De los dos o tres mil manifestantes que se reúnen noche a noche o que salen a marchar por las principales calles de la ciudad en protesta contra el gobierno, cientos de ellos, que también tienen necesidades y que también están indignados con el mismo gobierno, salen a las manifestaciones no tanto para protestar sino para ganarse unos pesos extra, mientras los demás caminan, cantan, gritan, pelean y hasta tiran piedra.
Olga Joya tiene 50 años. Tiene la piel áspera y reseca y pintada de un color caramelo oscuro que le han dejado las décadas expuesta al sol, al viento, al frío y al agua. –Yo estoy aquí es por necesidad, además es mi trabajo—, es lo primero que dice Olga Joya cuando empieza a hablar. La calle es su oficina desde hace 42 años.
Carga encima tres banderas gigantes de Colombia, que le hacen ver su 1.50 mts de estatura un poco más reducido. También tiene para la venta siete vuvuzelas, 10 trapitos triangulares que se usan como pañoletas y un centenar de pitos. Las banderas las compra en $10 mil y las vende en 25 o en $30 mil. Las vuvuzelas las vende en $8 mil y las compra a la mitad. A los pitos les gana más en porcentaje, pero no en dinero: los compra en $200 y los vende a $1000. Con los 800 pesos a su favor les gana el 500%. Porcentaje que un economista vería como un gran negocio, pero que a ella solo le da para vivir incómodamente en la localidad de Bosa, en el sur de Bogotá. Son las 10:30 de mañana, la jornada de paro empezó una hora y media atrás y se ha vendido $30 mil.
Olga Joya hace parte de los 164.531 vendedores informales que tiene Bogotá. La cifra la entregó el más reciente informe del Instituto para la economía social de la Alcaldía (Ipes). También hace parte de otras cifras: es una de las 750 mil personas que viven en estrato uno, de donde nunca ha salido y está en el 42% de pobres que tiene el país, cifra que viene en aumentó desde 2020 con el inicio de la pandemia del Covid-19.
Caminando al lado de la marcha está Martha Bernal. Está acompañada por dos de sus cinco hijos de 22 y 28 años, quienes además de hacer parte de las mismas listas en las que está Olga Joya, también están en la de desempleo nacional, que según el Dane está en 15% en el país.X|
Martha y sus hijos, aunque apoyan el paro nacional, no están marchando, están buscando cómo ganarse unos pesos de más en las manifestaciones. Martha lleva desde los 15 años trabajando en la calle. Habitualmente tiene una carreta de dulces y cigarrillos que todos los días ubica en el mismo punto desde hace cinco años: en la calle Jiménez con Carrera 13, en el Centro de Bogotá. Cuando hay marchas guarda la carreta de dulces y cambia el escenario. Los suvenires en los eventos grandes son un buen gancho para las ventas.
Martha Bernal vende lo mismo que cuadras más atrás está vendiendo Olga y lo mismo que están vendiendo mal contadas 100 personas en la marcha de este 3 de junio que arrancó desde el Parque Nacional a las 9 de la mañana y que llegó sobre la 1 de la tarde a la Plaza de Bolívar. El día anterior a esta manifestación invirtió $200 mil, a los que esperaba ganarles mínimo $150 mil. Al medio día había vendido $60 mil.
La entrada a la Plaza de Bolívar es un callejón de mercaderes. Está el del agua, el de la cerveza, el paletero, el de las papas fritas y también está el que vende mango biche. A un costado está también el carrito de obleas que hizo famoso el vocalista de The Rolling Stone, Mick Jagger. Todos buscan en los manifestantes aquel ingreso que por la pandemia ha escaseado desde hace más de un año.
A un lado de aquel callejón de venta está Jean Carlo Medina, un venezolano de 40 años que hace tres salió de su país, huyendo de la crisis social, y quedó atrapado aquí en Colombia a causa de otra crisis: la del Covid-19. Jean Carlo, quien también lleva toda su vida vendiendo en la calle, también integra las mismas estadísticas en las que están Olga y Martha y sus hijos; pero él hace parte de otra más, la de los inmigrantes venezolanos que hoy viven en este país. Según Migración a Colombia han ingresado 1.742.927 venezolanos, de los cuales el 54% lo hizo de manera irregular, como lo hicieron Jean Carlo y dos de sus amigos con los que migró.
El fuerte de Jean Carlo, ‘el machete’ como lo llaman los vendedores, son las pañoletas que también venden Olga y Martha. Pero a Jean Carlo le ha ido un poco mejor. Es la una de la tarde y ha vendido $80 mil. A diferencia de Martha, a quien le da miedo ir al monumento de los Héroes y al portal de las Américas, por los problemas de orden público que allí de arman casi siempre al caer la noche, él sí va todas las tardes a donde se queda hasta que la manifestación se acabe o empiezan los enfrentamientos con el Esmad.
Desde que empezó el paro nacional, el pasado 28 de abril, Jean Carlo vende al día unos $300 mil. Hoy, sumándole la jornada de manifestación de esta mañana, espera venderse entre 400 y $500 mil, los cuales los haría con la venta de 100 pañoletas, cada una vale $5 mil. Si logra la meta al final del día, después de sacar los gastos de inversión le pueden quedar de ganancia $350 mil. Él compra cada pañoleta a mil quinientos pesos.
En medio de la crisis económica y social que deja a su paso el paro nacional en la mayoría de las personas, estos días han sido aprovechados económicamente por vendedores ambulantes, quienes, a falta de los eventos masivos tradicionales como partidos de fútbol y conciertos, donde buscaban a sus clientes, encuentran en las jornadas de manifestación la oportunidad para desquitarse un poco de la otra crisis en la que están desde hace más de un año cuando llegó al país el virus de origen chino que terminó encerrándonos a todos y empobreciendo a 3.6 millones de colombianos que se convirtieron en nuevos integrantes de las estadísticas de pobreza del Dane a las que siempre pertenecido Olga, Marta, Jean Carlo y 21 millones de personas.