“Promesas de enamorados, por la mayor parte son ligeras de prometer y muy pesadas de cumplir.” Cervantes
En los tiempos que corren, el matrimonio es una de esas instituciones que han sufrido grandes cambios. Esto puede haber sido escrito en cualquier época de la historia. O en el presente, en culturas diferentes. Las formas de familias extendidas con “los tuyos, los míos, los nuestros” tampoco es exclusivo de nuestros días.
Cuando lo “normal” son matrimonios arreglados por asuntos de dinero, políticos, raciales, de clase, se elevan gritos al cielo si una parejita decide casarse por algo tan prosaico como el amor. Cuando lo “normal” es casarse por amor, un matrimonio arreglado por cualquier interés representa una “pérdida de los valores”, incluso una “aberración”. Lo mismo piensan quienes están en contra del matrimonio entre homosexuales —quienes parecen ser los únicos que quieren casarse formalmente, mientras que el resto trata de evitarlo a toda costa—.
De cualquier modo, el matrimonio es un contrato, con su letra menuda como todos los contratos, y disolverlo o incumplirlo trae sus consecuencias. Desde guerras entre naciones, matanzas entre familias, pérdidas económicas, hasta el rechazo social y condenas para los supuestos culpables, estigmatización a niños por ser “hijos de padres separados”, tratar a la nueva pareja como “tal por cual”. Lo mismo los considerados “dispares”: Romeo y Julieta, Hamlet, “La bella y la bestia”, los publicitados entre realeza y plebeyos… También el matrimonio es un acto de fe. Admiro sobremanera a quienes renuevan esa fe con alguien distinto cada cierto tiempo. ¡Son un canto al optimismo!
Parece, entonces, que eso del matrimonio es cosa seria. En especial el de la arcaica Iglesia católica. No estoy en contra del matrimonio, pero los jóvenes deberían pensárselo bien antes de organizar fastuosas fiestas, comprarse bellos vestidos blancos de larga cola y desfilar emocionados por el pasillo de una iglesia llena invadida de flores y música que ellos han pagado (¡como al cura, por supuesto!). En medio de tanta exaltación ni oyen, ni ven, ni entienden. Sobre todo las preguntas rituales, que ya han copiado las ceremonias civiles. Fulanito y Fulanita (lee el cura los nombres de quienes antes ha tratado como si fueran viejos conocidos), y les suelta la retahíla. Entre ella, esta perla:
“¿Prometen guardar fidelidad mutua? (…) ¿Juran amarse y respetarse en la riqueza y la pobreza, en la salud y la enfermedad, hasta que la muerte los separe?”
Cuando se es joven y enamorado hasta entienden eso de la fidelidad, la pobreza y la salud (¡quieren exclusividad, son pobres y saludables!). La riqueza la ven como un sueño. No se les ocurre pensar en el envejecimiento. Y mucho menos en la muerte (¡a esa edad son inmortales!).
Si quisieran darle credibilidad al matrimonio como compromiso, se me ocurre que podrían ser un poco más divertidas las preguntas en el ritual. O al menos, más realistas. Propongo algunas:
— ¿Hasta que se aburran de sus suegras?
— ¿Hasta que ella ocupe demasiado espacio del closet?
— ¿Hasta que sus ingresos y su seguro de vida importen más que sus vidas?
— ¿Hasta que a otros ella les parezca un encanto y a usted una bruja?
— ¿Hasta que el despeluque matinal les fastidie?
— ¿Hasta que no la vuelva a invitar a tomar un vino, a comer, a divertirse solos, sin ningún motivo?
— ¿Hasta que deje de creer en el dolor de cabeza de su ella?
— ¿Hasta que se enteren de lo que piensan y hacen por Facebook?
— ¿Hasta que confíe más en su Contador que en ella?
— ¿Hasta que ella prefiera pasar más tiempo con sus amigas que con usted?
— ¿Hasta que se cansen de las celebraciones familiares, con la tía solterona, el cuñado insoportable, el abuelo olvidadizo y los sobrinos ruidosos?
— ¿Hasta que no se aguante más los amigos de él?
— ¿Hasta que los gorditos de ella dejen de ser encantadores?
— ¿Hasta que no recuerden por qué y con quién se casaron?
— ¿Hasta que ella no soporte más que deje la tapa del sanitario arriba?
— ¿Hasta que él no tenga que fingir que “su gato” es divino?
— ¿Hasta que “el gustico” sea obligación y no placer?
— ¿Hasta que ella gaste la plata en zapatos y usted en las cirugías plásticas de ella?
— ¿Hasta que ella le pida que se haga cirugía plástica del abdomen?
— ¿Hasta que le fastidien las canas de ella, pero cultive las suyas como gancho para atraer a mujeres más jóvenes?
— ¿Hasta que la fidelidad, el respeto, los tiempos de salud y de pobreza sean sólo un recuerdo?
Y terminar la ceremonia diciéndoles: “Cuídense mutuamente mientras estén juntos. Nunca sabrán cuándo necesitarán el apoyo de alguien.”