Hasta la memoria hemos corrompido en Colombia

Hasta la memoria hemos corrompido en Colombia

¿Qué tanto recordamos como sociedad sobre quienes han sido responsables del desangre de los recursos públicos?

Por: DIEGO IBARRA PIEDRAHITA
febrero 27, 2018
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Hasta la memoria hemos corrompido en Colombia

Cómo es posible que en un país como Colombia, una empresaria multimillonaria como la dueña de Efecty y accionaria de Servientrega, Luz Mary Guerrero, a quien la Fiscalía le imputó cargos tan graves como enriquecimiento ilícito, lavado de activos, concierto para delinquir, entre otros, misteriosamente se le vencieran los términos de su proceso. La respuesta podría ser la misma para explicar cómo un fiscal general, que fungió como asesor jurídico de Luis Carlos Sarmiento Angulo y de sus negocios y empresas, hoy sea quien investigue los sobornos de Odebrecht, en los cuales están relacionadas algunas firmas de su expatrón. O cómo es posible que un expresidente que tiene a gran parte de sus colaboradores de gobierno encarcelados o fugitivos se pase por la faja acusaciones tan graves, que van desde corrupción hasta masacres. Incluso, también serviría para responder el por qué hoy por hoy hay un candidato presidencial que públicamente dijo haber utilizado su cargo y los recursos de todos los colombianos para hacer campaña y siga tan campante, y otro candidato presidencial que fue destituido de su cargo por corrupción sea quien funge como faro de la moralidad y las buenas costumbres. Incluso, tenemos un alcalde que posa de ser el principal perseguidor de la delincuencia en Medellín pero tuvo, contra viento y marea, a un aliado de esa misma delincuencia, aun con pleno conocimiento de dicha situación.

Por eso parece inconcebible y realmente repugnante, que el tema de moda en Colombia en la actual contienda electoral es la lucha contra la corrupción, sin embargo, ¿qué tanta memoria tenemos como sociedad frente a quienes han sido responsables del desangre de los recursos públicos? ¿El robo a los recursos de la salud, de las viviendas dignas, de las obras de infraestructura más necesarias e importantes del país, como el Metro de Bogotá? ¿la alimentación escolar y el transporte de los niños más pobres del país? Las respuestas a todos estos interrogantes quedan en el aire cuando en la memoria colectiva de la sociedad colombiana han calado las diferentes cortinas de humo que los que han gobernado al país han disfrazado de temores escabrosos, que a su vez, son prenda de garantía para asegurar los privilegios de esas élites tradicionales y rurales que gobiernan en Colombia tras bambalinas.

La corrupción es un tema que está enquistado en lo más profundo de la sociedad de este país, se ha convertido en una característica inconsciente de todos y cada uno de nosotros, que algunos hemos sabido esconder tras la “malicia indígena” otros tantos en la “verraquera paisa” y otros más se han escudado en el instintivo y muy apropiado “ingenio”. Todos los días, en alguno de los aspectos cotidianos de nuestra vida, cometemos un acto de corrupción, pero allí no está el problema, el verdadero inconveniente radica en que los corruptos que hacen parte de la clase dirigente nos han hecho creer que muchos de los actos de corrupción que se cometen en este país son “persecución política” o simplemente, actos normales de la actividad política pública, como las coimas y la desviación de recursos públicos, mientras que los medios de comunicación nos hacen pensar que solo la clase política son corruptos, haciéndonos creer que el problema está identificado fácilmente.

Lo del coco cuando éramos niños funcionaba porque, en medio de nuestra inocencia infantil y el contexto en el que crecíamos, con historias y películas de terror, hacía posible que fácilmente tuviéramos como límite de nuestras actuaciones y de nuestra vida, un miedo inventado y ficticio que, a mal de nuestra salud mental, sirvió para mantenernos a raya en la violación del statu quo o simplemente, de nuestra picardía infantil. Pues bien, así mismo sucede hoy con toda una sociedad, el miedo infundido del castrochavismo, del petrismo, del socialismo, de la ideología de género han servido para dos cosas fundamentales, mantener distraída la atención de la opinión pública frente a la tremenda olla podrida que era Colombia y que no “habíamos logrado oler” gracias al enorme distractor que era la guerra contra las Farc, que a su vez fungía como un negocio alterno de los corruptos de este país. Pero también, esos miedos han servido para que los mismos de siempre puedan asegurarse la continuidad de sus privilegios, los mismos que han ostentado desde mucho antes de la Independencia pues, esos mismos privilegiados, han sabido jugar con el oleaje político y social del país, ayer eran monárquicos, hoy republicanos independentistas y mañana seguramente harán parte, si les toca, de la élite socialista del siglo XXI.

Solo veamos el caso de Jaime Granados, por un lado defiende a Uribe Vélez de todas las acusaciones que tiene, que van desde corrupción, concierto para delinquir, calumnia, hasta masacres y asesinatos de sus más cercanos colaboradores, mientras que en su tiempo libre defiende al alfil más importante del opositor más feroz de su otro cliente, Roberto Prieto y sus enredos con Odebrecht, en los que también están enredados sus otros clientes, el fiscal, otros candidatos y excandidatos presidenciales; es decir, todos tan diferentes en política y tan iguales a la hora de practicarla. Esta no es una defensa de la izquierda en Colombia ni mucho menos, es un llamado a la memoria de todos los colombianos a recordar para no repetir. Somos excelentes para pedir “no olvido” a los crímenes de toda índole, pero tan malos para recordar la corrupción y sus principales protagonistas, tanto que llegamos al punto de “votar por el que otro diga” aunque eso signifique asegurar 4 años de lo mismo. Las nuevas generaciones conocerán un país sin guerra, pero ¿será que algún día conocerán lo que es vivir y disfrutar de los recursos de un país sin corrupción?

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