Llevamos inmersos en un conflicto más de medio siglo. Han cambiado los protagonistas del resentimiento y cuando creemos tener la solución, llega otra dinámica de odio que determina nuevamente que las balas y la guerra son un punto de ebullición de nuestra propia impotencia. Al mejor estilo narco, nos hemos acostumbrado a censurar en la cotidianidad al que piensa diferente, entonces hay que callarlo, silenciarlo o desaparecerlo, simplemente porque no hace parte de la emancipación del odio como forma de expresión. Bonita y determinante cultura que hemos aprendido, pues este tipo de comportamientos preocupan, teniendo en cuenta que han marcado un actuar dañino, peligroso y lesivo para los que no creen en las políticas de la guerra.
Así, lo que pasó en la marcha de este domingo 20 de enero, cuando un señor, visiblemente de vasta experiencia, acude a la descalificación, el ultraje, la calumnia y la violencia como mecanismo defensor de un punto de vista, no solamente preocupa sino que deja preguntas para analizar: ¿qué es lo que determina la falta de tolerancia y el irrespeto del pensamiento al que piensa diferente?, ¿qué pasa? Dando una posible respuesta, de muchas de las que se pueden determinar, pensaría que nos están pasando factura los hechos nefastos de los ochentas, aduciendo a la historia más reciente, en donde la guerra hecha por el narcotráfico y sus principales titulares comenzó su auge e implementó la cultura de la ignominia, basada en el irrespeto al pensamiento y, sobre todo, en la creencia de que hay que eliminar al que piensa diferente, al mejor estilo de “plata o plomo”. Esto afianzó que todos los que ostentan poder crean que solo ellos pueden tener la razón.
Además, a lo anterior debemos sumarle los hechos políticos. Durante décadas se ha pensado en dominar el país sin construir desde los disensos, en producir dominios, poder y riqueza individual a costa de lo público, siendo este la gallina de los huevos de oro de una clase privilegiada que ha dominado el poder político del país. Estos factores han determinado una lectura de país llena de resentimientos de los que han sufrido la guerra, los que la han organizado y los que no quieren salir de ella.
Teniendo en cuenta tan desalentador escenario, tenemos que construir país, condenando la violencia con ultranza, pues es preocupante que haya personas que por ideología política defiendan escenarios de guerra. Este no es el camino. Si seguimos con tanto odio traspasando, terminaremos en un caos civil, donde los resentimientos individuales de los caudillos acabarán contagiando a toda una sociedad que ya no piensa en otra cosa que el revanchismo, la descalificación y el ultraje para defender su postura ideológica. Entonces, quítate esa camisa de la guerra o nos pelamos todos.