Me refiero a la última encuesta que El Tiempo presentó respecto a las candidaturas a la Alcaldía de Bogotá.
La ley obliga —y es lo que realmente regula— la divulgación de lo que se llama la 'ficha técnica' de las encuestas, con el propósito de disminuir la capacidad de manipulación que se puede tener con ellas.
Esa publicación presenta en su número del domingo la realizada por la firma Datexco, pero en cuanto a la ficha técnica solo menciona quiénes la contrataron, el número de encuestados, y que fue 'encuesta telefónica' (aunque al compararlo con la anterior implica que solo a teléfonos fijos, no lo dice).
De ahí la inquietud de si esto llena los requisitos que exige la ley.
Lo que si no deja dudas es que el propósito de esa publicación sí es en efecto desorientar al elector.
Ya se había comentado y destacado hasta qué punto las características de la anterior —realizada en las mismas condiciones— presentaba un aspecto parcial de la realidad, con lo cual la distorsionaba.
Concretamente una encuesta telefónica excluye los estratos 1, 2 y la inmensa mayoría del 3 puesto que no tienen ese instrumento, luego no pueden ser parte de la encuesta por esa vía.
Una vez aclarado esto, se entiende —y lo entienden tanto la firma de la encuesta como quien la publica que lo que se refleja es la opinión de los estratos 4, 5 y 6, es decir lo que por su condición normalmente representa el centro derecha, o sea el universo electoral del fuerte del Dr. Peñalosa.
Eso demuestra la intención de la presentación: lo más destacable debería ser la caída de 30,2 % a 22,4 % de quien había aparecido de líder en la anterior encuesta y no el titular de "Peñalosa puntea".
Aún en el mismo enfoque del diario lo otro notable (sobre todo bajo la misma consideración) no es que el conjunto de las derechas (Peñalosa + Pardo + Santos) tiene una mayoría por ser "el 'no' al continuismo de la izquierda", sino que bajó de 66,4 % a 50,3 %.
Y si se quiere realmente comparar tendencias (aún dentro del mismo universo 4, 5 y 6) el único que aumenta es la extrema derecha de Pacho Santos.
El 'análisis' además se complementa con la afirmación de que la inclinación por el voto útil será determinante, apoyando así la idea de que solo votar por Pardo o por Peñalosa valdrá la pena.
Lo que esa presentación sí confirma como realidad es el compromiso de la oligarquía de quienes cuasimonopolizan el poder mediático —lo que sería la oligarquía de los medios— con la clase más representativa del 'establecimiento'... y muestra hasta dónde y cómo son capaces de hacerlo.
No es de sorprender que entre El Tiempo y Datexco escojan ese universo (estratos 4, 5, y 6) para hacer la encuesta, ni que todas las otras encuestadoras muestren resultados marcadamente diferentes. Pero la presentación así (o no presentación) de la ‘ficha técnica’ deliberadamente oculta o impide que tal manipulación salga a la luz.
En anterior columna sobre el 'rabo de paja' de los candidatos un planteamiento en el mismo sentido hizo que me presentaran quejas porque cuestionaba los entrevistadores o porque no incluí a la Universidad del Rosario y a otros en el listado de los invitantes.
Para evitar una malinterpretación similar lo que aquí se trata no es de atacar a quien redactó el documento sobre las encuestas —que puede ser quien sea—, sino de cómo se sigue la política que lideran los grandes medios, la que parece alguna vez expresó brillantemente el Dr. Eduardo Santos: mandar hasta donde sea posible y, cuando no sea posible, estar con el que manda.
El candidato de las oligarquías dominantes —sociales y de los medios— es Pardo, pero si Peñalosa aparece como mejor candidato se aseguran con él. Y la pregunta que encabeza este escrito no es para abrir un debate jurídico (aunque posiblemente podría ser interesante), sino, dentro de un análisis político, para constatar y resaltar que casos como la presentación de esta encuesta, o como el no interrogar al Dr. Pardo sobre su situación ante la sentencia del Consejo de Estado, no dependen de quién o cuándo o cómo se hagan, sino que conforman, confirman y son parte del control de esas oligarquías sobre lo que se informa y cómo se informa (o desinforma) al ciudadano.