Dice el periodista J. Mauricio Chaves Bustos que “La economía es una de las virtudes de Oscar Seidel”, esto recuerda la sentencia de la para-fraseología popular: lo bueno, si breve, dos veces bueno; ya que el autor desarrolla 44 capítulos en 100 páginas, de tal manera que esa brevedad atrapa al lector de manera inmediata, queriendo seguir la lectura hasta encontrar el desenlace.
La novela nos transporta a una ciudad y una región, a un lugar y a unos hechos que no nos son indiferentes: Cali y el Valle del Cauca en tiempos del Cartel.
La trama transcurre en un hospital, con un médico que debe enfrentar las infiltraciones de la mafia a su sitio de trabajo, lo cual repercute en su vida privada y, finalmente, en su salud, ya que termina por enloquecer.
Los personajes tienen una secuencia maravillosamente lógica y una psicología que termina por singularizarlos, cosa algo difícil en el campo de las letras, sobre todo cuando vemos que la novelística es una incursión reciente en Oscar Seidel.
Es una novela que rompe con los prototipos a los que nos tienen acostumbrados la mala televisión colombiana cuando se trata de llevar obras de la literatura a este importante y abusado medio de desinformación; aquí el narcotráfico se vuelve un actor más, siendo las consecuencias las que se relatan en los capítulos, sobre todo la angustia del protagonista, quien termina por volver fantasmas a esas circunstancias, que van más allá de sus propios miedos.
Ahí ese protagonista subyacente se camufla como parte de la cotidianidad, sus actos son tenidos como comunes, como parte de la vida diaria. Un gran análisis y un aporte literario importante sobre un punto de vista ético respecto al amarillismo y al barroquismo, tan usados en este tipo de narraciones sobre nuestra realidad nacional”.
CAPÍTULO 18
La imagen que conservaban de don Duro era muy distorsionada. Unos consideraban que con su dinero ilícito había permeado todas las esferas económicas y sociales de la ciudad, generando corrupción y violencia. Otros creían que esos recursos habían sido útiles para impulsar el desarrollo de este municipio.
Su presencia se seguía sintiendo, a pesar de que hace poco entró a la clandestinidad por cuenta de la persecución internacional contra las organizaciones de drogas ilícitas. En Ciudad Central se resaltaba que a pesar de sus conocidas actividades ilícitas don Duro siempre había estado al margen de los sangrientos enfrentamientos que protagonizaron las diversas facciones del Cartel del Norte.
—Nadie en Ciudad Central puede decir que no tuvo nada que ver en algún momento de su vida con don Duro —manifestó en el parque un pensionado, quien charlaba con otros amigos.
—El crecimiento económico que vivió la ciudad a principios de la década se debió a los dineros aportados por don Duro. Lo que sí se percibía eran las muchas propiedades que poseía en la región. Pero ni en las notarías, ni en la Oficina de Registro, ni mucho menos en el Catastro Municipal, apareció por algún lado el nombre de este personaje —dijo otro contertulio.
—Precisamente —respondió un vendedor ambulante de paletas—. Esto hace presumir que eran muchos los testaferros de don Duro que figuraban como los dueños de locales comerciales, fincas, casas, apartamentos, y hacían parte de algunas de sus sociedades—.
Finalmente, otro contertulio terminó la charla, diciendo: —Hace algún tiempo abundaba el billete en la ciudad, con el cual, según afirman, apoyaron muchas obras sociales, y también se financiaron varias campañas políticas, tanto locales como regionales.
Incluso se rumora que el dinero de don Duro sirvió para elegir alcalde y concejales de la Ciudad Central. Lo que sucedió en Ciudad Central tuvo grandes implicaciones culturales.
Hace unos cuantos años los narcos comenzaron a llegar a la ciudad y a desplazar a los viejos dueños del poder, cuyas haciendas ganaderas y fincas de caña de azúcar se habían degenerado hasta casi llegar a la ruina. Los antiguos líderes de la sociedad aceptaron a sus nuevos benefactores.
CAPÍTULO 19
Clínica Sagrado Corazón
La vida clandestina de la enfermera jefe de Urgencias con don Duro me la contó ella misma al poco tiempo de que el narcotraficante se escondiera:
— ¿Cómo fue su vida al lado del capo? —le pregunté.
—Mi historia de amor con don Duro fue diferente a la de una reina con ganas de tener dinero, o a la de una chica prepago —me respondió.
—¿Cómo conoció a don Duro?
