el poder. Fue un librepensador. Un provocador como el que más. Libró batallas que perdió estruendosamente. Carlos Gaviria Díaz hizo lo que tenía que hacer y lo hizo bien.
Cuando fue profesor en la Universidad de Antioquia, tuvo a su cargo un curso decisivo en la formación de los abogados: Introducción al derecho. Es el curso que abre las compuertas sobre lo que es y lo que debe ser el derecho, permite dialogar y revisar las tensiones entre el nomos y el telos. Lo justo y lo válido. En ese escenario oscuro y complejo Carlos Gaviria Díaz puso su nombre. Promovió debates, hizo síntesis y trazó las condiciones esenciales de un derecho positivo no excluyente de la justicia. Pero no fue solo un profesor brillante. Compartió con un grupo de amigos una vocación ejemplar por la defensa de los derechos humanos, la promoción de la igualdad y la conquista de la democracia, en medio de dos ambientes altamente inflamables en la Medellín de los años ochenta: la efervescencia del marxismo y el emergente paramilitarismo.
En el ejercicio de la profesión jurídica alcanzó el cargo más importante que reserva la Constitución a los abogados: la jurisdicción constitucional. Su paso por la Corte Constitucional le valió el reconocimiento nacional que después habría de utilizar como catapulta a la Presidencia. A través de la ponencia de sus sentencias y salvamentos de voto hizo explícita su estirpe liberal y humanista a todo dar. En ellas está resumida la historia política de Occidente, el origen del derecho, la discusión entre Estado e individuo y el alcance de los derechos constitucionales en clave liberal. A pulso, y como consecuencia del esfuerzo intelectual y honesto de otros tantos colegas, ayudó a edificar, peldaño a peldaño, el prestigio y el lugar que ocupaba la Corte Constitucional antes de ser asaltada por rufianes disfrazados de magistrados.
Carlos Gaviria Díaz desempeñó cada oficio con curia y con mística. Su llegada a la arena política no debe entenderse como una desviación del perfil intelectual sino como una consecuencia del docente y del Quijote que se le mezclaba recurrentemente en las entrañas. Su candidatura presidencial y su dirigencia en el Polo, es a mi juicio, el logro más destacable a nivel profesional. Carlos Gaviria Díaz hizo posible lo inimaginable en un país de derecha, de timoratos y de fundamentalistas: hizo de la izquierda una opción política razonable. Tejió sabiamente los puntos comunes entre las miles de facciones que había en la izquierda. Le quitó el carácter belicista y subversivo para hacerla caber en un régimen democrático. Llevó la izquierda a las urnas con opciones de triunfo. Y lo hizo de la manera correcta: con honestidad, argumentos y debates. Con propuestas que tuvieron acogida en obreros, campesinos, líderes sindicales y universitarios. Hizo posible la esperanza. Amenazó la estructura frentenacionalista de la política nacional. No ganó las elecciones presidenciales pero demostró, con su propia campaña, que existen caminos diferentes al clientelismo a la hora de hacer política. Ese solo esfuerzo por demostrarlo hizo que todo lo demás hubiera valido la pena. En medio de la contienda electoral y su dirigencia política no abandonó nunca su vocación docente. Su vida fue una lección constante de coherencia no solo con palabras sino con hechos.
JOHN FERNANDO RESTREPO TAMAYO
Politólogo y profesor de Teoría constitucional
Abril 1 de 2015
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