“La deslealtad se avizoraba desde mucho antes, cuando el Petro autoproclamado líder anticorrupción se rindió ante las maquinarias políticas”
Despidió Petro a tres de sus Ministros… sin aviso previo, sin justificación válida. Despidió Petro a Alejandro Gaviria porque se atrevió a levantar la voz en contra de la reforma a la salud… y despidió a Patricia Ariza e Isabel Urrutia porque la campaña ya pasó y no necesita votos de mujeres y negritudes. “¡Traición!”, pronunció la medallista olímpica. “Traición, no a María Isabel, sino al pueblo colombiano”. La escena no puede entenderse en otros términos cuando el mismo día el abanderado de los nadie pactó con César Gaviria y Dilian Francisca Toro sus respaldos en el Congreso.
La deslealtad no es nueva, por supuesto. Se avizoraba desde mucho antes, cuando el Petro autoproclamado líder anticorrupción se rindió ante las maquinarias políticas de Armando Benedetti y Roy Barreras, los mismos personajes que acusó y denunció en tantas ocasiones. Traicionarse a sí mismo (la más grande de las traiciones) le permitió por fin el anhelado triunfo. Fue precisamente en campaña, en segunda vuelta para ser más precisos, donde desaparecieron todos los principios. A Luis Gilberto Murillo, fórmula vicepresidencial de Fajardo, no le importaron los insultos a su jefe político y aseguró pronto un futuro económico: hoy disfruta de la embajada en Estados Unidos. Cuando el triunfo se consolidó, los partidos tradicionales de derecha, esos que el petrista del común acusa de haber gobernado durante 200 años, pasaron a hacer parte del “cambio” para seguir gobernando: partidos Conservador, Liberal y de la U declararon su apoyo público… y omitieron los acuerdos burocráticos.
Continuó traicionándose Petro cuando, al mismo que acusó de paramilitar 700 veces, lo invitó a conciliar una, dos y tres veces. Ya no exigía a grandes voces que Álvaro Uribe fuera llevado a la cárcel, sino que lo comprendía necesario para lograr algún margen de gobernabilidad. Se traicionó Uribe, también, cuando aceptó las tres invitaciones del que alguna vez, en plenaria del Senado, tildó de “sicario, sicario, sicario”. Y mientras petristas y uribistas se desgarran las vestiduras en agitadas discusiones de redes sociales, el expresidente Uribe pide respeto por Petro, y Petro retwittea el favor de su nuevo amigo.
El karma existe y siempre llega. Alejandro Gaviria pudo preservar su dignidad en el rol de opositor al petrismo y, sin embargo, fue más fuerte la ambición de, quizás, un Ministerio. Ya había perdido la dignidad… y ahora perdió el Ministerio. Igualmente culpables (culpables y no víctimas) son Ariza y Urrutia, pues mientras el gobierno incumplía su promesa de cambio, de verdadero cambio en la manera de hacer política, ellas permanecieron en silencio: la lealtad al líder se impuso ante el compromiso con los ciudadanos y el país.
Y claro, la política es dinámica; sería necio quien no lo reconociera. Pero también es la defensa de unos ideales, de lo que se considera correcto sobre lo que no lo es. Sin posturas firmes, con una falsa disposición al consenso, se reduce la política a una lucha del poder por el poder mismo, a una transacción burocrática. No confiaban muchos en Petro… y confían ahora muchos menos. Resulta imposible confiar en quien te llama en campaña para despedirte en gobierno, en quien te insulta y alaba con el mismo entusiasmo, en quien anula toda crítica porque sólo su voz merece ser escuchada. ¡Hasta que la traición se haga costumbre!, levantemos el puño.