—Estaba aquí en la Clínica Sagrado Corazón, cuando se me presentó la oportunidad de colaborar en mis tiempos libres en una agencia de seguros. Un día fui a venderle seguros a un político que salía con una amiga. Él no me compró, pero me dijo que me iba a presentar a un amigo que podía comprarme muchos seguros, y me presentó a don Duro.
—¿Sabía usted que se trataba del jefe del Cartel de Ciudad Central?
—Había oído hablar de él.
— ¿Cuál fue su primera impresión?
—Vi a un hombre serio, un poco gordo, bien vestido, oloroso. Nunca se me hubiera ocurrido pensar que fuera un narcotraficante. Su oficina era sobria. Ese fue mi primer encuentro, y salí sin que me comprara nada.
—¿Cómo se dio el romance?
—don Duro necesitaban una póliza de cumplimiento para un contrato de construcción que iban a hacer en La Sultana, y el político quería que yo se la vendiera. Allá llegué asustada, me invitó a almorzar, y todos los días me hacía ir por un papel que le hacía falta. Así me conquistó. Si envolvía a presidentes, empresarios, políticos, ¿Cómo no me iba a envolver a mí, una enfermera cuyo fuerte era atender pacientes de urgencias? Él tenía cincuenta y cinco años. A don Duro no le gustaban las muchachitas, sino veteranas como yo.
— ¿Qué la enamoró de él?
—No tenía la imagen de un lavaperros, era una persona un poco ordinaria en el hablar, pero era diferente. No me compró con regalos ostentosos. Es más, me envolvió tanto que no me di cuenta que su amor hacia mí era para transportar cocaína en las ambulancias de la Clínica Sagrado Corazón.
— ¿Cómo era que transportaban la cocaína?
— A todos nos hipnotizó con su verbo. Caímos fácilmente, tanto yo como los choferes de ambulancias y los despachadores de camillas. Al paciente le colocaban unas sábanas blancas adheridas al cuerpo, y dentro de ellas iba camuflada la cocaína. Al familiar acompañante del paciente lo llevaban en la parte delantera de la ambulancia, y atrás viajaba sólo el auxiliar de enfermería que estaba al tanto de la movilización y descargue de la cocaína en La Canoa, para ser llevada en otro carro hasta Buenavista, y de ahí a México, antes de seguir con el paciente para la clínica nivel IV en La Sultana.
— ¿Cómo era de pareja?
—A mí me tocó el hombre taciturno, en guerra con la DEA, cansado de haber fornicado con tanta jovencita, a quienes despachó de su harén; amoroso, quería que compartiéramos juntos la mayor parte del tiempo. Se ponía de mal genio cuando yo tenía que ir a trabajar a la clínica. Me decía que yo no necesitaba trabajar. Aún más, una noche de amor me ofreció de regalo esta clínica, y juró que algún día la compraría —dijo la jefa.
— ¿Quiere que le cuente un secreto, doctor Marangoni?
— ¿Cuál?, cuente a ver, jefe.
— ¿Usted recuerda a mi exesposo, el policía que tanto me molestaba la vida?
— ¡Sí, claro!
—Un día don Duro me vio llorando y me preguntó qué me pasaba. Le conté con pelos y señales todo mi martirio al lado del policía.
—¿No me diga que lo mandó a pelar? —como hablan ellos en su jerga, recalqué.
—Pues yo no sé si lo pelaron, se lo comieron frito, o, qué pasó, lo cierto es que hasta hoy nunca más me volvió a molestar.
—Tenga cuidado, jefe, no comente a nadie este asunto del policía, porque la pueden envainar.
—Tranquilo, doctor Marangoni, que yo hasta ahora me he cuidado de todo.
— ¿Cómo fue la huida de don Duro?
—Cuando mataron a un candidato presidencial fue a mi casa a visitarme, y me dijo que tenía que esconderse. Hasta ahí llegó mi relación, porque yo no podía acompañarlo en la clandestinidad.
—¿Piensa volver a ver a don Duro? —le pregunté al final, asombrado con esta historia, y a punto de enloquecer.
—Sí, doctor Marangoni. Pienso cerrar ese capítulo, abrazarlo y perdonarnos, si algún día volvemos a encontrarnos. Pero yo ya recapacité, y ni por más pendeja que fuera creería que don Duro me cortejó por amor. Eso fue para enredarme con el transporte de la cocaína en las ambulancias. Lo último que le pido, doctor Marangoni, es que me deje trabajar aquí en la clínica. Estoy deprimida; pienso que algo malo me va ocurrir.